Boleto al Futuro

TE LLAMAN PORVENIR PORQUE NO VIENES NUNCA

¡Felices Fiestas! 18 diciembre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 18:58

¡FELICES FIESTAS!

 

 


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Capítulo 13 – Final sin Comienzo 15 diciembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 16:55

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“Cuando tengo que elegir entre dos males, siempre prefiero aquel que no he probado.”

 

Mae West

 

 

Abrió los ojos con pesadumbre, confundida y contrariada hasta rozar lo absurdo; después de todo, había vivido en esa casa toda su vida.

Respiró profundo, se ajustó las frazadas alrededor del cuerpo, y se recostó boca arriba. Una palabra merodeaba por su cabeza; una que no había escuchado en años. Phenomena.

Estiró el brazo y encendió el velador. La luz iluminó aquel viejo tatuaje que revelaba su nombre: Viola. Tanteó el despertador en la oscuridad y consultó la hora. Eran las seis de la mañana.

Se levantó y caminó hacia la ventana que, al otro lado de las cortinas, no mostraba el más mínimo signo de luminosidad. La abrió. Al otro lado, unos pocos faroles alumbraban los rieles sin sentido que alguna vez habían sido una vía.

Empujó el cristal y dejó que el tardío frío invernal se colara en la habitación. Alzando su mirada en dirección a la noche comprobó que, aunque los días comenzaban a alargarse, el cielo, cubierto por nubes negruzcas, demoraba la claridad del amanecer.

 Tomó aire, cerró la ventana otra vez, y se volvió hacia su habitación con la intensión de enfrentarse a aquella insistente palabra que no lograba quitar de su cabeza.

Phenomena…

Habían pasado más de cuarenta años desde la última vez que la había escuchado. ¿Cuáles eran los motivos que habían logrado traer los recuerdos otra vez? Creía que su pasado estaba enterrado.

Phenomena…

Las imágenes comenzaban a dibujarse en su mente, mostrándole todo aquello que creía abandonado en la facultad. Los dibujos, las fotografías, el video… ¿Es que eso no tenía fin?

Phenomena…

Se aferró al marco de la puerta y cerró los ojos intentando calmarse. Necesitaba un cigarrillo de manera urgente, así que caminó hasta la vieja mesa de la cocina. Bajó con pasos pesados la escalera y se desplomó en la silla: aquella que era utilizada por ella; las otras dos permanecían inertes, sin función alguna.

El humo la ayudaba en su soledad. Era como una bruma para su lúcido cerebro que la atormentaba con ideas raras.

Phenomena…

Sopló con fuerza el halo blanquecino que comenzaba a alargarse delante suyo, como si de esa forma las letras de la palabra también se esfumaran. Sabía muy bien cuales eran sus opciones: averiguar el por qué de su sueño o evitar pensar en él.

Phenomena…

Era insoportable la insistencia con la que esa voz surgía dentro de su cabeza. Deseaba dejar de oírla.

Phenomena…

Lo más frustrante era que, en su interior, la responsabilidad de cargar con el secreto de ese nombre le imposibilitaba olvidarse fácilmente. Es que, en realidad, no sólo era una simple nomenclatura, sino que conformaba la razón por la cual ella vivía como lo hacía. Sola.

Se levantó corriendo la silla hacia atrás y se encaminó hacia un aparador del tamaño de la pared. Abrió uno de los cajones de madera oscura y extrajo una cajita rectangular. Era de madera negra y estaba adornada con una palabra en color amarillento, casi blanco: Elena.

El objeto de un valor significativo sólo para la mujer que lo portaba escondía algo más que un mazo de cartas viejo y maltrecho, pues guardaba un tesoro incomparable y peligroso: el destino.

Viola se sentó nuevamente y comenzó a barajar los naipes con una destreza propia de un casinero. Cerró los ojos mientras continuaba con el movimiento y tiró su cabeza hacia atrás moviendo el cuello de un lado hacia otro.

Las ojeras, producto del cansancio, le daban a su rostro un aspecto horroroso. Sin embargo, y, a pesar del agotamiento de su cuerpo, jamás habría podido dormir sin antes averiguar lo que la atormentaba. Es que, en su mente, un leve presentimiento hacía relucir su mirada.

Repentinamente apoyó el mazo en la mesa; ya había decidido su corte. Distribuyó en tres filas paralelas doce cartas que, a la mirada de una farsante, podrían haber revelado sucesos tan banales como un embarazo o una infidelidad, pero que, para ella, significaban la respuesta a toda una vida; su vida.

Viola se detuvo y examinó lentamente lo que había arriba de la mesa. Pasó los dedos por las cartas, separándolas sólo un poco para poder observar mejor. El silencio sólo era cortado por su propia respiración. En su mente, sus habilidades innatas comenzaban a trabajar por sí solas.

Las tres líneas en que había ubicado los naipes representaban la proximidad del tiempo de las acciones, por lo que la mujer comenzó a analizar la fila superior; la del futuro inmediato. Acercó su mano a las primeras dos cartas y las llevó hacia su rostro, poniéndolas frente a cada uno de sus ojos. En su cabeza el sonido de dos risas joviales surgió improvistamente. Eran dos sotas -dos mujeres- una de oro y otra de copa: la ambición, el juego, los vicios… dos muchachas jóvenes.

Las próximas dos cartas revelaban incertidumbre y problemas; de hecho, el siete de espada auguraba grandes dificultades y peleas.

En la segunda línea, una revelación. Los cuatro seis de la baraja aparecían de manera dados vuelta, exceptuando la carta de espada. Viola sabía exactamente lo que aquella carta representaba y eso no era nada bueno.

La tercera fila estaba compuesta por los cuatro ases invertidos, exceptuando también al de espada. Cuatro ases. No podía ser posible.

Su mente se aceleraba con cada imagen que adquiría.

Phenomena… la voz volvió a hacerse oír.

Prendió otro cigarrillo. El humo revoloteó entre su nariz y su boca.

Caminó por la habitación, se encaminó hacia el sillón, y, sin siquiera planearlo, se quedó dormida.

Esta vez el sueño pareció real.

Caminaba por una vieja casa de paredes blancas y techo de madera. Sus pies recorrían el sitio como si estuvieran acostumbrados a realizar ese recorrido, aunque ella, sólo sintiendo un lejano recuerdo del sitio en el que se encontraba, ya no supiera qué habitaciones había detrás de las puertas.

Giró hacia la izquierda y se enfrentó a una escalera. Sólo en ese momento fue capaz de notar lo cercano que se encontraba el suelo de su mirada, como si, por arte de magia, hubiera perdido altura. Es que, lo que había creído un sueño, no lo era en absoluto. Era un recuerdo de su niñez oculto en su inconsciente, que estaba visitando sin siquiera querer hacerlo.

Una puerta de madera clara apareció delante de ella: la del dormitorio de su madre. La empujó y, mientras se internaba en aquella habitación de cortinas oscuras, comprendió lo que hacía en ese sitio. Su mamá ocultaba algo.

Pero ella sabía dónde debía buscar, así que caminó hacia esa vieja caja sin siquiera dudar. Y la abrió. Cientos de fotos se desparramaron por el suelo, rodeándola. Escuchó pasos en la escalera; su madre subía. Se dejó caer en el suelo y comenzó a agruparlas otra vez, pero ya era demasiado tarde.

Elena se quedó inmóvil en la puerta, contemplándola. Caminó hacia ella y, tomándola del brazo, la obligó a incorporarse. Es que, ahora que podía verlo con tanta claridad, ese había sido el día en que el vínculo Phenomena la había enredado para no dejarla ir jamás.

Despertó sobresaltada. Un trueno resonó en la cercanía sin dar paso a la lluvia. Se incorporó. Su respiración agitada acompañaba a su corazón en un baile acelerado. Consultó el reloj. Eran casi las cuatro de la tarde; eso estaba mal.

Necesitaba aire, así que salió. Las nubes grisáceas mostraban un día opaco en las afueras de su casa. Nadie caminaba por la vía, por lo que era seguro salir; no porque le preocuparan los peligros, sino porque, en una persona como ella, la soledad era un barco anclado.

Al abrir la puerta, un gato se coló por la abertura. A pesar de su ceguera, el animal poseía una destreza increíble; en sus largos años de vida, la mujer jamás había visto que el felino trastabillara o golpeara contra una pared. De hecho, el animal había aparecido una mañana en su casa y jamás había vuelto a irse, como si estuviera extrañamente ligado a esa casa o, quizás, a la mujer, aunque a ella no le gustaran las mascotas ni se hubiera molestado en ponerle nombre.

Viola se paró en medio de los dos rieles y comenzó a caminar hacia la calle San Lorenzo. Miraba constantemente las aulas de la facultad que daban al descampado. De hecho, no sólo miraba, sino que examinaba cada una de las caras como si buscara a alguien entre tanta gente.

De golpe, reconoció una cara familiar. Aquella profesora volvía todos los años a la misma aula en el mismo horario y, como si fuera poco, siempre repetía el mismo discurso. Aquel que nadie solía escuchar y que podía confundirse con autoayuda barata, pero que puesto en un ambiente siniestro y oscuro sonaba real.

Viola miró a los alumnos. Ella también había estado allí sentada con la misma profesora en frente. Sin embargo, ella sí había entendido sus palabras:

 

“El destino (…) actúa sobre nosotros sin piedad alguna, porque sólo somos uno más a quien enredar en sus reglas. (…) el destino es un dictador que no acepta sugerencias ni proposiciones. En fin, el destino siempre es predecible…”

 

Rió en voz apenas audible mientras agachaba la cabeza. Las gotas de lluvia se perdieron en su pelo gris, derribándose por su cuero cabelludo hasta alcanzar su cuello. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo. El contacto la hizo sentir extraña, le hizo recordar algo totalmente antitético. Algo cálido y suave: el beso de su madre sobre la nuca.

Levantó la cabeza mientras sacudía su cabello mojado y los recuerdos lejanos y dolorosos. Volvió la mirada hacia la ventana que le permitía ver la clase: dos chicas sentadas en el fondo del lugar parecían tener una discusión. Una de ellas estiraba los brazos. No, no era una discusión; estaban riendo. Todos las miraban.

-Interesante- susurró para sí misma, sin dejar de observarlas.

Quiso volver. Se volteó y caminó hacia aquella triste puerta gris que repelía a todo aquel que la observara. Entró en el sitio y miró a su alrededor. Sobre la mesa, las cartas permanecían en la misma posición en que las había abandonado.

Subió las escaleras y salió a la pequeña terraza. Se mantuvo al resguardo del tejado mientras observaba la forma en que la llovizna se convertía en un diluvio.

Encendió otro cigarrillo y miró en dirección a Peña. Dos jóvenes doblaron en la esquina -las mismas que había visto riendo en el aula- y se internaron en el café de la esquina. Las observó hasta que se perdieron de vista.

El gato negro apareció y, dibujando círculos a su alrededor, maulló. Viola lo tomó en brazos y acarició su cabeza, pero el gato miraba en dirección al café sin siquiera reparar en que su dueña lo observaba.

A veces, le daba la impresión de que el viejo gato veía más que ella. Porque algo parecía compensar aquella ausencia de visión; algo como un sexto sentido. Ese gato sabía cuando la gente no era de fiar.

Se mantuvieron allí largo rato hasta que el cielo comenzó a oscurecerse. Dos hombres habían aparecido de la nada y, mientras gritaban obscenidades en dirección a la universidad, bebían a largos tragos de una botella. Afortunadamente, el movimiento había comenzado a disminuir, pues ella ya conocía la clase de gente que eran esos tipos y no le agradaba para nada tener que contemplar un robo o algo peor.

Pero, entonces, las dos jóvenes salieron otra vez. Viola las contempló con horror mientras su mente se iluminaba. Dejó al gato en el suelo y se llevó una mano a la boca, mientras las jóvenes, que ahora se tambaleaban, salían a la lluvia.

Bajó las escaleras corriendo y contempló las cartas. Ahora lo comprendía: mostraban un camino plagado de peleas, soledad y, en última instancia, una posible muerte. Pero eso sólo sucedería si las conocía.

Escuchó gritos masculinos afuera: los hombres estaban dirigiéndose a las chicas. Caminó hacia la entrada y alzó su mano en dirección a la llave, dispuesta a dejar la puerta abierta. Abrió, pero aún así algo hizo ruido en su cabeza.

Sabía que no debía intervenir en el futuro. El destino era sinónimo de equilibrio; todo lo malo que evitara, volvería multiplicado bajo otra forma. Debía dejar la puerta abierta y permitir que pasara todo lo que rebelaban las cartas. Debía conocer a las jóvenes, permitir que vivieran lo mismo que ella al verse envueltas en las obligaciones del vínculo Phenomena, y debía dejar que fueran las responsables de todas las acciones a las que decidieran dar lugar. Eso era lo justo.

Caminó hacia la ventana mientras la puerta permanecía abierta. Las había perdido de vista en la noche oscura. Tamborileó los dedos en el marco de la puerta mientras consideraba la opción que no debía considerarse: prohibirles el resguardo de su casa.

¿Quién sabía lo que podía suceder si las privaba de su protección? ¿Qué les harían los hombres? ¿Sería peor que una muerte? El destino sin completar la castigaría a ella, pero al menos no cargaría con una muerte en su consciencia. De hecho, jamás sabría lo que les sucedería a esas muchachas. Quizá los hombres sólo buscaban dinero, celulares, alguna cadena de oro; quizá.

Un refucilo iluminó el cielo y dejó a su vista a las dos jóvenes que ahora contemplaban su puerta gris. Y en una fracción de segundo tomó su decisión.

Corrió hacia la puerta, hizo girar la llave, y se mantuvo de espaldas. Oyó pasos al otro lado de los muros; las jóvenes se encontraban allí, golpeando la puerta con desesperación mientras sus atacantes continuaban gritándoles cosas.

Viola no iba a abrir. No iba a permitir que el vínculo Phenomena siguiera vivo. No iba a conocer jamás a esas muchachas. Ahora, sus acciones tendrían efecto sobre ella, pero lo merecía. Porque, si en primer lugar jamás hubiera observado las fotografías de su madre, ahora no estaría sufriendo las consecuencias. El destino tendría que arreglárselas sólo, ella ya no traduciría cartas absurdas con significados dolientes.

Un grito agudo se perdió en la profundidad de la noche. Viola cerró los ojos. Ese era el fin de una historia que no había comenzado jamás. 

 .

.

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

-PHENOMENA-

 

 

 

 

 

Recomendado 9 diciembre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 09:31

 

«Primero, nunca toques las agujas de tu corazón.

Segundo, domina tu cólera.

Tercero y más importante, no te enamores jamás de los jamases.»

 

 

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Capítulo 12 – Mala Jugada 7 diciembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:27

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“La muerte os espera en todas partes; pero, si sois prudentes, en todas partes la esperas vosotros.”

SAN BERNARDO

 

 

Escuchó pasos apresurados a sus espaldas que, al ejercer peso sobre el césped recientemente humedecido, dejaron escapar un sonido apagado. Se volteó con lentitud y contempló a aquella persona cuyo caminar ya conocía; desde antes de mirarla al rostro, había comprendido que quien se encontraba a sus espaldas era Catalina.

La chica se mantuvo inmóvil frente a sus ojos, sin esa mirada de codicia perdida tiempo atrás en un retorcido cambio de roles que las había convertido en personas diferentes; que había llevado a una a ser la otra, y viceversa; que había invertido sus personalidades hasta volverlas irreconocibles, porque había cualidades que fuera de ellas no funcionaban y, sobre todo, en la antitética forma de ser de la otra.

-¿Qué hacés acá? –preguntó Mora, con voz fría y ronca.

Catalina respiró profundo, se adelantó varios pasos y la enfrentó.

-Voy con vos –dijo, sin intenciones de contar toda la historia; eso tan extraño que le había sucedido minutos atrás con aquel escalofriante hombre.

Mora pareció dudar. De hecho, pareció balancearse casi de manera imperceptible sobre sus propios pies, como si su mente y sus piernas estuvieran tomando decisiones opuestas. Finalmente, se decidió: con Catalina o sin ella entraría a ver a Viola.

Dándole la espalda, se hundió unos cuantos pasos más dentro de la vía y se enfrentó a la deteriorada puerta gris. Ésta, como siempre, se abrió fantasmalmente en cuanto fijó su mirada en ella. Y, de inmediato supieron, casi como un mensaje telepático, que había cosas que estaban a punto de acabar y que, en consecuencia, había mucho que nunca lograrían comprender. Pero no pudieron pensar demasiado en eso porque el felino ciego se escurrió rápidamente por la puerta semiabierta y las enfrentó con amenaza, demostrándoles cuanto odiaba verlas allí. Mora, quien llevaba la delantera, tomó a Catalina del brazo con frialdad sin dejarse intimidar; después de todo, era sólo un animal.

El olor a humedad y cigarrillo llenó sus narices, recordándoles el ambiente repelente que flotaba en aquel sitio. En medio de la habitación, Viola se hallaba en la silla que acostumbraba ocupar con una caja de Marlboro sobre la mesa y un mazo de cartas armándose y desarmándose vertiginosamente en sus dedos; mezclando posibles destinos.

Caminaron hacia ella con seguridad y se sentaron a la mesa. Sus ojos se alzaron escondiendo una mirada indescifrable, como si estuviera presente en aquel sitio tanto como ausente. Eso era lo que tenía de extraño Viola que no habían podido descifrar en ese tiempo: parecía ser tan tangible como intangible; estar y no estar al mismo tiempo; ser real tanto como una sombra.

-Ese sueño te tiene loca –dijo.

Catalina levantó el rostro del suelo de manera sobresaltada, extrañada por la mención de un sueño. Era exactamente lo que le había dicho el hombre a ella: “el sueño de la Elegida”. ¿Es que, a fin de cuentas, la Elegida era Mora, y no ella? Había tantas cosas que no lograba explicar que estaba comenzando a sentirse mareada.

Al mismo tiempo, Mora corrió la silla con firmeza dejando escapar un sonido agudo y chirriante que les hizo doler la cabeza por un efímero instante. Más enojada que nerviosa, comenzó a caminar de un sitio a otro evitando la mirada de las dos mujeres que permanecían expectantes, a la espera de una explicación.

-¡Es que ya no entiendo! –gritó, agarrándose la cabeza. Luego, repentinamente abrumada, se volvió a Viola.- ¿Qué significa? ¿Qué es lo que puedo hacer?

Y se cubrió el rostro con las manos hasta ocultarlo por completo. Catalina comenzó a juguetear con una carta que se había separado del mazo hasta yacer a pocos centímetros de su mano derecha. Era un diez de espadas; uno que, a diferencia de otros mazos convencionales, exhibía un rostro casi femenino y de doloroso pesar en los ojos. Quizá fue por el hecho de concentrarse tanto en las diminutas facciones que se dibujaban a lo largo de la carta pero, por una fracción de segundo, le pareció ver que la figura lloraba. Entonces, Mora habló otra vez y la sacó de su ensimismamiento.

-Ya sé… -susurró con voz profunda y, de manera escalofriante, casi ajena- ya sé lo que voy a hacer.

Y, antes de que Catalina hubiera podido comprender algo, Viola había cruzado la habitación y, tomándola de la camisa con firmeza, la había arrinconado contra la pared.

-No pueden intervenir –murmuró, enfatizando cada palabra con golpes sobre su pecho.

Tan sorprendida como alterada, Catalina se puso de pié. El hecho de que la mujer tuviera la fuerza suficiente como para arrastrar a Mora hacia la pared era asombroso, pero eso demostraba que Viola era más peligrosa de lo que pensaban. ¿Y a qué se refería con eso de que no podían intervenir? ¿Qué era lo que estaba pensando Mora en ese momento?

Las mujeres se sostuvieron la mirada con furia, hasta que Mora se quitó las manos de la vieja con un movimiento apresurado y violento al mismo tiempo. Miró a Catalina por un instante, que comprendió que era momento de irse, y se volteó en dirección a la puerta.

-Vos no sos nadie para decirme lo que puedo hacer o no. Si entendieras tanto cómo funciona el mundo, saldrías un poco más de tu casa.

Y con esas palabras hirientes, se expuso al tormentoso día que la esperaba al otro lado de los muros.

Catalina la siguió casi corriendo, enfurecida por no comprender nada de toda aquella extraña situación. Una vez afuera, totalmente empapada por la lluvia y el granizo que la golpeaban con fuerza, tomó a Mora del brazo y la enfrentó.

-¿Podés explicarme qué es eso del sueño?

Mora entornó la mirada hasta convertirla en una sombra oscura y deslucida. Ya no le importaba qué cosas sabía Catalina o no, lo único que sabía era que debía hacer algo.

-Soñé que veía a Maia morir –dijo de una, sin preocuparse demasiado por el significativo contenido de su confesión.

Catalina se mantuvo inmóvil, abrumada por las palabras que Mora había pronunciado.

-¿Qué? –sólo logró decir.

Mora suspiró profundamente, demostrando que su preocupación se mantenía oculta detrás de sus ojos, pero que, de todas formas, allí estaba; aún era capaz de sentir algo.

-Eran los cuatro ases, Catalina –dijo, en un tono más suave- En mi sueño, era él quien la mataba, y lo peor es que creo que ese día es hoy.

Él. Él era aquel hombre peligroso que Maia había adoptado como marido, pero que demostraba en todo sentido cuanto podía equivocarse una persona al elegir un compañero de vida.

La horrible sensación que venía atormentando últimamente a Catalina revolvió su estómago y su cabeza por igual. La certeza de no tener certeza alguna, golpeó contra todas las bases de su conciencia. El sólo hecho de pensar en ese desmoronamiento interno hizo que, necesariamente, tuviera que agacharse hasta encontrar la firmeza de la tierra en contacto con sus manos.

El polvo, algo mezclado con pequeños sedimentos, le lastimó las palmas haciéndoselas arder. Sin embargo, el dolor resultaba algo totalmente secundario en aquella mente. Intentaba concentrarse en la boca de su estómago que luchaba arduamente por mantener dentro todo aquello que no debía ser expulsado: lo poco que había comido parecía haberse multiplicado hasta rebalsar su organismo.

Jadeó. Cerró lo ojos sólo para intentar evadir el presente. No obstante, el futuro era todavía más frustrante. Y el pasado, inútilmente feliz, era tan inservible que deseó no tener memoria, pues constituía una condena eterna de infelicidad. Nunca más habría una Catalina porque ella ya no existía.

La explosión seca fue acompañada por un ruido agudo. El sonido a vidrio roto hizo que su ensimismamiento se esfumara dejándole paso a aquel presente que tanto quería evadir. Evidentemente, la rotura se había producido en los alrededores inmediatos, ya que había sonado aterradoramente cercana.

La muchacha se incorporó buscando con ojos desesperados a Mora. Examinó el lugar girando sobre sí misma y apuntando su vista hacia cualquier lugar que pudiese funcionar como escondite. Deseó con todas sus fuerzas que lo que asomaba en su cabeza no fuese posible. La desaparición de su amiga tornaba evidente la veracidad de su pensamiento: Mora, de forma activa o pasiva, debía estar relacionada con aquel vidrio despedazado.

En un haz de vivacidad, volteó su cabeza hacia las casas humildes que se enfrentaban al complejo universitario. Una puerta abierta llamó su atención; justamente esa contigua a la puerta gris. Aquella que significaba sólo una cosa: Maia.

Catalina corrió olvidándose por completo de su estado estomacal. Sin siquiera saber el por qué, y cómo si sus ojos tuvieran una noción del destino diferente, las lágrimas corrieron por sus mejillas hasta alcanzar su boca entreabierta. Las bocanadas de aire limpiaron sus pulmones pero no lograron desenredar aquel nudo que obstruía su garganta por alguna extraña razón. La desesperación se adelantaba a cualquiera de los pensamientos de la joven que, a esa altura, era presa de la reacción de sus sentidos. No le pertenecían ni su mente ni su cuerpo.

Todo aquello que pareció interminable se empequeñeció en aquel mismo momento en que sus piernas atravesaron el misterioso umbral. La casa, con una estructura idéntica a la de Viola, reflejaba la misma histeria que portaba la mente de Catalina. Las paredes grises y tristes lucían la misma consternación que los ojos de Mora expulsaban.

El horror en el semblante de la segunda muchacha explicaba, aún más que la imagen misma, lo que había sucedido. Una muerte. Anunciada por cartas inmundas y sabias. Leída por aquella mujer asquerosa e infernal. Ignorada por dos jóvenes que jamás habían entendido la pesada carga del destino sobre sus hombros.

Un grito, aún más agudo que el sonido del impacto de la bala sobre el vidrio, hizo que ambas muchachas reposaran su mirada en la mujer esquelética. Lloraba con un llanto suplicante y colmado de preguntas. Alzaba las manos en dirección a Mora para luego dirigirse a Catalina. Las señalaba con dedos rojos y manos colmadas de muerte. Su balbuceo incomprensible desgarraba cada fibra viva que Mora sentía dentro de su cuerpo; porque cada mínima parte de su cuerpo era culpable del dolor de esa voz.

El arma se desparramó por el suelo hasta llegar a los pies de Catalina que no se atrevió ni a patearlo lejos de ella. Sólo miraba a la persona que la había dejado caer, a aquella que la había empuñado con firmeza para luego temblar con su poder. No comprendía nada de lo que veía, pero lo que más aturdía a Catalina era justamente reconocer a Mora en ese cuerpo.

¿Qué tanto podía cambiar una persona en sólo unos días?

La bala había entrado límpidamente cerca del hombro y había traspasado la carne rompiendo luego el ventanal. La arteria carótida que portaba la vida de esos latidos violentos era también la fuente de su muerte. La sangre brotaba con cada bombeo que el corazón lograba realizar -cada vez eran menos frecuentes-, y el líquido rojo disminuía, por lo que el último palpitar se acercaba. Las tres mujeres observaban inertes esa muerte lenta y precisa: el hombre, ya con lo ojos cerrados, dejó caer el puño a un costado de su cuerpo. Aquel puño asesino, a su vez, tanto de él como de su esposa.

Maia gritó recostándose sobre el pecho de su marido, colmando su cuerpo de sus últimos atisbos de vida. Era increíble como el cese del hombre, tan paulatino, podía compararse con el de una gran máquina de engranajes: y es que el motor decidiría cual sería la última vuelta de la rueda. Era el fin. Todo había terminado, las cartas, el juego, Viola, ellas.

Mora corrió sin siquiera pensar, dejando tras si un desastre que no tenía solución. Primero porque aún no existía medicina alguna para enmendar la muerte y, segundo, porque su actuar había arruinado toda su vida; cargaría por siempre con el pesar en la consciencia de que había matado a un hombre.

Llorando por primera vez en meses, alcanzó la vía con la mente repleta de pensamientos que, junto con la lluvia, nublaban su vista. Además, los truenos resonaban con fuerza arrebatándole también la capacidad de oír. Se movía en una burbuja que no le permitía relacionarse con el exterior, aunque tampoco lo merecía; no después de lo que era capaz de hacer.

Se acercaba a Peña. A sus espaldas, oía como un lejano eco los gritos de Catalina que sonaban como un sitio seguro, pero ella lo único que deseaba era correr en libertad por última vez. Y eso hizo.

Pero, de manera inesperada, un rápido haz de luz la cegó. ¿Había sido un refucilo? No; había sido demasiado luminoso. Entonces, notó que ya no corría. Se hallaba tendida sobre algo áspero y duro, una textura del todo desconocida al tacto, pero no a la vista. Era el asfalto.

La lluvia alcanzaba su rostro con violencia, por lo que quiso girarse. Sin embargo, todo su cuerpo se encontraba adolorido, así que prefirió quedarse inmóvil. Y así pasaron varios segundos, minutos quizá.

Oyó gritos. La realidad comenzó a reaparecer a su alrededor, pero los recuerdos permanecían borrosos, casi como una niebla sin fin. Entonces, una mano conocida agarró la suya y, con mucho cuidado, se dejó caer a su lado. Pero todo comenzaba a oscurecerse.

Catalina observó el rostro de su amiga y con delicadeza limpió un delgado haz de sangre que resbalaba por su mejilla. Mora permanecía tan quieta sobre sus brazos que le daba miedo.

-¡Llamen una ambulancia! –Dijo, con la voz quebrada, a la gente de Metamorfosis que yacía a sus espaldas.

-Mora… -expresó, en un tono más bajo- Mora, decime algo…

Y comenzó a llorar. Sobre su hombro, la mano de Manuel se posó en un intento de reconfortarla, pero nada podía quitarla del estado de histeria en que se encontraba; ni siquiera el chico de diseño que corría hacia allí.

-¡No la muevas! -dijo alguien, acercándose.

-¡No la toquen! –bramó ella, aferrándose a Mora. Y, otra vez en un tono débil, le habló a su amiga.- Mora, por favor…

No tenía sentido; no podía terminar así. Todas sus aventuras tenían un comienzo embrollado, pero un final feliz, casi como una comedia. Pero eso ni se acercaba a los desenlaces que ellas conocían, porque nunca, ni siquiera en un arrebato de oscuridad, habían podido imaginar que una de ellas podía llegar a tener un accidente.

Catalina cerró los ojos y mantuvo sus manos lejos del pecho de su amiga donde su corazón había palpitado con furia por la adrenalina del asesinato que había cometido, pero que, ahora, no se atrevía a escuchar. Porque, si ese corazón que tan bien conocía había dejado de latir, su existencia ya no tenía sentido.

Y más y más brazos se cerraron en torno a sus hombros, instándola a soltar a Mora. Pero ella estaba decidida a no hacerlo. No quería saber si su pecho aún se movía al acompasado andar de su respiración y, en tanto desconociera la respuesta, su mejor amiga seguiría viva. 

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 

 

 

Capítulo 11 – Acción y Reacción 3 diciembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 20:31

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“La acción no debe ser una reacción, sino una creación.” 

 Mao Zedong 

 

 

La lluvia de verano cubría la ciudad de forma uniforme. Ya no era un aguacero furioso sino una llovizna apagada. La entrada de la facultad, bajo los efectos del agua, tenía un aspecto frío. Los tonos verdes y terrosos se apagaban hasta pasarse al negro. No había nadie afuera; las pocas personas que divisaba huían de las chispas invisibles con pasos rápidos. El lugar que solía estar colmado de vendedores y de estudiantes, lucía una desolación tan basta como la de mi interior.

Volví a echar un vistazo al lugar en donde se estacionaban normalmente las motocicletas: el pequeño vehiculo azul francia y blanco no estaba. Suspiré sonoramente expulsando una pequeña bocanada de humo. Manuel no iba a venir esta vez.

No quería entrar a clase, de hecho, sólo había venido en busca de la voz blanda y suave. La única que siempre decía lo que yo quería escuchar. Aunque, a decir verdad, no era la única; había otra voz mucho mas aguda y eléctrica que solía compartir sus pensamientos.

Golpeé con la mano un pequeño charco salpicándome apenas el pantalón. No podía entender como mi mente todavía pensaba en ella. Recordé su mirada insostenible, sus celos, su ambición, su locura, su soledad. ¿Por qué quería, después de todo eso, escuchar su voz?

Necesitaba bloquear mi cabeza por un rato, por lo que me levanté de la pequeña pared de ladrillos que utilizaba como asiento y decidí que lo mejor iba a ser perder mi lucidez dentro de la clase de Gramática. Después de todo, no había mejor materia para poner la mente en blanco o, según la desfachatez de la persona, dormir una pequeña siesta en un banco del fondo.

Agaché la cabeza en busca del bolso empapado y desteñido. Salté un pequeño escalón, todavía con la cabeza gacha. El cuerpo me detuvo en seco, haciendo que mi nariz se aplastara dolorosamente contra las costillas. Inmediatamente, y olvidándome del dolor, me alejé espantada de mi obstáculo.

Parado frente a mí, había un hombre pequeño y frágil que sólo me miraba. Su presencia, de manera extraña, me hacía pensar que todo este tiempo había estado allí. Invisible, como las gotas.

 

 

* * *

 

 

Me desperté lentamente, mientras el sonido de la lluvia se acrecentaba dándome a entender que sería un día gris. La cabeza me latía tal y como si estuviera reponiéndome de una larga noche de borracheras, oprimiendo mis pensamientos hasta envolverlos en un soporífero estado de confusión. Lentamente, comencé a comprender qué era lo que sucedía. Eso que se parecía a una resaca no lo era en absoluto; sólo eran los recuerdos de una pelea que no tenía solución: una pelea con Catalina.  

Tiré todas las frazadas al suelo, casi con repulsión, como si en ese simple acto pudiera descargar toda mi ira. Luego, bajé las escaleras así, en ropa interior como estaba, ignorando por completo que todas las persianas se encontraban levantadas.

Preparé la mochila en silencio y me vestí con desgano mientras me terminaba un paquete de galletitas que mi hermano había dejado tirado. Una vez con todo listo, sin siquiera preocuparme por la lluvia, me sumergí en el perenne diluvio que parecía augurar una tragedia.

Un gato. Lo evité, no quería pensar en eso, pero aún así me trajo un recuerdo a la memoria: lo que había soñado horas atrás. Entorné la mirada observando al vacío, simplemente como si, por el hecho de forzar la visión, pudiera recordar lo que tenía casi olvidado.

Restándole importancia a la lluvia que me mojaba a mí y a los libros que llevaba en la mano, busqué a mí alrededor un paredón en donde sentarme. Sabía que lo que guardaba en mi cabeza era importante, porque la carga emocional de quien lleva algo insoportable estaba volviéndome loca, pero no era capaz de recordarlo.

Un maullido…

Miré al gato que caminaba cerca de mis pies cuidadosamente ubicado bajo el alero de la casa vecina, a diferencia de mí que con cada segundo me empapaba más y más. Alcé la mirada hacia el cielo, en donde los negros nubarrones dibujaban aquellas extrañas figuras irrepetibles que cuando era chica buscaba con Catalina.

Vacié mi mente de toda preocupación universitaria, y me concentré sólo en las últimas horas; en aquellas en las que había permanecido inconsciente. El gato continuó maullando, casi en un intento de llamar mi atención. Lo hizo otra vez, y otra, y luego, para variar, una última vez. Mi mente, totalmente abierta a cualquier pensamiento, se dejó llevar por ese sonido llevando un conteo involuntario.

11 maullidos…

De improvisto, me sobresalté. Al mismo tiempo, un sonoro trueno hizo que el suelo vibrara bajo mis pies y que, tras un lastimero quejido, el animal se escurriera entre unas rejas.

Me puse de pié mientras reconstruía todas las imágenes que habían acudido a mi cabeza. Cada uno de los rostros guardaba la misma señal de dolor y, al mismo tiempo, de incomprendida sorpresa. Las escenas eran oscuras, casi tenebrosas, y no había sonido alguno más que ese grito agudo que, escalofriantemente, sonaba a mi voz.

Comencé a correr en dirección a la facultad mientras repasaba el sueño. Había sido algo sin precedentes…

 

…La vía se encontraba embadurnada en abundancia por una pegajosa capa de barro, probablemente por alguna reciente lluvia que había aguado la tierra. El sol, oculto por espesas nubes turbulentas, no dejaba conocer el momento del día en que todo sucedía: podían ser las primeras horas de la mañana tanto como las últimas de la noche.

Una muchacha que ella conocía mejor que nadie, aquella que veía todos los días al otro lado del espejo, se hallaba de pié a escasos metros de Peña, mirando vía adentro como si dudara. ¿Por qué dudaba?

Entonces, lentamente se volteó. Ella, aquel fantasma de la joven que estaba encerrando toda esa hipotética situación dentro de su inconsciencia, observó fugazmente el sitio que la rodeaba. ¿Por qué se veía desde afuera? Cuando soñaba, solía estar dentro de su propia cabeza; conocía todos sus pensamientos, todas sus decisiones, todo lo que su mente deseaba hacer en ese mundo onírico.

Ella misma, la Mora envuelta en sombras, no le permitía a su doble real penetrar los más intrínsecos pensamientos que su mente escondía, como si su propia cabeza fuera un sitio prohibido. Su mirada parecía tan triste y perdida que dolía de sólo contemplarla, como si allí residieran cientos de pesares que su mente no lograba soportar.

Consultó el reloj: marcaba las doce del mediodía. Después, se volteó otra vez. La Mora soñante, la que se miraba desde afuera, fue capaz de vislumbrar que sobre el barro no había huella alguna que delatara el frecuente pasar de los transeúntes. Allí reinaba la soledad.

Comenzó a caminar; la escena avanzó sobre los rieles. Mora caminaba con paso acompasado pero no tranquilo, pues todo en su andar denotaba la tensión, la indecisión, la terrible verdad de que sólo estaba caminando porque su voluntad se encontraba corrompida: se hundía en aquel sitio porque su destino lo había indicado.

Se volteó hacia la derecha y se mantuvo dubitativa frente a una casa, contemplando a través de las ventanas una imagen que la Mora que dormía aún no lograba visualizar. Entonces, su doble volvió la mirada hacia ella y alzando una mano la invitó a que se acercara. Así, la chica real pudo contemplar lo que su sombra había estado observando.

La escena, terrible hasta en el más mínimo detalle, la horrorizó tanto que no pudo pensar en nada más…

 

Negué con la cabeza mientras aún corría en dirección a la universidad, dispersando dentro de mi mente esa imagen soñada que quería evitar. Lo que había visto en aquel sueño era tan horrible que sólo una persona podía ayudarme a calmarme o, en igual medida, a perturbarme. Esa persona era Viola.

Alcancé Dorrego y, empujando un mar de gente que caminaba en dirección contraria, focalicé mi objetivo: la vía. Sin embargo, mientras pasaba por delante de una gráfica, una mano sobre mi brazo logró llamar mi atención.

-¡Ey!

Repentinamente sorprendida, me detuve en seco, tomé aire con rapidez, y me volteé. Esa imagen pacífica que me observó sin prejuicio alguno, que ignoraba por completo lo que escondía, hizo que me sintiera bien por un momento y mal por otro. Él, que tan poco sabía sobre mi naturaleza oscura, no debía estar a mi lado.

-¿Qué te pasa? –articuló el joven, dejando sobre el suelo una bolsa con afiches.

Lo miré. Esos ojos luminosos me dejaron sin palabras por breves segundos, en un estado pasivo del que sólo fui capaz de salir en cuanto un cegador refucilo cortó el hechizo.  

-Tengo que irme –respondí, casi en un susurro.

Y corrí otra vez, esta vez sin interrupciones. Alcancé Guido y me interné en la vía, focalizando de inmediato aquella vieja casa en la que se escondía la mujer con respuestas a mi problema. Ahora sólo quedaba una cosa por hacer: evaluar posibilidades y actuar en base a mi sueño o en contra porque, en definitiva, lo único que restaba era decidir qué acción cambiaría mi vida.

 

 

* * *

 

 

El hombre seguía estático. Tenía el aspecto de una calavera ojerosa y de huesos puntiagudos. Sus huecos oculares estaban tan vacíos como podían estarlos: sus ojos cubiertos por una película blanca me trajeron a mi mente el recuerdo de la mirada ausente.

El gato. Tenía los mismos ojos.

Inmediatamente, el espanto me llevó a cerrar mis ojos, como si no pudiese concebir tal semejanza. En mi garganta se ahogó un grito agudo y sin fuerza, que en conjunto con el sonido hizo desaparecer todo atisbo de humedad. Sentía la garganta áspera y asfixiante, como si en ella nunca hubiese habido saliva.

Me aferré a la mochila colocándola como un escudo entre mí y aquél monstruo. A pesar de tener los ojos cerrados podía percibir a través de mis párpados que él continuaba parado. Encogí mis piernas intentando aovillarme. Él sólo hecho de pensar en un simple contacto me hizo estremecer hasta tal punto que no pude dejar de temblar. Mis dientes castañeteaban y mi cuerpo sufría los espasmos del terror en sucesivos movimientos.

Dos pies se arrastraron. Ésta vez si alcancé a gritar, profiriendo un agudo e indescriptible sonido. El hombre no pareció percibirlo o, si lo hizo, no se alarmó. Su inactividad era menor o igual a la de un muerto. De hecho, creo que si me hubiese atrevido a mirar su pecho no hubiera percibido movimiento alguno.

De repente, su mano se posó en la mía. Ahuecó sus puntiagudos y esqueléticos dedos, de forma que mi mano quedó aparejada a la suya. Sentí como levemente mi mano se desprendía de la mochila, abandonaba la seguridad de mi cuerpo, el agua empapaba mi palma; su aire impactó en mi palma. Era gélido y cortante. Él continuó guiando mi mano hasta posarla sobre aquella piel de roca, asquerosa al tacto; toqué su boca sin labios, su nariz aplastada y con agujeros profundos, su pómulo de hueso. Al llegar a su párpado transparente, sentí como una línea saliente dibujaba la cara de aquél ser.

El gato. Una cicatriz como la del animal.

Mi mano cayó en peso muerto, hasta rebotar en la nada. Me recosté en los ladrillos mojados y esperé pacientemente. Primero sentí como su cuerpo se apoyaba sobre el mío, cubriendo mis piernas y luego mi torso; su peso era sorprendentemente liviano. Luego, sus largas y extrañas pestañas rozaron mi mejilla hasta el punto de las cosquillas; moví la cara evitando el contacto y, al hacerlo, experimenté como algo húmedo y frío se introducía en mi oído. Su lengua, su nariz, sus dedos. Antes de que el asco invadiera mi cabeza convirtiéndose en locura, oí el susurro de una voz poco audible pero entendible.

-Phenomena corre peligro. El sueño. El sueño de la Elegida…

Casi como por arte de magia, aquellas palabras evaporaron al ser de arriba mío. Abrí rápidamente mis ojos, esperando encontrar el cuerpo desgarbado a mi lado. No estaba. A lo alto, en uno de los árboles, unas ramas parecían ser movidas por un animal.

Me incorporé sin mirar a mis alrededores y corrí hacia la facultad. Entré por una de las puertas de Exactas, ya que la entrada de Humanidades estaba siendo reparada. Salté los escalones de manera precipitada, sin mirar a la poca gente que, a esa altura del mes, aún rondaba en el complejo. Las cursadas estaban terminando, por lo que aquellos afortunados que habían logrado aprobar los parciales ya habían desaparecido de la rutina. En mi caso, ya ni siquiera sabía qué materias cursaba. En mi cabeza, la facultad sólo se presentaba como un lugar misterioso y aborrecible que, lejos de inspirarme responsabilidad, me provocaba una irrevocable repulsión.

Recordé, con una lucidez que no sabía que tenía, el aburrido plan que había cruzado por mi mente antes de aquella horrible aparición.

Gramática II. Solía ser un verdadero fastidio pero, en mi estado actual, necesitaba aquella morfina que traían consigo los verbos irregulares y los pronombres.

Llegué al aula 65 justo en el momento en que la profesora avisaba que tomarían un descanso de unos diez minutos. Mientras los alumnos salían del salón, me colé en dirección contraria y me acomodé en una de las sillas del fondo. Estaba pegada a la ventana por lo que el aire fresco impactaba en mi cara de buena manera.

Me recosté en el asiento tirando mi cabeza hacia atrás, mientras la sangre de mi cuerpo comenzaba a volcarse sobre la misma. Mis sienes latían produciéndome un dolor tan agradable como incesante. Experimenté la hinchazón de mis ojos hasta que no soporté la presión y, estando ya sola en el lugar, volví a mi posición normal. Era probable que fuese yo misma la causa por la que el salón estaba vacío: mi aspecto desaliñado, mi ropa empapada, los mechones de pelo sobre la cara y lo ofuscado de mi semblante proporcionaban, a todo aquel que me observara, una gran señal de “Prohibido Pasar”.

Reí irónicamente de mi soledad. El mundo parecía estar al revés, por lo que el humor parecía ser la única salida cuerda. Todo lo que me pasaba era tan ambiguo, que mi cabeza parecía estar cortada a la mitad y, paradójicamente, incomunicada. O elegía creer u olvidaba todo lo que había pasado. No había intermedios.

Volteé mi cabeza al mismo tiempo que suspiraba. La vía se plantaba en el medio de mis pupilas mareándome aún más. Aquellos rieles no eran misteriosos, de hecho, el lugar lucía una tranquilidad casi adormecedora. La hierba algo crecida se bamboleaba de un lado a otro, sin ninguna marca que pudiera denotar el paso de la gente. La vía era un lugar solitario y punto. Nadie querría adentrarse por esas líneas porque la soledad nunca era buen presagio. Nadie sería tan estúpido como para comprarse un boleto en ese tren inexistente. Nadie…

Tiré la silla hacia atrás al levantarme de manera sobresaltada. El cuaderno voló unos cuantos metros desapareciendo de mi vista, aunque no me importó. Sólo era capaz de creer aquello que veía. ¿Por qué no había pensado? No, nadie no. Sí existía alguien lo suficientemente idiota como para caminar por esa vía. En mi mente la imagen de Mora parecía infinita, como si su caminata se reprodujera en cámara lenta. Era ella, seguida de 11 gatos, quien, con la mirada fija, se adentraba pisando aquellos pastos vírgenes.

Sin importarme cual fuese la acción correcta, tomé mi mochila y corrí escaleras abajo. A estas alturas todo tipo de pensamientos habían quedado elididos de mi cerebro, sólo me quedaba reaccionar.

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 

 


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Nuevo Cronograma 17 noviembre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 19:24

Queridos Phenolectores:

Con motivo de las crecientes obligaciones universitarias que están afectándonos a nosotras, a ustedes y (¿por qué no?) a Mora y a Catalina, el capítulo 11, previsto para el lunes 24 de noviembre, será presentado el 30 del mismo mes, así como todas las notas editoriales y recomendados de la semana serán pospuestos. De esta forma, evitaremos que el capítulo sea de mala calidad, y que, en efecto, no les guste ni a ustedes ni a nosotras. Es que, dicho sea de paso, los últimos tres capítulos son los más jugosos de toda la temporada.

¡Gracias por la comprensión y por leernos!

(y suerte con sus parciales y finales)

 

Phenomena

 

 

Capítulo 10 – Sobre Soledad y Compañía 16 noviembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:08

cap10

 

(descargalo acá)

 

“Poned atención: un corazón solitario no es un corazón.”

Antonio Machado

 

 

Me adentré en la vieja casa de olor a incienso y, sin siquiera preocuparme por las cortesías, tomé asiento en la misma silla que ocupaba siempre. Viola tomó su caja de Marlboro, buscó un cigarrillo con sus espigados dedos, y se sentó de frente a mí. En pocos segundos, el aroma a tabaco llenó la habitación.

Una vez lo suficientemente deleitada con su adicción, me miró con ojos profundos y comenzó a tamborilear sus dedos sobre la mesa. No sé si fue la reciente situación de pelea, o aquel repiqueteante sonido que llegaba a mis oídos pero, de repente, me sentí histérica; fuera de control.

Cerré los ojos e intenté calmarme, no era momento para las explosiones de mi cambiante humor. Respiré profundo llenando mis pulmones de ese humo blanco y espeso, y me concentré en ella otra vez, que había estado observando cada uno de mis movimientos con ojos críticos.

-Tiré las cartas pensando en Maia y aparecieron cuatro ases, todos juntos, acompañando su figura y la de su marido –dije, buscando conversación.

Viola pitó nuevamente y, mientras afirmaba con la cabeza demostrándome que ya sabía todo eso, dejó caer las cenizas grisáceas dentro de un horrible plato de postre.

-Bueno –dijo- habrás de tener alguna sospecha.

Solté un sonoro suspiro y dejé caer una mano sobre la mesa, estirando el mantel en aquellos lugares en que se había arrugado.

-No –admití, como si eso resumiera que yo no era la elegida- no tengo ni idea.

-Mentira –afirmó, casi interrumpiéndome.

La miré a los ojos, encontré aquel aire burlón y sabio al mismo tiempo, y me puse de pié. Comencé a caminar de un lado a otro del sitio pateando, de vez en cuando, alguna colilla de cigarrillo que Viola había dejado caer. La situación era para ponerme nerviosa.

-¡Es que son esos sueños! –Casi grité, agarrándome la cabeza- No paro de tenerlos. ¡Y los gatos…!

Me volví hacia ella otra vez, creyendo que con eso le alcanzaría para darme una explicación, pero me equivoqué.

-Contame tu sueño.

Aún exaltada, me acerqué a una deteriorada pared y apoyé mi espalda como si necesitara de esa firmeza para mantenerme en pié.

-No sé donde estaba, no recuerdo las caras tampoco –expliqué- había muchos gatos, creo que diez… –agregué, entornando los ojos como si eso ayudara a mi memoria.

Me mantuve en silencio unos segundos, intentado recordar la mayor cantidad de datos que pudiera. Luego, algo más segura, continué con mi monólogo.

-Lo cierto es que Maia estaba ahí, discutiendo a los gritos con este hombre. No… –me corregí- el que gritaba era él. Después, llegaba Catalina. Me miraba con horror, me agarraba de la mano, y salíamos corriendo. Y, antes de que nos hubiéramos ido, los gritos se habían acabado. Sólo se escuchaba una respiración agitada.

Terminé de hablar y contemplé al gato, que ahora se movía cerca de mí. Me acerqué hacia él con la intención de acariciarlo, pero soltó un agudo y sonoro maullido que me alejó. Entonces, no volví a contemplarlo.

-Puede que tenga relación con las cartas –dijo Viola, apagado su cigarrillo en el plato- ¿Qué sacamos en limpio de ese sueño?

No dije ni una palabra por lo que pareció una eternidad, pero finalmente me decidí a hablar. Algo estaba haciendo ruido en mi cabeza.

-Que alguien va a morir –solté, convencida de que eso era verdad.

Viola se reclinó en la silla y luego me contestó.

-Exactamente.

 

* * *

 

Cada paso que había dado hacia la facultad había estado acompañado por un silencioso insulto. Para ella, para la vieja, para mí. No volteé y, contrariamente a lo cotidiano, opté por ir a la clase de Literatura Europea.

Obviamente, la clase no logró despejar mi cabeza. De hecho, lo único en que podía pensar era en Mora: me preocupaba la obsesión que tenía con todo este asunto de las cartas. Y, sobre todo, con Maia. ¿Qué pasaba si Mora decidía intervenir sola? ¿Y si le pasaba algo? También sería culpa mía. La conciencia comenzaba a jugarme en contra justo cuando la profesora de cabellos grises anunciaba un escaso descanso de cinco minutos.

Me quedé sentada en el banco, apoyada sobre la carpeta aún cerrada. Observé a los estudiantes amontonarse en la puerta como hormigas. Algunos sostenían una caja de cigarrillos en la mano y otros simplemente conversaban, mientras escapaban de la falta de aire de aquella aula. En el lugar sólo quedaron algunas personas que, en silencio, escondían la mirada entre sus fotocopias; obviamente eran personas solitarias; por lo menos, en aquel lugar. Paradójicamente, esa valoración también me correspondía: había pasado de ser la compañera de aventuras de Mora a convertirme en un ser totalmente silencioso y aburrido.

-¿Y tu amiga? –inquirió una voz grave y blanda al mismo tiempo.

Giré sobre mi silla y me topé con un azul profundamente incomparable. A pesar de la pregunta inquietante, mi cabeza no logró focalizar otra cosa que no fuera aquel par de ojos. Ojos turquesas, pensé para mis adentros.

El hombre movió su mano simpáticamente en señal de saludo, más para que dejara de mirarlo tan arduamente que para ser cordial.

-Soy Manuel –dijo con una voz que, teñida del azul de sus ojos, sonó pacífica como un inmenso mar.

Esta vez sonreí intentando evitar el vergonzoso comportamiento anterior.

-Catalina –respondí, estrechando su mano de uñas crecidas.

El silencio inevitable acudió a la conversación, por lo que, para evitar aquella incomodidad, volví a mirar hacia el frente. No tenía humor para andar hablando con un extraño.

-No me respondiste –volvió a decir mientras, en forma impaciente, me tocaba el hombro con uno de sus dedos.

A pesar de la estimulante oferta de sus ojos, esta vez me levanté agarrando el cuaderno y la mochila y me dirigí hacia la puerta. No golpeé ningún banco y, de hecho, nadie se dio cuenta de que me iba. Bueno, en realidad, hubo alguien que sí se dio cuenta.

-Catalina, perdoname.

Deseaba darme vuelta y encontrar a mi amiga. Sin embargo, Mora jamás recapacitaría. Aquel muchacho, en cambio, me estaba pidiendo perdón sin haberme ofendido. De hecho, si existía alguien que debía disculparse era yo.

Caminé hasta la escalera del tercer piso y luego tomé el camino que me llevaba a la facultad de arquitectura. Manuel me seguía, sin hablar, pisándome los talones. Cuando llegué a la fotocopiadora, volví a subir una de las escaleras y me adentré en el baño. Una vez allí, me apoderé de uno de los cubículos y me arrodillé frente al inodoro. Las nauseas eran inaguantables, por lo que no me importó el estado deplorable del baño. La cabeza me daba vueltas y, el sólo hecho de pensar en Mora, hacía que las arcadas aumentaran. ¿Y si le pasaba algo?

Salí y enjuagué mi boca con agua. Al levantar la cabeza observé un reflejo realmente espantoso en el espejo. Las ojeras y la palidez hacían un contraste tan monstruoso como preocupante. La flacura de aquellos brazos también era novedosa, aunque la cicatriz más visible en aquel cuerpo era el dolor. Estaba realmente sola, y ni siquiera el odio podía apaciguar ese sentimiento.

Huí del baño para escapar de aquella imagen. Intenté correr, pero el enorme cuerpo de oso me detuvo. Y así, fugazmente, me encontré abrazada por aquel extraño, y sollozando entre su chaleco celeste. Los enormes brazos cubrían todo mi cuerpo casi acurrucándome, como si fuese una niña.

-¿Qué pasa? –preguntó la voz grave y blanda.

-Mora –grité, con un nudo en la garganta- Mora está en peligro.

Me senté al pie de la escalera mientras Manuel secaba mis lágrimas. La gente que nos rodeaba para subir o bajar los escalones nos miraba de forma extraña, después de todo la facultad no era el mejor lugar para romper en llanto. Al darse cuenta de esta situación, él se levantó tomando mi mano y jalándome también a mí.

-Vamos afuera –soltó con una sonrisa, como si yo fuese alguien muy frágil.

Caminé a su lado sin siquiera saber por qué lo seguía, y al llegar a la puerta de la facultad de humanidades frené de golpe soltando mi mano de sus dedos. Manuel miró hacia atrás observando mi postura estática y, casi siguiendo la dirección de mi mirada, logró visualizar, como yo lo había hecho, a Mora. Ella se encontraba sentada en la entrada de la facultad sin una nota de preocupación en sus facciones, y acompañada por un chico; uno que era realmente atractivo, al estilo Mora. Y lo que menos quise fue tener quedarme contemplándola o, peor aún, tener que hablarle. Y Manuel lo supo al instante.

 

* * *

Caminaba en dirección a la facultad cuando una voz masculina llamó mi atención. Me volteé y lo vi: era el chico de diseño que había ayudado con su maqueta el día del incendio.

Se encontraba sentado sobre las escaleras de su entrada, con grandes anteojos de sol que no me permitían ver sus ojos, y con unos extraños aires despreocupados que yo, ni deseándolo con toda mi alma, podría llegar a disfrutar. Sonriéndome y alzando una mano en mi dirección, me invitó a sentarme a su lado.

-Mora, ¿No? –me preguntó.

-Sí, ¿Cómo sabías?

Él sonrió con misterio y me contestó:

-Internet –mi cara de inocente asombro pareció darle ternura y, en igual medida, remordimiento, así que volvió a hablar; esta vez con la verdad.- No, mentira. Es que vos y tu amiga siempre salen por acá, y hablan muy a los gritos.

Qué raro. Lo miré breves segundos y, luego, recordando que me había mencionado a Catalina, fijé mi mirada en el suelo por dos motivos: primero porque él era tan atractivo que me inhibía hasta el punto de que no podía coordinar más de dos palabras, y, segundo porque él, allí a mi lado, despertaba en mi cabeza cientos de acusaciones que Catalina habría echado sobre mí de haber estado presente: este chico no se me podía escapar.

Él se volvió hacia mí; probablemente por el sonoro suspiro que no logré contener.

-¿Qué te pasa? –Preguntó- Tenés la mirada apagada.

Eso no se lo iba a contar. No quería arruinar el momento confesando todos los motivos de mi vida que estaban hundiéndome en una profunda depresión.

-Estoy cansada –improvisé.

Él rió.

-Estás mintiéndome.

¡Dios! ¿Es que ahora todos sabían lo que estaba pensando, o realmente sucedía que aquellos ojos ocultos estaban leyendo mi mirada hasta alcanzar mi mente? Decidí no mirarlo, sólo por si acaso, pero él no hizo lo mismo.

-Está bien, no tenés que contármelo. Pero preferiría verte con el tapado amarillo de esa chica –dijo, señalando a una muchacha que cruzaba el arco de arquitectura; ese que Catalina y yo detestábamos más que cualquier otra cosa.- antes que así como te veo ahora: triste.

Me puso algo incómoda, así que miré el reloj fingiendo que estaba apurada.

-Me tengo que ir –afirmé, poniéndome de pié.

Él volvió gestualizar aquella inagotable sonrisa que estaba matándome. Es que, no sólo la repentina pelea con Catalina estaba creándome en la cabeza un gran nido de confusiones, sino que él, sonriéndome y animándome a sentirme mejor, estaba logrando desequilibrar mi día hasta hacerme sentir mareada. Y lo peor fue que, tanto como yo, sabía que estaba mintiéndole.

-Nos vemos, Mora.

Y, antes de que pudiera alejarme demasiado, dejó caer dentro del bolsillo de mi campera un pequeño papel azulado: el número de su celular.

  

* * *

 

 -Tomá esto –susurró Manuel, como si alguien no debiese oírnos- Ponételo para que no te vea –continuó, ofreciéndome algo tan amarillo que los ojos me dolieron de sólo verlo.

Lo agarré y, al extender la tela plástica, me encontré con un tradicional piloto amarillo de esos que utilizan los marineros. Era horrible, pero la idea era brillante, y, por primera vez en el día, había logrado hacerme sonreír con autenticidad. Una vez puesto el sobretodo y pareciéndome a Bob Esponja, nos dirigimos hacia fuera.

Entre medio de risas, pasé por al lado de Mora sin siquiera levantar sospecha, aunque, entre el intenso color y lo desubicado del abrigo en aquel día caluroso, todas las miradas se posaron en nosotros. Una vez alejados del lugar, Manuel, tirando de una de las mangas, me ayudó a despojarme del atuendo. Luego, habiendo caminado unas dos cuadras del complejo universitario, nos sentamos en un cordón.

-¿Mejor? –me preguntó, agrandando sus ojos nuevamente.

Moví la cabeza en señal de afirmación, sin embargo, no lo miré. En otro momento, hubiese fijado mis pupilas en las suyas, para perseguirlas como a mí me gustaba, pero este no era momento.

-¿Me vas a explicar que pasa con Mora? –inquirió, al notar que yo optaba por el silencio.

Esta vez, la señal de mi cabeza fue negativa. No podía hablar con él y decirle que una vieja loca nos perseguía diciéndonos que éramos las herederas de un don, ni que podíamos saber el futuro de las personas, ni que había una mujer golpeada que reclamaba nuestra ayuda.

Además, había algo extraño en todo esto. ¿Por qué él se preocupaba por nosotras, de un día para otro? ¿Y cómo sabía el nombre de Mora? La paranoia comenzaba a hacerme delirar, por lo que miles de absurdas explicaciones cruzaron mi mente. Manuel, según mis razonamientos, podía ser un abusador, un secuaz de Viola, un secuestrador.

-¿Cómo sabes nuestros nombres? –cuestioné, mirándolo con los ojos duros.

Una sonrisa amagó con aparecer en su rostro. La dureza de mi voz era patética, por lo que le atribuí el motivo de su gracia.

-Bueno, el tuyo lo sé porque me lo dijiste aunque, en realidad, ya lo sabía. Siempre me siento detrás de ustedes, me encanta oírlas; son lo único que escucho en clase porque por lo general suelen gritar –explicó, con una mueca de satisfacción en su rostro.

Es que, mi pregunta había sonado demasiado acusatoria. Y, quizás, si sus palabras eran  reales, aquel hombre sólo quería ayudarme.

Se movió levantando una de sus piernas y metió la mano en uno de sus bolsillos traseros. Para mi sorpresa, el hombre que cada vez me parecía más adulto, sacó una caja de pastillas Wonka. Me convidó y aprovechó para meterse un par en la boca. Su cara de satisfacción me recordó a las de mis primos pequeños. Por momentos, Manuel me parecía un niño.

-No te puedo contar el por qué, pero Mora puede llegar a estar en peligro.

-Aunque me digas eso, si no me decís como puedo ayudarla no puedo hacer nada –me dijo, mientras, cariñosamente, posaba su mano en mi tobillo- Contame, Catalina, ¿Qué tiene: problemas de drogas, un pibe, es alcohólica?

El planteo me hizo reír y, al mismo tiempo, me hizo darme cuenta de cuan peligroso era lo que estábamos haciendo. Todos aquellos problemas sonaban, al lado de nuestra historia, como algo realmente leve. Es que, nuestro mayor inconveniente era que, a diferencia de las adicciones que tienen una cura, nosotras no teníamos tratamiento alguno para nuestra enfermedad. Aquel don que había surgido repentinamente, parecía haber estado dormido en nuestras venas durante un largo tiempo y, ahora, era imposible apaciguarlo.

-No –respondí– no lo tomes a mal, pero me quiero ir a casa –dije, mientras por primera vez, me hundía en el charco de sus ojos. Tenía tanta paz para ofrecerme que me resultaba imposible contaminarla con mi historia.

-¿Te puedo llevar? –preguntó, amablemente– Tengo la moto en la facu.

Los recuerdos de esa mañana hicieron que, sólo con la palabra moto, se me pusieran los pelos de punta.

-No, gracias –respondí, intentando ser cortés– No me gustan las motos.  

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

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Capítulo 10

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:03

cap10pub

 

Editorial 14 noviembre 2009

Filed under: Nota Editorial — Phenomena @ 01:47

librosImágenes de la Imaginación

 

Por Phenomena

 

 

 

«Si puede ser escrito, o pensado, puede ser filmado.»

Stanley Kubrick

 

 

 

Aprovechando el evento que tiene lugar en nuestra ciudad, el 24° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, retomaremos (y con Retomaremos me refiero a que es un tema bastante discutido) una cuestión que, sin ser tratada en demasía por profesionales, suele ser motivo de discrepancia entre aquellos que consumimos tanto literatura como cine. ¿Pueden combinarse cine y literatura sin que ninguna de las obras se vea perjudicada?

Es, quizás, una pregunta difícil de responder, en especial, porque se trata de dos artes completamente diferentes, y, porque, además, es imposible determinar los efectos que las obras tienen sobre las personas. Cada novela tiene cientos de interpretaciones posibles, tantas como lectores tenga, por tanto sería más que imposible lograr conformarlos a todos. ¿Quiere decir esto, entonces, que el séptimo arte podría perjudicar sus originales? Una mala representación, la eliminación de escenas a causa de la duración del film o, el simple hecho de no mantener aquella esencia que, en un principio, había atrapado al lector. Son varios y diversos los motivos, ya que, convengamos que la difícil tarea del director por comprender la mente del escritor, no siempre es bien llevada a cabo.

Sin embargo, el cine de los últimos años ha logrado acoplarse a la literatura de manera fascinante. De hecho, hoy en día, las imágenes son tan importantes para los escritores, quienes parecen tener como nueva meta la filmación de su obra, como también para los editores, quienes promueven cada vez más los book-trailers.

Por otro lado, en los últimos tiempos, los mayores éxitos taquilleros del cine han sido películas basadas en novelas. Vale con recordar la famosa saga (de libros y películas) de Harry Potter, o El Señor de los Anillo, Narnia o, más recientemente, la saga Crepúsculo (próxima a estrenar su segunda película, Luna Nueva). Estos Films, que pertenecen al género fantástico, han causado gran fanatismo, sobre todo, entre el público adolescente, logrando, no sólo la aceptación del film, sino promoviendo también la lectura de la obra. De esta forma, el cine no sólo ha logrado compatibilizarse con la literatura, sino que se ha convertido en un gran difusor de esta.

Después de todo, en muchas ocasiones, las películas basadas en obras literarias aportan un plus de realismo que hacen tangibles las imágenes que los lectores realizan en sus mentes a la hora de leer. Y, ¿qué mayor magia existe que ver a aquella persona o episodio que estuvo dentro tu cabeza tanto tiempo en la pantalla grande?

 

Recomendado (tardío) 12 noviembre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 18:38

Marcelo Randazzo

 

Capítulo 9 – Dos Caminos 9 noviembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:01

Capítulo 9

 

(descargalo acá)

 

“Lo difícil no es estar con los amigos cuando tienen razón, sino cuando se equivocan.”

 André Malraux

 

 

                Catalina propuso que evitaran la vía. Mora, quien a pesar de su creciente impulsividad aún conservaba algo prudencia, aceptó. Es que no era lo mismo enfrentarse a Viola y sus cartas, que a un hombre desconocido con repelentes aires de violencia. No, con él no podían meterse.

                 Aún así, Mora continuaba preguntándose qué podía hacer para ayudar a Maia y, por sobre todas las cosas, qué explicación encerraban esos cuatros ases que habían aparecido en su futuro. Y esa respuesta sólo podía dársela Viola, lo que implicaba una pequeña incursión a la vía. Una que, de seguro, Catalina se encargaría de opacar.

                 -¿Puedo preguntarte algo? –Soltó, mientras caminaban en dirección a su casa.

                 Catalina soltó un sonoro suspiro y, sin siquiera mirarla, asintió con la cabeza. Fuera lo que fuera, aunque se negara a contestar, sabía que Mora haría la pregunta.

                 -¿Estuviste pensando en lo que nos pasó en la casa de mi abuela?

                 Catalina se mantuvo en silencio mientras sus pasos, algo apagados por el ligero rocío que cubría el césped delantero de las casas, marcaban su acompasado caminar. Por supuesto que había estado pensando en eso. Ese misterioso episodio le había generado noches enteras en vela. Ese hombre podía aparecer en cualquier sitio y en cualquier momento, y lo peor que podían hacer era bajar la guardia.

               -Sí –admitió finalmente.- Sí, estuve pensando en eso.

               Doblaron en la esquina y visualizaron la casa. Sobre la entrada, cinco gatos se mantenían silenciosos y pensativos, observándolas. Mora soltó un bufido, irritada, y comenzó a buscar las llaves en su mochila.

           Ninguna se animó a pronunciar palabra alguna. Los felinos, intimidantes, hacían caso omiso de los intentos de las jóvenes por asustarlos. Finalmente, Mora encontró la llave y, tras patear la reja, ingresaron en la casa. Una vez allí, se sintieron algo más seguras.

              Sumidas cada una en sus propios pensamientos, se encaminaron a la cocina. Los grandes ventanales que aquella noche lejana les habían provocado un terror incomparable, ahora permanecían cubiertos por mustias cortinas blancas que bloqueaban toda entrada de luz.

            -¿Cómo creés que lo hizo? –inquirió Mora, mientras Catalina se sentaba sobre la mesada, a su lado.

            -¿Cómo hizo qué? ¿Cómo escuchó nuestra conversación? –Catalina aún esquivaba su mirada, pero al menos, después de tantos días plagados de peleas y silencios incómodos, nuevamente lograban mantener un diálogo fluido.- No tengo ni idea.

              Mora negó con la cabeza.

              -No –manifestó, frustrada- yo tampoco.

              Luego, abrió la boca para decir algo más, pero la cerró otra vez. Catalina, que a pesar de que no estaba mirándola a la cara había notado el gesto, se volvió hacia ella.

              -¿Qué ibas a decir?

             -Nada –respondió la otra, apresuradamente, como si ya hubiera tenido la palabra preparada en su boca por si debía recurrir a la evasión.

              -En serio.

              La mirada de Catalina se ensombreció y Mora, vencida, olvidó inmediatamente los motivos por los que no quería hablar. Catalina tenía ese don. A veces, con un simple mirar, la intimidaba hasta hacerla sentir avergonzada.

                Mora suspiró y comenzó a hablar.

               -Está bien, pero no te enojes… –se atajó, como si Catalina pudiera saltarle encima de un momento a otro.

               -Dale –la interrumpió, instándola a hablar de una vez por todas.

               -Quiero hablar con Viola.

               Y, otra vez, el silencio irrumpió en la habitación. Es que las cosas aún estaban demasiado tensas como para estirarlas un poco más, y Mora había perdido la noción de los límites. Así que Catalina, repentinamente alterada, se bajó de la mesada de un salto y enfrento a su amiga.

               -¡No, Mora! –Casi gritó, mientras le presionaba las rodillas- Basta. Este asunto de Viola se terminó para vos y para mí. Desde que la conocemos nuestra vida no es más que una cadena de problemas.

             -No podemos dejarla ahí –casi suplicó Mora, volviendo al tema de Maia.

               Catalina miró el suelo mientras negaba con la cabeza, como buscando una forma de hacerle comprender a su temeraria amiga el razonamiento que cruzaba su mente.

              -Maia va a estar igual que antes, y nosotras vamos a hacer de cuenta que nunca la conocimos. Nadie pierde nada que no haya perdido antes, y nosotras volvemos a ser lo que éramos.

              Mora dejó escapar esa risa fría y sarcástica que ahora la caracterizaba.

              -No, estás equivocándote. Yo no puedo volver a ser lo que era antes, y vos, por más que finjas, tampoco. Nunca vamos a volver a ser lo que éramos. Es lo que pasa cuando crecés. –Agregó, casi de manera hiriente, intentando marcar una inexistente superioridad.

            -¿Le llamás crecer a esto? –Sus voces comenzaban a alzarse, pero Catalina logró tranquilizarse a tiempo. Otra discusión no ayudaría.- Mora, por favor prometeme que no vas a volver a esa vía.

            Mora respiró profundamente, intentando contener todos aquellos pensamientos desagradables que quería gritarle. Pero Catalina era su amiga, y también estaba haciendo un esfuerzo descomunal por no refregarle en la cara todos sus defectos, que eran muchos.

             Catalina se llevó una mano al rostro y, cubriéndose los ojos, sollozó casi de manera imperceptible. La situación era preocupante y sobrepasaba todo lo que ella podía soportar.

             Mora se mordió el labio, pero no porque se sintiera conmovida sino porque sabia que, algún tiempo atrás, se habría rendido ante la imagen de desesperación de Catalina. Pero esos eran otros tiempos. Ahora ella era diferente y tenía un plan.

              -Bueno –Casi murmuró. A diferencia de su amiga, ella sí sabía mentir.

             Catalina dejó su rostro al descubierto y, con los ojos enrojecidos, la observó. Mora había ablandado su mirada hasta simular remordimiento, pero no lo suficiente como para que pareciera una actuación. Ahora lo importante era salir del paso.

             -Está bien –continuó- no hablemos más del asunto.

            Nada en aquellas palabras la comprometían y, a su vez, Catalina se quedaba tranquila. De hecho, ya comenzaba a componerse.

            Mora le acomodó detrás de la oreja un mechón de cabello que le había caído sobre la cara e intentó sonreír con amabilidad. Luego, se bajó de la mesada y comenzó a preparar la mochila para volver a la facultad.

           -Me voy a lavar la cara –dijo Catalina, consciente de que ya era hora de irse.

           Mora asintió. Después, salió al patio a buscar algunas prendas olvidadas que, allí a la intemperie, sufrirían las consecuencias de las primeras lloviznas del día que en cualquier momento tendrían lugar.

           Un maullido la hizo sobresaltar. Se volteó y, frente a sus ojos, halló el viejo gato ciego, con su rostro fijo en ella. Al mismo tiempo, Catalina, que había contemplado la escena desde adentro, salió y, casi corriendo en dirección al felino, lo espantó. El animal trepó por las enredaderas y, una vez sobre la medianera, se reunió con otros tres gatos que nunca antes habían visto. Eran tan flacos y terroríficos como él.

           -¡No lo soporto más! –Soltó Catalina, pero en su rostro comenzaba a notarse el buen humor.

          -Ni te preocupes por eso.

          Mora caminó hacia la casa, se colgó la mochila, y entró en el garaje. Catalina, algo asombrada, la siguió.

          -¿Qué hacés?

          Mora tomó un casco negro que yacía sobre un mueble y se lo arrojó.

          -Hoy vamos en moto –dijo.

          Su amiga pareció sorprendida.

           -¿Y a tu papá no le molesta? –preguntó, mientras se ponía el casco sobre la cabeza.

          Mora tardó en contestar, pero lo disimuló mientras, de espaldas a su amiga, intentaba ocultar que estaba buscando las llaves de repuesto que su padre escondía. 

          -¿Qué? –replicó, mientras se ponía su casco- No, no le importa.

          Catalina no hizo más preguntas.

          Las chicas se subieron en la Honda negra y salieron al frío casi invernal de la ciudad, totalmente impropio de la estación. Pocos minutos después, alcanzaron Peña que, de manera insólita, se encontraba desierta como nunca; casi mágicamente, pues otra explicación no surcó sus cabezas, no había un alma que circulara en dirección a la facultad.

          Y cada vez se acercaba más Guido, pero Catalina no parecía notarlo. Mora, sin embargo, aferraba sus manos a la moto hasta sentir los dedos entumecidos. Y no se debía en absoluto a un posible temor por lo que planeaba hacer, sino que, esta vez, era la peligrosa necesidad del caos que desataría lo que la mantenía motivada.

          Entonces, alcanzó la vía y, dibujando una curva muy cerrada, se hundió de llano en aquel salvaje territorio que ahora conocían muy bien.

          Catalina tardó en reaccionar. De hecho, no logró pronunciar palabra alguna hasta que Mora, tras detenerse bruscamente a pocos pasos de la puerta de Viola, apagó la moto.

          -¿Qué estás haciendo? –Gritó, mientras soltaba su cintura y se bajaba de un salto.

          Mora permaneció pacífica mientras se ponía de pié a su lado y se sacaba el casco. Catalina, estupefacta, no podía dejar de observarle el rostro.

          La vieja puerta gris se abrió soltando un agudo chirrido. Viola apareció en el umbral con el viejo gato negro en la mano, y las miró. Sus ojos demostraban que sabía algo que ellas ignoraban.

          Catalina se llevó una mano a la cabeza y volvió a concentrarse en Mora. Ésta permanecía en silencio, contemplándola con el semblante vacío. Demostrándole que ya nada le importaba.

          -¿Y ahora qué? –le dijo, con frialdad.- ¿Vas a salir corriendo?

          Catalina negó con la cabeza mientras dibujaba una extraña expresión de asco. Luego, se volteó en dirección a la casa de Maia y visualizó, en aquella misma ventana en que Mora la había visto peleando con su marido, esa figura fantasmal y asustada que esperaba su ayuda.

          Se volvió en dirección a Mora y caminó hacia ella.

          -Hacé lo que quieras, pero a mí no me llames más –Expresó, mirándola fijo.

          Mora negó con la cabeza.

          -Como quieras –respondió- pero es muy ingenuo de tu parte pensar que esto va a alejarte del peligro.

          Catalina comenzó a caminar hacia la facultad, alejándose de aquella chica que minutos atrás había sido su mejor amiga. Sin embargo, un extraño alivio recorría su cuerpo haciéndola sentir segura y, a la vez, engañada. Desde que había comenzado todo ese asunto, le había resultado evidente que su amistad con Mora estaba destinada a acabar. No obstante, siempre había creído que la separación iba a ser más dolorosa, y no que, como había sucedido, a ninguna de las dos iba a importarle demasiado.

          Unos metros más atrás, Mora yacía inmóvil en su sitio, observando cómo la joven de cabello castaño se alejaba en dirección a Peña. Estaba claro que ahora, hiciera lo que hiciera, debía hacerlo sola. Pero no le molestaba, de hecho, la hacía sentir poderosa. Ya no debía pedir permisos o segundas opiniones.

          -¿Los cuatro ases?

          La voz de Viola sonó lejana y sombría, como si fuera la primera vez que la escuchaba. Mora se volvió a ella y, tras soltar un suspiro, comenzó a caminar hacia la casa.

          -Sí –murmuró- los cuatro ases.

          Era hora de averiguar lo que escondían aquellas misteriosas cartas.

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 


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Editorial 6 noviembre 2009

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Algo sobre...

naranjareloj 

  

«SI LOS LIUDOS SON BUENOS ES PORQUE LES GUSTA, Y NI SE ME OCURRIRÍA INTERFERIR EN SUS PLACERES, ASÍ QUE LO MISMO DEBERÍAN HACER DEL OTRO NEGOCIO. Y YO SOY CLIENTE DEL OTRO NEGOCIO…»

 

Anthony Burguess, La Naranja Mecánica

 

 

           Qué ves: ¿arte o violencia? Lo leés una vez y encontrás un mundo desconocido. Lo leés dos veces y te imaginás caminando por esas calles oscuras y vacías de libertad. Porque Anthony Burguess tuvo esa capacidad de insertar elementos totalmente opuestos, pero que lograron armonizarse hasta el punto de lo inigualable. Es que, en definitiva, de alguna forma logró condenar el pensamiento de muchas sociedades contemporáneas y, simultáneamente, de ninguna en absoluto.

          Y cuando llegás a esa conclusión, volvés a leerlo. Todavía no sabés en qué momento de la historia estás parado -porque esa es la delicada sutileza que el autor intenta marcarte con su increíble glosario Nadsat– pero, aun así, hallás dos elementos que cautivan tu atención.

          En primer lugar, aparece el inconfundible muchacho post-guerra, rebelde y enojado con el mundo, que aún sufre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, iniciás a través de Alex una búsqueda moral de los valores sociales, deteniéndote en sus planteamientos éticos que, lejos de explicar el comportamiento humano, plantan en vos, hermano, las semillas de la reflexión: “¿Qué quiere Dios? ¿El bien o que uno elija el camino del bien? Quizás el hombre que elige el mal es en cierto modo mejor que aquel a quien se le impone el bien.”

          Y por ahí, acompañando a este joven cuya lengua ahora comprendés, observás un viejo vagabundo que, entre expresiones vacías y frases sin sentido, logra situarte en el tiempo con sus breves palabras: “¿Qué clase de mundo es éste? Hombres en la luna y hombres que giran alrededor de la tierra como mariposas alrededor de una lámpara, y ya no importa la ley y el orden en la tierra.” Indudablemente, ambas situaciones te suenan a la carrera por el espacio entre Estados Unidos y Rusia.

          Y son estas dudas las que, una vez acostumbrado a la melódica voz de Alex, te hacen desembocar en el intrínseco ámbito de la política. Notás que no sólo la carrera por el espacio condiciona el ambiente del libro, sino que el reciente establecimiento del comunismo y la extensión del socialismo te generan incertidumbres en torno al libre albedrío. De la misma forma, las políticas totalitaristas se infiltran e intentan resolver situaciones sociales en base al condicionamiento de la libertad, y logran impulsar los movimientos anarquistas. Así, hallás otro enfrentamiento que ya no tiene nada que ver con lo temporal o lo espacial, sino con la oposición entre las necesidades particulares y las colectivas. ¿Se necesita una política al servicio de la sociedad, o una política que únicamente respete las libertades individuales?

          Y cuando lográs alcanzar este punto, te das cuenta que, lentamente, empezás a sonreír. Algo te obliga a pasarte una mano por el pelo, negar con la cabeza entre risas e ironías, y exclamar, aunque sólo sea para vos mismo: “¡Dios mío, este tipo es un genio!” Porque no sólo logró disfrazarte la violencia con simples palabras desconocidas que, de manera incomprensible, logró espantarte la quinta vez que leíste el libro cuando ya usabas el Nadsat hasta para hacer los resúmenes de la facultad, sino que la fecha de edición te dejó estupefacto. 1961. Es que, justo esa mañana  compraste el diario y la descomunal cantidad de noticias referentes a violaciones, robos y asesinatos te horrorizó. Y ahora, todavía con La Naranja Mecánica entre tus manos, la última oración resonando en tu cabeza, y la mente repleta crítica social, te das cuenta que los interrogantes trascienden el punto final. Y pensás:

           “¿Será que Burguess, ya en los ‘60, sabía lo que sería de la sociedad? ¿Será que el único propósito de la atemporalidad es demostrarme que las cosas siempre han sido y siempre serán iguales?”

          Entonces, lo guardás en tu biblioteca bien a la vista porque sabés que dentro de veinte años, cuando tus ojos accidentalmente se posen en el título, una vieja cuestión surgirá dentro de tu cabeza: “Algo me dice que este libro tiene algo que debería comprobar.” Y, aunque en algún momento tuviste la esperanza de que no sería así, tu inagotable asombro aparece otra vez. Porque, al otro lado de la ventana, ves un mundo que avanza, progresa y, al mismo tiempo, que no se detiene a cambiar lo que ya debería estar erradicado. Es que la tierra sigue siendo lo que era en los ’60 de Burguess: una gran naranja mecánica que gira de manera automática, programada para tener bajo su dominio una sociedad conformista que ha perdido la capacidad de cuestionarse sus motivos, y que, aunque tus necesidades individuales lo requieran, ahora necesitará de mucho más que eso para cambiar el curso que otros le han impuesto.  

 

 

Anti-Recomendados 4 noviembre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 00:02

antirecomedados

Anti - niños

Un pequeño libro de unas 60 páginas para niñas, repleto de imágenes a color, y dibujos que hacen que salga una fortuna. Este diminito manual de la felicidad intenta instertar a las mujercitas en un prematuro mundo de stress y, a su vez, en la gigante necesidad colectiva de consumir autoayuda.

Ni para una primera comunión, ni para un cumpleaños, ni siquiera para un chiste de muy mal gusto. Este libro no se regala.

 

anti - adolescentes

Un mediocre intento de novela o, a decir verdad, ni siquiera. El plan comercial se evidencia desde los márgenes (que son incluso más amplios que el espacio que está escrito) que ayudan a incrementar el número de páginas, hasta la inexistente trama que lleva hacia un final que deja a los lectores estupefactos. No porque sea excelente, sino porque, en realidad, carece por completo de sentido. El final no existe.

Para los interesados en la literatura de baño,  se puede obtener «Tu Aliento» a sólo $10 en las mesas de ofertas de Super Vea y Disco.

 

anti - adultos

Por si no lograste ser feliz con «El Combustible Espiritual 1», esta es tu segunda oportunidad de enmendar la situación. Ari Paluch trae un nuevo método para alcanzar la paz con el alma, el disfrute de la vida, y toda esa basura de falsa autoauyuda que sólo enriquece sus bolsillos y los de las editoriales.

Para hacer la estafa redonda, el libro puede conseguirse a $49 en cualquier librería del país.

 

Liibook 3 noviembre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 15:26

liibook

 

CLICK ACÁ

 

Capítulo 8 – Comienza el Juego 2 noviembre 2009

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comienza el juego

 

(descargarlo acá)

 

«La vida es un juego de probabilidades terribles.»

Tom Stoppard

 

 

          Como últimamente ocurría, se ignoraron la una a la otra. Caminaron en fila, una delante y la otra atrás. Mora se movía callada con la vista fija en el suelo, Catalina sólo miraba la espalda de la primera. No se detuvieron en Metamorfosis, ni tomaron el cotidiano camino a casa. Sólo caminaron; quizás sin rumbo, aunque lo cierto era que una de aquellas dos mentes tenía bien en claro lo que quería: alejarse.

          Inevitablemente y, a pesar del paso en punta de pies de Catalina, Mora se detuvo y giró fulminando a la muchacha con la mirada.

          -Hacé lo que quieras –dijo, escupiendo las palabras– si me seguís, quedate callada.

           A pesar de los mil y un insultos que pasaron por la cabeza de Catalina, ésta obedeció la orden sin siquiera esbozar una mueca.

          -Esperame acá –volvió a increpar Mora, mientras entraba en un pequeño kiosco que tenía desde ropa hasta chupetines.

          La chica se sentó pacientemente en el pasto. Pasó sus manos por los cortos penachos verdes disfrutando de las leves cosquillas que producían en sus palmas. La humedad de la hierba la refrescó hasta el punto mismo de la satisfacción y, con una sensación extraña, notó que los músculos de su cara se contorsionaban. El aire sofocante del mediodía le acarició los dientes suavemente. Una sonrisa asomaba en aquella cara de ojos achinados por efecto de la resolana. Intentó recordar la última vez que había reído y, sin embargo, no logró rememorar un momento de felicidad. No es que tuviese poca memoria, sino que las preocupaciones acumuladas en su cabeza comenzaban a surtir efecto en ella.

          Quizás fuese su sensibilidad excesiva, como decía Mora, pero la situación se estaba tornando insoportable: las peleas con Mora habían dejado de aburrirle y empezaban a no molestarle. Catalina, quien encontraba en la indiferencia el peor de los sentimientos, sintió por primera vez que su amistad con Mora no existía.

          Un pequeño tintineó avisó que la puerta del negocio se abría. Mora llevaba una pequeña bolsa en sus manos con forma rectangular. Retomaron la caminata en fila de hormiga hasta llegar a una gran casa de ladrillos que se erguía allí donde las calles eran triangulares. Catalina reconoció, tras unos segundos, la casa de la abuela de Mora.

          La anciana, envuelta en una bata rosada, las invitó a pasar llamándolas con la mano. El gesto amable de la mujer les pareció totalmente anormal en confronte a lo que Viola las tenía acostumbradas. 

          Lejos del humo y el olor a alcohol, la mugre y el gato mutilado, las chicas encontraron un jardín repleto de flores y un majestuoso gato persa color marfil.

          Luego de las cortesías necesarias, Mora le pidió permiso a su abuela para utilizar el ático argumentando que necesitaba buscar unos libros. Con el pedido concedido por la sonrisa de la mujer, ambas muchachas subieron la escalera retomando los semblantes oscuros que habían iluminado sólo para disimular.

           El ático de aquella casa no merecía ser llamado ático. La luz y la limpieza convertían aquella habitación de techo bajo en un lugar realmente puro, casi mágico. Unos almohadones de color púrpura, dispuestos alrededor de una pequeña mesa ratona de colores monocromáticos, adornaban la alfombra lila. Por último, en una esquina, una computadora  y una biblioteca mediana completaban el lugar.

          -Ayudame a buscar un libro –soltó Mora, dirigiéndose hacia el lugar donde se encontraban los estantes.

          -¿Qué título? –dijo, despreocupadamente, Catalina.

          –El arte del destino –respondió la chica que ya había comenzado la búsqueda.

          Aquel nombre no le gustó en absoluto. Los brazos de Catalina reaccionaron con los bellos erizados ante el rechazo. O quizás fuese algo más fuerte que el rechazo: miedo. Era una presencia recurrente entre ellas, casi familiar y, sin embargo, tan efectivo cómo la primera vez que lo habían probado.

          A pesar del revuelo de pensamientos, Catalina se arrodillo para poder leer los lomos de los libros. La mayoría de ellos tenían las tapas desgastadas, por lo que debían explorar en su interior para hallar el nombre de las obras. Al cabo de unos minutos de respiraciones concentradas, Mora tomó un libro de tapa negra con letras rojas.

           -Acá está –afirmó, con una risa escalofriante.

A los ojos de Catalina, la actitud de su amiga era tan ilógica como tenebrosa. Es que las carcajadas se habían transformado en macabros alaridos, y su tranquilidad característica en ambición y avaricia. No entendía cómo Mora podía pensar que ella fuese la elegida de Viola, y menos podía entender cómo esa teoría le generaba celos.

          Con el objeto todavía entre manos, la muchacha se levantó y se dirigió hacia los almohadones. Esta vez no necesitó explicitar oralmente la orden ya que Catalina también se levantó tras ella y se sentó a su derecha. Entonces, llevó la mano a su bolsillo y sacó la pequeña bolsita misteriosa con la que había salido del kiosco. Con un poco de ruido, la chica extrajo de adentro una caja de cartón rectangular: un mazo de cartas.

          La pregunta eminente no se formuló. Catalina optó por no interrogar a aquellos oídos sordos que sólo le responderían necedades. Contrariamente, observó las manos de Mora que le entregaban, justamente, aquel instrumento tan inocente como peligroso.

          -El vínculo Phenomena te eligió, así que vos sabrás qué hacer.

          La ironía de Mora era digna de una lengua bífida, sin embargo, el objetivo en este caso no era una herida superficial, sino una mordida profunda y denigrante: sabía que, sólo lastimando el orgullo de Catalina, iba a poder obtener la imprudencia necesaria para aquella decisión.

          La reacción fue espontánea. Con un ruido seco, le arrebató las cartas de la mano y, como si fuese una experta, preparó la baraja para comenzar con todo aquello. No aceptaba la conclusión de Mora pero, de una vez por todas, necesitaba terminar con lo que había desencadenado Viola en sus vidas. Terminar o, mejor dicho, comenzar.

          Las cartas comenzaron a ordenarse sobre la mesa en tres filas; algo que habían inventado, puesto que desconocían la formación original. Entre espadas, un diez de basto se hallaba acompañado por un rey dado vuelta. Luego, los cuatro unos cerraban la tirada ubicándose inmediatamente al lado del doce.

          Mora abrió el libro y comenzó a pasar las páginas. Éstas, por el estado añejo de la encuadernación, crujían aferrándose débilmente al pegamento fosilizado.

          La chica se detuvo en un capítulo que llevaba por nombre “Interpretación”. Allí, un amplio cuadro explicaba carta por carta el significado de los simbolismos que aún permanecían ocultos a sus ojos.

          -Bien… -Dijo Mora, en voz alta, más para sí misma que para Catalina.- La sota es una mujer morocha de mediana edad, es decir, es Maia.

          Sus ojos se deslizaron a lo largo de las cartas buscando algo más que interpretar, como si realmente comenzara a ver el destino de aquella atormentada mujer.

          -Las espadas simbolizan problemas, obvio. –Agregó, negando con la cabeza, como si fuera una idiota por no haberlo visto antes.

          Pasó varias páginas y unas cuantas hojas cayeron sobre el suelo, totalmente derrotadas. Mora las juntó y las puso otra vez desordenadamente en su sitio. Mientras, leía lo que el doce significaba.

          -Éste es él –dijo, dejando caer su dedo índice sobre el rey.- Por lo que podemos interpretar que los problemas son en torno a la pareja. Lo que no entiendo…

          Y se quedó repentinamente callada. Catalina se mantuvo en silencio, a la espera. Mora pasaba las hojas con rapidez, mientras fruncía el entrecejo a causa de su creciente histeria. Esa página que necesitaba estaba ausente.

          -¡No puede ser! –Gritó, dejando caer el libro al suelo- ¡Faltan varias páginas!

          Catalina tomó el libro y comenzó a hojearlo.

          -¡Explica lo que significan las cartas cuando aparecen en conjunto, pero el simbolismo los cuatro unos no está! ¿Podés creerlo? –Su indignación crecía segundo a segundo, mientras Catalina corroboraba lo que Mora decía.- ¡Es como si no quisieran que supiéramos!

               La puerta del ático se abrió lentamente. La abuela de pelo de nube gris traía en sus brazos una enorme bandeja de desayuno. Atinó a hablar entreabriendo la boca pero no lo hizo, sorprendida por el estado de nervios de las chicas.

             -Les traje unos mates –agregó, luego del silencio, por no decir “espero no interrumpirlas”.

             Intentaron cambiar sus rostros nuevamente alegando la excitación a una nueva conquista de Catalina. Rieron falsamente hasta que la puerta del ático volvió a cerrarse. Sin volver a hablarse, revisaron cuidadosamente el libro por enésima vez. El mate permaneció olvidado, invisible para aquellas dos mentes ciegas.

            Permanecieron aisladas en el segundo piso de la casa durante horas, sin embargo sólo se dieron cuenta del tiempo cunado la luz caliente del sol abandonó las pequeñas ventanas cuadradas. En lugar de él, un infinito cielo negro se alzó sin luna alguna. Sumidas en las penumbras, habló Catalina:

            -¿Qué vas a hacer? –preguntó, desligándose totalmente de los actos de Mora.

            Ésta no respondió.

            -No tenemos nada -agregó Catalina– Mora no podemos hacer nada, ni con cartas ni sin cartas.

            El silencio se mantuvo, manchado solamente por un murmullo inentendible de la muchacha cuestionada.

            De repente, unas luces se encendieron en el patio iluminando tenuemente el ático. Seguro las debía de haber prendido su abuela, no obstante, un impulso obligó a Mora a asomarse por la ventana. Catalina la observó aovillada detrás de la mesa ratona.

            -Los gatos –dijo Mora.

            Para aquellos oídos ajenos, la simple frase podía resultar una incoherencia de la muchacha, sin embargo, para ellas dos tenía un significante diferente. Representaban no sólo a Viola, sino también a la desesperante imposibilidad de huir de ella. El gato ciego solía aparecer en aquellos momentos en que las muchachas descreían lo ocurrido o, simplemente, querían olvidarlo. Era su mejor espía y, paradójicamente, era ciego.

            -Son ocho –agregó Mora, que los seguía observando.

            En sus enunciaciones ya no residía el temor histérico, sino que ahora el miedo se reprimía tranquilamente en sus interiores. Ya no había gritos de desesperación o sorpresa porque la situación había dejado de ser excitante. Se había vuelto tortuosa y silenciosa, era el peor de los miedos, aquel que las aislaba y las volvía débiles.

          -Tengo que ir a ver a Viola – expreso Mora, quizás hablándose a si misma.

          Sin embargo, la formalización de su pensamiento no activó su cuerpo. Se mantuvo estampada junto a aquella pared esperando el impulso o mirando, si es que seguían allí, a los felinos.

           -Tengo que ir a ver a Viola –repitió, esta vez clavando los ojos en el otro par de ojos que la ignoraban.

          Catalina, sorprendida por el gesto de su amiga, sólo atinó a levantar los hombros desentendiéndose de lo que le decían. No había esperado que Mora le hablara, pero menos había especulado con la idea de que ésta volviese a pedirle ayuda. A pesar de todo, no quería dejarla sola, pero sabía que si la acompañaba iba a perjudicarla. Sin importar como continuara su relación, tenía que alejar a Mora de Viola.

           -No –contestó Catalina, firmemente.

           Las conversaciones entre las muchachas no sólo eran cada vez más monosilábicas, sino que el tiempo que tardaban en contestarse la una a la otra era insoportable. Era fácil darse cuenta que, a diferencia de antes, las respuestas estaban precedidas por un amplio razonamiento. Ya no compartían todo.

           El celular de Mora sonó haciéndolas asustar. El sonido del vibrador contra la mesa de madera fue estrepitoso. Catalina lo tomó para evitar el ruido y, espiando la pantalla, se lo pasó a la dueña.

          -Número privado –dijo, en voz baja, como avergonzada por la intromisión.

          Sin hacerle caso, Mora atendió apretando, sin darse cuenta, el botón de altavoz.

           En un principio, nadie contestó del otro lado del teléfono. Luego de una reiterada serie de «hola», las chicas escucharon una voz grave. Pertenecía a un hombre, eso era seguro. Les era familiar, sin embargo no lograron escuchar el mensaje.

          -Hola –volvió a repetir Mora.

          -¡Aléjense de Maia! –gritó la voz desconocida. O, quizás, no tan desconocida.

          El pitido ausente proveniente del celular rompió la noche. Ya no se trataba de espías felinos; un hombre las había amenazado acrecentando en Mora las peligrosas ganas de jugar. Catalina no podía distinguir cual de los dos peligros era el peor, sin el hombre o Mora.

           El timbre sonó. Volvió a escucharse otra vez, aunque de manera más enérgica. Insistentemente, la campana volvió a oírse por tercera vez.

            Soltando el aire por la boca, Mora se apuró a bajar las escaleras ya que su abuela debía de estar ocupada. Sin motivo aparente, Catalina la siguió pisándole los talones. Su sexto sentido nunca fallaba. El timbre volvió a sonar por cuarta vez. Mora corrió la cortina de una de las ventanas del living para observar quien estaba en la puerta. Inmediatamente, soltó la tela y se agachó.

          -Agachate, que no te vea –murmuró en voz baja, para que nadie, salvo ella, la escuchara.

          El timbre volvió a tocar una quinta vez. Y una sexta.

          -Es él –dijo, casi entre sollozos, Mora.

          Catalina, que no se había agachado ya que nadie podía verla detrás de la puerta, se puso en punta de pies y ubicó su ojo izquierdo en el pequeño agujerito que funcionaba como visor. Ahí estaba, tras las rejas, a unos pocos metros. El pelo canoso parecía gris por la oscuridad de la noche. Vestía igual que la última vez que lo habían visto, a pesar de que, aquella ropa, tendría que haber estado empapada. Con sus dedos negros presionó dos veces más el timbre y, echando una mirada aguda hacia la entrada de la casa, se fue corriendo.

          A pesar de no hablarse, en las mentes de las dos chicas rondaban las mismas ideas espantosas: ¿Las habría seguido? ¿Qué hubiese pasado si la abuela de Mora hubiera abierto? O, peor aún, ¿qué pasaría si aquel hombre las esperaba escondido en la calle? ¿Las lastimaría?

          Como si un sacudón de cabeza pudiese borrar todas esas posibilidades, Mora negó girando el cuello enérgicamente y se puso de pie. Volvió a asomarse por la cortina, y vio la reja totalmente vacía.

           -¿Qué hacen ahí?

           La abuela de Mora las sorprendió asomadas a la puerta mientras barría el comedor. Con una nota de curiosidad en su rostro, esperó la respuesta de alguna de las muchachas apoyada cómodamente en la escoba.

          -¿No escuchaste el timbre? – preguntó Mora alzando una ceja.

          -No –rió la mujer– si el timbre no sonó.

          Ambas muchachas se miraron perplejas. Las ocho veces que el hombre había tocado el timbre eran ruido suficiente para que cualquier persona, por más sorda que estuviese, lo hubiera escuchado. Por lo que, teniendo en cuenta la situación, decidieron evadir el tema, después de todo ¿quien iba a creerles su historia? 

 

 

Rocío Fernandez – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 


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Busquemos arte en Mar del Plata 30 octubre 2009

Filed under: Busquemos Arte en Mar del Plata — Phenomena @ 10:55

Con una fuerza de otra galaxia digo: ¿Qué vas a comer?

 

Esta

 

 

Ingredientes:

Mariano Prudente – Bajo y Coros

Germán Sapere – Guitarra

José Ignacio Calandra – Guitarra

Mariano Giménez – Batería

Ignacio Rabinovich – Voz

 

 

 

Me pasaron un par de temas y me senté a escucharlos. Con la luz apagada y los ojos cerrados, como hago siempre. Después de la quinta repetición del reproductor, me levanté y, fuera de apagarlo, subí el volumen para disfrutar del conjunto musicalmente delirante.

 Así es Pizza Delirio. Una tremenda y joven dosis de notas, imposibles de encuadrar en algún marco ya que, y aunque uno se oponga, esta banda nos invita a volar verdaderamente Fuera de la Nebulosa (por cierto, una de sus canciones)

  

La Receta

La preparación de la masa  se dio en el Colegio Nacional Arturo Illia, donde los cinco músicos se conocieron y comenzaron a tocar covers en el taller del colegio. Quizás, esta ilusa historia de películas suene algo trillada, pero la realidad es que allí fue donde todo comenzó. Tanto los músicos como la música comenzaron a amigarse y a crear algunas de las que luego serían las primeras canciones de Pizza Delirio.

La banda que, en un principio, estaba compuesta por Mariano Prudente (Bajo y Coros), Germán Sapere (Guitarra) y Mariano Giménez (Batería), se vio completada, en el año 2007, por Ignacio Ravinovich (Voz) y José Ignacio Calandra (Guitarra).

Para ese entonces sólo faltaba hacer la salsa. Comenzaron a presentarse en el teatro del colegio y, en un abrir y cerrar de ojos, se vieron plantados en el escenario del Bar Liverpool, Gap, Club House y el Centro Andaluz, entre otros.

Sin embargo, no fue hasta comienzos de Abril del 2009 que la pizza estuvo lista (con muzzarela y tomate) para cocinarse. Se presentaron en el concurso de bandas de Abbey Road llamado Buscando La Banda in Concert 2009 donde el premio aseguraba la posibilidad de grabar un disco en un importante estudio de grabación de Mar del Plata.

Y así fue como, después de dos etapas eliminatorias, Pizza Delirio compitió en la Final junto a otras dos bandas. Obviamente supongo que se darán cuenta quien recibió el primer mordisco, por lo que, habrá que estar atento a la publicación del primer disco de Pizza.

  

Condimentos

El nombre de la banda, se que a todos les debe de haber llamado la atención, no es un simple capricho. Tiene, de hecho, dos posibles significados:

  • uno de ellos responde al estilo de música delirante que los músicos proponen mezaclando desde Hard Rock con sonidos alegres y llevaderos del Reggae.
  • el otro, puede reflejarse en el logo del banda: Pizza De – Lirio

 

Delivery

La banda se va a estar presentando el sábado 7 de Noviembre en el boliche Gap, a las 21.30 hs. No pierdan la oportunidad de conocer a esta banda que está comenzando a demostrar lo que le gusta, su propia música.

(Entradas anticipadas $10 – Consultas al 223-5601072).

 

 

(Sepan disculpar pero no hemos podido subir la música. Prometemos que en cuanto podamos la subimos al reproductor)

 

Recomendados 28 octubre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 00:01

 

Recomendados para Niños, Adolescentes y Adultos.

 

 

Rec.Niños 28-10

Hay diversos tipos de duendes. Cada uno tiene una misión específica, pero los más divertidos son los duendes con rayas. «Rayas» es uno de ellos, y su gracia consiste en confundir a todo el mundo. A sus sesenta años le dicen que es hora de que deje de ser tan niño, que tiene que sentar cabeza, y para ello, será bueno que viaje y vea lo que sucede en el mundo. El mismo día de su cumpleaños, después de la fiesta, empieza su viaje. Le suceden múltiples aventuras en las que él es juzgado por diversos animales, con opiniones completamente contrapuestas. Esto, aunado al poder que tiene para ayudar a los demás, lo hace reflexionar y, sobre todo, lo prepara para su gran obra: cambiar al Duende Negro Arrugado en un duende negro normal. Aquél, como todos los duendes arrugados, trae la desgracia a animales y hombres. Éstos llegan a odiarlo. Pero Rayas hace que el corazón de la gente cambie con respecto a Duende Negro Arrugado, que siente su transformación interior y se vuelve un duende normal.

 

Rec.Adolescentes 28-10

En el archipiélago de Terramar hay dragones, magos y espectros, talismanes y poderes. Es un mundo gobernado por la magia y, ante todo, por las palabras, pues cada cosa posee su nombre verdadero, el designado durante la Creación, que otorga a los hechiceros el dominio sobre los elementos y los animales. Sus gentes, sencillas y tranquilas, tienen como único objetivo conseguir paz y sabiduría. Este volumen recoge las dos primeras novelas de la saga. Sus respectivos protagonistas, el joven mago Ged y la sacerdotisa Tenar, experimentarán una serie de aventuras que los transformarán profundamente, les harán crecer y liberarse de sus miedos y represiones para convertirse en auténticos héroes que colaboren en el restablecimiento del equilibrio cósmico. Crítica y lectores coinciden en que el de Terramar es un universo literario tan sólido e inolvidable como el de J.R.R. Tolkien: todo amante de la Tierra Media debe adentrarse en estas páginas repletas de belleza, fantasía, emociones y alegorías que trascienden el género y ofrecen enseñanzas y entretenimiento con la maestría de una de las mayores escritoras de todos los tiempos.

 

Rec.Adultos 28-10

La reina Juana de Castilla, hija y madre de reyes, es el personaje más carismático y fascinante de un período crucial de la historia de España. Hermosa, inteligente, segura y poderosa, se rebeló contra la represión y los abusos, y luchó sin descanso por ser fiel a sí misma. En 1509, con veintinueve años, fue declarada loca y encerrada en Tordesillas, donde permaneció hasta su muerte en 1555.
Cuatro siglos más tarde, a través de Lucía, una joven de asombroso parecido con la Reina Juana de Castilla, un historiador busca resolver el enigma de quien fuera más conocida como Juana la Loca. ¿Enloqueció de amor, como cuenta la historia oficial, o fue víctima de traiciones y luchas por el poder? Seducida por la pasión de la palabra, Lucía se adentra en un pasado que alterará su presente para siempre. En esta novela, histórica y contemporánea, Juana de Castilla regresa para contar su propia versión de los hechos.

 

Capítulo 7 – Ayúdenme 26 octubre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:01

ayudenme

 

(descargalo acá)

 

“La confusión es un estado mental. Se cree que su origen es la duda cuando verdaderamente proviene del miedo.”

 

Lourdes Franco

 

 

 

Las últimas dos semanas las habían mantenido inmersas en un mar de trovadores y frases de Cicerón. Los parciales enclaustraban lo curioso de sus mentes, alejándolas hasta de aquella esencia picaresca que las caracterizaba.

Las responsabilidades se desplomaban sobre ellas de tal manera que, durante el tiempo en el que debían cumplir con sus obligaciones, no existía distracción alguna que pudiera hacerlas fracasar. Lo cual no significaba necesariamente que fueran alumnas excelentes sino que, más bien, sabían cómo encaminarse rápidamente y bajo presión.

También los calientes cafés de Metamorfosis se habían visto suspendidos. Ahora, sin embargo, las chicas suspiraban otra vez con los bigotes de espuma procedentes del primer sorbo, al reencontrarse con aquella bebida extrañable; es que, como ellas decían, “el café de Meta era insuperable”.

Se recostaron sobre el sillón de cuero oscuro y dejaron que sus cuerpos se amalgamaran con los almohadones ruidosos. Estaban mentalmente exhaustas.

No hablaron y, si cruzaron algún comentario, fue sobre los exámenes, lo que denotaba lo fático de su conversación. Es decir, después de haber rendido examen tras examen, ¿quién querría seguir hablando sobre ellos?

Le pagaron a la chica de sonrisa amistosa y se fueron. Bajaron la escalera ya sin rememorar caídas pasadas. Ni siquiera les importó la baranda floja que anteriormente era motivo de bromas.

El día estaba gris y amenazaba con una tormenta, aunque no feroz como la de aquel día en que habían conocido a Viola. Caía una lluvia apaciguada pero constante, aún más escalofriante que los relámpagos venosos, que anunciaba que se avecinaba una de esas cortinas de agua que suelen nublar la visión y que parecen no tener fin.

Se pusieron las camperas que, afortunadamente, habían traído por la insistencia de sus madres. Mientras Catalina esperaba que Mora se abrochara la prenda, observó el panorama a su alrededor. Su vista se clavó en la vía ya no por obsesión sino por interés.

A lo lejos, veía una figura que se movía rápidamente hacia ellas; era una persona. Algo petrificada y, a su vez, intrigada, esperó que se acercara para poder dilucidar la imagen: era una mujer de pelo empapado y liso, ropa rasgada, y que corría desesperadamente con el semblante turbado entre agitadas respiraciones.

Catalina movió su mano hacia atrás tanteando el cuerpo de Mora sin siquiera mirar lo que tocaba. Balbuceó una especie de llamado reclamando la atención de su amiga mientras que, incapaz, no quitaba los ojos de encima de la mujer que continuaba acercándose.

Mora levantó la mirada y se topó con la figura en movimiento. Reconoció en seguida aquel rostro mortuorio. La mujer que, tras las cortinas amarillentas, había estado observándolas mientras salían de la casa de Viola. Mora estaba casi segura de que Catalina nunca había reparado en ella, por lo que, como últimamente ocurría, decidió ocultarle lo que sabía.

-¿Viene hacia nosotras? –dijo Catalina, más como afirmación que como interrogación.

Esperaron sin moverse hasta que, a un metro de distancia, la mujer se detuvo. Hinchando el pecho en busca de aire, se mantuvo en pie sin reparar en la lluvia aunque sus piernas parecían no poder resistir su peso un segundo más. El estado en el que se encontraba era lamentable: no sólo tenía las ropas descuajeringadas sino que su cuerpo, teñido con manchas violáceas y amarillentas, parecía ser víctima de los más atroces castigos.

No habló, sólo las miró con aquellos ojos del color del temor.

Sin saber qué decir, Catalina se quitó la campera y la posó sobre sus hombros al mismo tiempo que la empujaba para que se ubicara debajo del techo del café literario. Al posarle su mano sobre la espalda pudo sentir el estado raquítico de su cuerpo, y la columna casi puntiaguda la obligó a quitarle las manos de encima.

-¿Quién sos? –preguntó fríamente, Mora.

La dureza de la chica, quizás algo desubicada, tenía un fundamento válido. Después de todo, sólo ella sabía que la mujer las espiaba.

Catalina fulminó con la mirada a su amiga sin entender su trato desalmado. Su cara denotó un asco que jamás había sentido por la muchacha que creía su mejor amiga. Sin prestarle atención, ayudó a la extraña a sentarse en una de las sillas del local, mientras esperaba a que se calmara para poder hablarle.

Mora, a pesar de que los temblores del cuerpo de la mujer no cesaban, insistió con su pregunta.

-Dejala en paz, Mora -respondió Catalina, con fastidio.

-Ayúdenme, por favor -balbuceó la mujer entre sollozos.

Mora bufó llevándose las manos a la cara en señal de frustración mientras caminaba sin rumbo alguno. No entendía nada de lo que ocurría, y lo peor era que lo que le sucedía parecía no cesar nunca. Se repetía una y otra vez, la llevaba de la ambición al llanto y, paradójicamente, la mantenía hechizada.

-Mora, por favor… –soltó la mujer casi en un susurro, con la voz ahogada.

Aquella cuyo nombre había sido nombrado se giró bruscamente en dirección a los dos pares de ojos que la seguían. No podía creer que Catalina estuviese ahí, arrodillada frente a esa piltrafa de huesos, cuya única función era enloquecerlas y quitarles tiempo. No conocía a esa mujer histérica que, motivada únicamente por el aburrimiento, estaba pidiéndoles ayuda en falso pero, peor aún, desconocía a esa muchacha de cabello castaño que alguna vez había sido lo mismo que una hermana.

La bronca hizo que pequeñas lágrimas brotaran de sus ojos, mezclándose con la lluvia. Se pasó el brazo por la cara para borrar esas marcas de debilidad y, asqueada, se giró.

-No, por favor -volvió a hablar aquella voz debilitada con una nota de sufrimiento en las palabras, casi como si fuese un alarido.

Repentinamente, un hombre apareció detrás de ellas provocando en la mujer un ataque de llanto. Era alto y, aunque flaco y algo viejo, parecía de músculos fuertes. Su rostro se encontraba cubierto de marcas que, al fruncir el entrecejo, delataban la alteración que rondaba su mente. ¿O sólo era furia?

Caminó hacia ellas y, sin siquiera observar a las amigas, tomó a la mujer del brazo. Luego, consciente de la presencia de extraños, aflojó la presión. De su mirada, antes cargada de un espasmódico reflejo de exaltación, sólo quedaron las límpidas secuelas de su irreflexivo ataque de ira.

-¿Estás bien? –Murmuró, acercando sus labios al cuello de la mujer.

Las chicas se mantuvieron en silencio mientras observaban aquel cuadro en el que algo parecía desentonar. Violencia y reconciliación, sufrimiento y amor. Esa muchacha aterrada que difícilmente había pasado su tercera década de vida seguía llorando sobre el hombro de su marido.

-Andá a casa –le dijo, mientras acariciaba su cabello.- Esperame allá.

Ella soltó un sollozo, las miró otra vez con expresión inescrutable, y comenzó a caminar vía adentro. Una vez lejos, el hombre se acercó hacia las muchachas.

-Perdón –manifestó, mientras alargaba la manga derecha de su pulóver tanto como podía.- Maia tiene problemas de depresión. Lamento muchísimo si les ocasionamos algún problema.

 Catalina no reaccionó, así que Mora, decidida a quitarse de encima cualquier problema que concerniera a esa mujer, asintió ligeramente. El hombre, sin siquiera mirarla, caminó en la misma dirección en que lo había hecho su esposa. Una vez solas, Catalina alzó la mirada.

-¿Qué te pasa? –Soltó, alzando la voz- ¿No ves que ese tipo estaba mintiendo?

-No te la agarres conmigo –Respondió Mora, en tono frío- Para mi no estaba mintiendo. ¿Te diste cuenta de las ojeras que tenía? Los pacientes de mi mamá también las tienen. Es por el insomnio y los medicamentos.

Catalina refunfuñó y dibujó una expresión de desconcierto.

-¿Y los moretones se los dibujó ella, Mora?

Mora soltó un bufido.

-¿Vos sos consciente de las cosas que puede hacerse una persona depresiva? ¡Esos golpes pueden ser de cualquier cosa! –Catalina la estaba irritando- Con el desorden alimenticio que tiene, porque sino no estaría tan flaca, los moretones pueden salirle sin siquiera darse un golpe.

Catalina hizo un ademán con la mano y caminó en dirección a la facultad, dándole la espalda. Mora la siguió con desgano.

Ese día se sentaron en el fondo. No porque la diversión amenazara con mantenerlas distraídas, sino porque, en ese momento, la falta de concentración pasaba por otro lado. Era como si los cambios de actitudes, variables dentro de sus mentes, se apegaran alternadamente a una o a la otra. Porque mientras que Mora había comenzado siendo la escéptica y Catalina la aventurada, ahora los roles parecían estar invirtiéndose hasta volverlas irreconocibles.

Catalina tenía miedo. Temía porque, aunque no lo decían, las sospechas de las dos apuntaban a que la “elegida” por Viola era ella, y no le tentaba para nada una vida en soledad. Mora, por su parte, sentía envidia y, a su vez, rencor hacia ella misma. Algo le decía que, de haber tomado antes la resolución de creer en las cartas, podría haber sido ella la indicada, y no Catalina.

Por otro lado, algo estaba arrebatando el lado humanitario de Mora y dándoselo a su amiga. Mora odiaba a todos y su rostro se encontraba adornado por una hosca expresión de antipatía, como si no necesitara a nadie. Catalina, por el contrario, había abandonado las constantes burlas a las señoras que cursaban con ellas, y su actitud moralizante y madura no dejaba lugar para ningún tipo de diversión, como si no valiera la pena; como si para ser adulto se requiriera únicamente de integridad ética y nada más.

-¿Y ahora qué vamos a hacer? –dijo Catalina, con la mirada sobre su carpeta, en un intento de abstraerse de la clase.

El aula sesenta y uno se mantenía en silencio, únicamente cargada de una impetuosa dosis de explicaciones sobre literaturas germánicas medievales que no lograban retener. A su vez, la escasa luminosidad que provenía de las ventanas del fondo dibujaba extrañas figuras sobre el pizarrón, hipnotizando a Mora que no lograba despejar su cabeza.

-¿Qué vamos a hacer con qué?

Catalina levantó su rostro y, sin lograr observar a su amiga, también se perdió en los dibujos que mantenían a Mora atrapada.

-Con todo. Con lo que nos dijo Viola, con lo que… -Hizo una pausa para pensar en lo que iba a decir, como si el contenido de la conversación pudiera desatar una tormenta- con lo que acaba de pasar.

Mora dejó caer un puño sobre la mesa, sobresaltando a varios. Catalina parecía no tener ganas de acabar con eso e, ignorando todo lo que habían discutido minutos atrás, estaba dispuesta a no rendirse con mucha facilidad.

-¿Qué es lo que pasó recién?

-No te hagas la idiota, Mora –dijo, volviéndose hacia ella por primera vez- ¡La mina sabía tu nombre!

Mora sostuvo su mirada con ira, intentando decirle con los ojos todo lo que no podía gritarle.

-¡Eso es porque nos está espiando! –Dijo- Ya lo sé, tendría que habértelo dicho antes. Una vez, cuando salíamos de lo de Viola, miré hacia la casa de al lado porque sentía que nos observaban y la vi. Está loca, Catalina. No tiene vida y se mete en la de los demás.

La joven se mantuvo en silencio, contemplando el semblante de Mora. Odiaba los secretos, más cuando las concernían a las dos. Si Maia las espiaba a las dos, y no sólo a Mora, tendría que habérselo dicho. Finalmente, en cuanto su conclusión estuvo resuelta, negó con la cabeza.

-No me parece que sea eso –manifestó- Además de nosotras, ¿cuánta gente anda por la vía? Lo único que busca es alguien que la ayude a sacarse al marido de encima, que es obvio que le pega.

-¿Al marido? ¿En qué universo una mujer se habría ido con el hombre que la maltrata? –Su voz era de irritación- ¿Vos estás escuchando lo que estás diciendo?

-No sé, Mora. Decime vos que parecés ser la psicóloga.

Sus voces comenzaban a alzarse sobre la clase, sin siquiera darse cuenta. Varios las miraban.

Mora se puso de pié, molesta por no lograr que su amiga entrara en razón. Metió las hojas en la carpeta con desprolijidad y, colgándose la mochila de un hombro, miró a Catalina.

-¿Está todo bien?

La voz a sus espaldas era calma e inexpresiva y, sin lugar a dudas, provenía de la profesora. La clase entera las miraba.

-No pasa nada –dijo Catalina, respondiendo por su amiga- es un mareo nada más.

Y, dispuesta a no dejarla escapar, comenzó a juntar sus cosas.

-No –expresó Mora, rotundamente- Necesito estar sola.

Y, antes de irse, ablandó su mirada, dispuesta a calmar las cosas. No le gustaba pelearse con Catalina. Mientras sorteaba bancos, sus ojos se desviaron inconcientemente hacia las ventanas, desde donde era visible la vía.

Casi enfrente, unas persianas se mantenían en alto revelando una descuidada habitación de empapelado grisáceo. Allí, una pareja peleaba con violencia y, la mujer, de contextura pequeña, era golpeada en la cara. Esa mujer era Maia.

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 


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Sobre el Capítulo 7. 25 octubre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 16:02

 

Para que, a partir de las doce, no puedas perderte. 

Mapa más claro que este no existe.

 

C7

 

Editorial (o la respuesta a una duda recurrente) 23 octubre 2009

Filed under: Nota Editorial — Phenomena @ 00:01

libros

¿Cómo Hacen Para Escribir de a Dos?

 

POR PHENOMENA

 

 

“Un equipo es una combinación de miles de factores humanos y psicológicos encaminados hacia el mismo objetivo: La victoria.”

Manuel Gómez-Brufal Flores

 

 

          Lejos de molestarnos, la pregunta no deja de generarnos asombro. No obstante, no es tan fácil encontrar una respuesta, porque nuestros mecanismos están tan automatizados que resulta muy complicado llevarlos a una simple explicación. Supongo que el punto de partida es simple: la idea es la de trasladar la dinámica grupal de cualquier equipo al plano de lo literario. ¿Cómo hacen los chicos de Grandelín para sacar ideas de dos cabezas y transformarlas en un único producto? Qué risa. Ahora la pregunta se la van a hacer a ellos y nosotras vamos a divertirnos muchísimo; por favor, no dejen de hacerlo.

          Volviendo a lo que nos concierne, la situación no es muy complicada. Todos lo hacen, desde escritores que, como nosotras, recién comienzan, hasta bandas profesionales. Algo que recuerdo siempre, que en cierto modo se parece mucho a uno de nuestros ejercicios, es el método que propuso Alan Hetfield para su conocida banda Metallica. Ellos se sientan delante de una pizarra y tiran palabras al azar; palabras que, en efecto, se encuentran relacionadas por un campo semántico que está en la sintonía que ellos comparten. Es decir, la visualización de la composición que están buscando está en sus cabezas. Dicen: “Vamos a escribir una canción que se llame ‘Fuel’ (Gasolina)” y de ahí que surjan palabras como “fuego”, “adrenalina” y “quemar”. Muy interesante, la verdad, y por sobre todas las cosas, constructivo.

           Nuestras prácticas están un poco más ligadas a lo vanguardista, a lo que se conoce como “Cadáver Exquisito”, pero con algunos cambios más personalizados. Nos hemos sentado (quizás en alguna clase aburrida de la que Mora y Catalina habrían escapado) a pensar una temática como “amor” o “morbosidad”, para luego escribir entre una y tres oraciones cada una y pasarle la hoja a la otra; siempre permitiéndonos leer lo que la otra anteriormente escribió a fin de mejorar la fluidez entre la escritura de una y la escritura de la otra. No obstante, no se nos da mucho esto de practicar porque, en realidad, escribir juntas nos sale de manera natural.

          Así que, en resumen, nuestro método es muy sencillo. Nos sentamos frente a la computadora, pava y matelín en mano, y mientras una escribe, la otra hace mate (esta última nunca es Rocío porque podríamos terminar ahogadas en un exquisito mar verde, totalmente inadecuado para diabéticos). A veces, para variar, nos vamos a Metamorfosis y, acompañadas de un cafecito, escribimos a mano en nuestros cuadernos literarios. Es tan simple como eso, en serio, y perdón la decepción si esperaban encontrar algún puterío divertido de esos que, engendrados por la discrepancia en cuanto a un adjetivo, podría valernos la amistad. No hay nada de eso, nuestros trapitos sucios pasan por otro lado, pero eso es otra historia.

 

 

 

Recomendados 21 octubre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 00:01

 

Recomendados para Niños, Adolescentes y Adultos.

 

Rec.Niños 20-10

 

Siempre es de noche en Las Ascuas. La ciudad ha sido construida bajo tierra y las únicas luces que la iluminan doce horas al día provienen de las farolas. Más allá de la ciudad se encuentran las Regiones Desconocidas, que nadie ha explorado todavía. Los habitantes de Las Ascuas han vivido confortablemente durante doscientos cincuenta años, mientras sus comercios han estado bien abastecidos. Pero llega un día en que, poco a poco, dejan de estarlo; y para colmo las luces de las farolas y todos los focos empiezan a parpadear. Todos se preguntan qué pasará cuando el generador central, que funciona gracias a un río subterráneo, se estropee del todo.

Lina, una niña de trece años, acaba de empezar a trabajar como mensajera, y ello le facilita el acceso a ciertos secretos. Su amigo Doon se ocupa de reparar las tuberías bajo tierra. Cuando la chica encuentra un papel que dice «Instrucciones para salir» poco a poco cae en la cuenta de que ahí puede haber una solución a los problemas. Ella y Doon aprovecharán sus respectivos oficios para tratar de hallar una salida a la desesperada situación en la que se encuentran.

 

[También en película]

 

Rec.Adolescentes 20-10

 

Franc Villers, un renombrado investigador francés de seres sobrenaturales, ha desaparecido en las costas galesas cuando un grupo de barcos élficos se dirigía al poniente.

Evaristo, su hijo, parte rumbo a la Patagonia siguiendo su rastro y descubrirá un universo mitológico tan vasto como el europeo. Allí conoce a Nahuelfú, un nativo del lugar que lo ayudará a cumplir cuatro misiones que le permitirán descubrir el secreto de la desaparición de su padre y que lo pondrán en contacto con los seres sobrenaturales de la Argentina.

El primer diario de Villers describe con historias e ilustraciones un viaje lleno de peligros y aventuras, donde las hadas, duendes y sirenas del sur de nuestro país ayudan al protagonista a encontrar su identidad.

Ideal para grandes y niños, esta saga de tres libros nos llevaráen un viaje antiguo y misterioso por el corazón de la mitología de nuestro país.

 

 [Diario 2: Noroeste – Diario 3: Litoral]

 

Rec.Adultos 20-10

 

«Permitanme presentarme. tengo sesenta y nueve años, vivo en la casa en que crecí y he sido profesor de biología y astronomía en el colegio secundario del puelbo durante tantos años que he dado clases al nieto de uno de mis alumnos. Uso el reloj de pulsera de mi padre, que me dice que son las cuatro y media pasadas de la mañana y aunque antes no lo creía así, ahora pienso que la esperanza es la esencia de los hombres buenos.»

Los relatos de El Emperador del Aire consagraron a Ethan Canin como una de las promesas más interesantes de la nueva narrativa norteamericana. Nueve cuentos, engañosamente sencillos, que descubren el lado oscuro de las relaciones humanas y, al mismo tiempo, a través de sus sorprendentes revelaciones, dejan siempre abierta la puerta de un mundo mejor.

 

 

 

Información 18 octubre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 18:45

parciales

 

Editorial 16 octubre 2009

Filed under: Nota Editorial — Phenomena @ 08:56

libros

El ser indescifrable

Por Phenomena 

 

Todo hombre es como la Luna:

 con una cara oscura que a nadie enseña.

 Mark Twain

 

La literatura juvenil es, hoy en día, un género ampliamente desarrollado, con temáticas y autores de cabecera que han sabido penetrar en los gustos literarios de los jóvenes. Las novelas de ciencia ficción o fantásticas han demostrado ser un éxito de ventas asegurado entre estos, estableciendo así una gama de intereses que, a simple vista, componen el repertorio escrito de los mismos. Sin embargo, el verdadero mundo adolescente todavía seguía sin ser explorado, pues es una cueva que suele estar oscurecida por la puerta cerrada de la habitación.

 

Isamu Fukui, Melissa P. Bruna Surfistinha.

 

Fueron ellos, quizás, quienes hicieron una violenta demarcación entre los temas de los éxitos taquilleros literarios y aquellos tópicos que realmente describen el autentico pensamiento adolescente. El contraste entre gustos literarios y vida real se convirtió así en la primera intromisión al mundo de los jóvenes. Demostrando que, no son el amor entre seres de diferentes especies, ni las aventuras de un personaje entre varitas, las realidades de los mismos, y que, la vida diaria de sus rebeldías es más profunda y, de alguna manera, impactante.

 

Isamu Fukui, Melissa P. Bruna Surfistinha.

 

La búsqueda de identidad de los personajes de sus novelas es la radiografía más auténtica del contrariado interior adolescente; y esto se debe a que conforman, en realidad, la búsqueda de identidad de los propios autores que, cabe aclarar, también son adolescentes. ¿Quiénes mejor que ellos para relatar la revolución de su devenir?

La bronca, el deseo, la soledad son los sentimientos que afloran en el texto, contraponiendo las sonrisas con los llantos y, sobre todo, lo niño con lo adulto.

 

Isamu Fukui, Melissa P. Bruna Surfistinha.

 

Son escritores adolescentes que reflejaron un mundo tan complejo como poco jovial, donde el niño es más adulto que joven, donde el sexo, la venganza, y el dinero tiñen a la clásica literatura fantástica juvenil. Tal y cómo si por primera vez el joven abriera la puerta de su intimidad, se nos presenta un personaje que es digno de los placeres del Marqués de Sade.

 

Isamu Fukui, Melissa P. Bruna Surfistinha.

 

El relato de un joven violentado en el colegio, y los diarios de dos jóvenes prostitutas son, a primera vista, lo que nos ofrecen estos cronistas. Sin embargo, así como el adolescente suele refugiarse en si mismo, estas obras (War Boys, Cien cepilladas antes de irse a dormir, El dulce veneno del escorpión) también poseen esa característica indescifrable, convirtiéndose en verdaderos testimonios de un ser postmodernamente incomprendido.

 

Recomendados 14 octubre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 08:38

Recomendados para Niños, Adolescentes y Adultos.

 

Diciembre Super Album (Liliana Bodoc)

Temblor (Rosa Montero)

Tuya (Claudia Piñeiro)

recomendados 14-10

 

Capítulo 6 – Phenomena 13 octubre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:00

cap6

(descargalo acá)

 

“No hay camino que no tenga fin.”

Séneca

 

 

          Y así habló Viola:

          Toda historia tiene un punto donde comienza, y de nosotros depende hallar aquel momento inicial. A veces la documentación es escasa, ha sido censurada o directamente es falsa. Sin embargo, sin importar lo cuidadoso que se intente ser, todo fenómeno deja pistas y, a su vez, todo comportamiento humano es predecible.

          El hecho de que el material parezca extraviado no es consecuencia de la falta de información, sino de que el ser humano ha perdido la capacidad de interpretar. Por lo que no es extraño que muchas veces la verdad o las pruebas de la misma estén en frente de nuestros ojos como intentando empujarnos a descubrirla y compartirla con el mundo. De acá que surjan tantas dudas con respecto a las casualidades. A muchas nos ha pasado que, repentinamente interesados por un tema, comenzamos a encontrarlo en todos sitios. ¿Está buscándome la verdad ahora, o es que en este momento soy capaz de verla?

          Las cartas, aunque suene increíble, también son señales de verdad y, aunque en el día de hoy se vea como una falsedad, es sólo una circunstancia del racionalismo. Es que, aquel que sabe descifrarlas es un ser que no ha perdido la capacidad de interpretar.

          Mi principio, o lo que yo les pudo contar, comienza con los documentos de mi madre, más precisamente con su colección de fotos. Su vida giró en torno a esas imágenes grises y, como absorbida por aquello que no podía comprender, lo convirtió en su obsesión. Ilógicamente, se vio envuelta en una serie de vínculos extraños que sólo se daban entre mujeres y cartas españolas. Las fotos eran una condena, pues cada vez que alguien las descubría se veía obligada a explicarles y enseñarles el funcionamiento de estas relaciones. Y, por lo general, siempre fallaba.

          Después me tuvo a mí y, al menos por un tiempo, resulté ser su ancla a la realidad. Ella aún pensaba en ello, pero no tenía la necesidad constante de sumergirse en las cartas. Ahora lo que le interesaba era rastrear los orígenes para, de una vez por todas, darle un fin a esa situación.

          Comenzó a relacionarse con otras mujeres que alegaban tener el mismo don pero, en su mayoría, eran todas farsantes que lo único que buscaban era quitarle su dinero. Y, necesariamente volviendo a esta cuestión de las casualidades, halló unos libros olvidados que, sin ser catalogados en la biblioteca, yacían misteriosos y ocultos; perdidos.

          Comenzó a leerlos y, otra vez, a abstraerse en sus pensamientos. Sólo años más tarde logré comprender qué era lo que la mantenía tan ocupada cuando, por error, también ojeé aquellas místicas fotografías. Eso fue el desencadenante de lo que es mi vida en estos días, porque mi madre, que lo único que quería era ponerle un punto final a esta situación, me dejó.

          De inmediato supe que algo extraño sucedía conmigo. Mi forma de ver el mundo había cambiado, porque yo siempre parecía saber más que cualquier otra persona. Había perdido esa extraña noción del tiempo que nos ayuda a catalogar los recuerdos y las expectativas que se tienen para el futuro, porque para mí todo era lo mismo: presente. Las situaciones posibles se entremezclaban presentándome opciones, siempre ayudándome con mis decisiones o, por el contrario, perjudicándome.

          Algo tenía que hacer, estaba comenzando a reconocer en mí aquel brillo de codicia que relucía en los ojos de mi madre. Todo apuntaba a que yo era tan singular como ella, y lo único que podía ayudarme a saber quién era realmente, eran sus viejas investigaciones. Como tantos hombres sabios han afirmado, mi identidad residía en el pasado.

          Ella se había llevado casi todo, sólo había dejado tras sí pequeñas anotaciones que de poca ayuda me sirvieron. Una de estas decía que algunas mujeres hablaban del vínculo “Phenomena” y, sin embargo, de poca funcionalidad me resultó, pues el nombre “fenómeno” venía de que ellas no habían encontrado explicación alguna. Este término se convirtió en el primero de mis callejones sin salida.

          En cuanto a las fotografías, su origen acababa en unos pequeños dibujos, por no decir bocetos, que algún pintor desconocido había realizado. Más así, poco después hallé un video que compilaba la serie de imágenes en un tétrico cortometraje. Y eso me asustó; el alcance mundial de este fenómeno parecía peligroso, y yo estaba muy lejos de saber cuanto. Qué paradójico me resultó notar que algo que tan secreto había sido en sus inicios, ahora amenazaba con una difusión internacional.

          Y, entonces, aparecieron ustedes corroborando todas mis sospechas. No sabría explicarles muy bien cómo es que sé esto, pero todo apunta a que lo poco que conozco debe recaer en sus manos o, mejor dicho, en una de ustedes.

          Comienzo a sentir que la obsesión corre por sus venas, al igual que la ambición se refleja en sus ojos. Porque yo, al igual que ustedes, todavía era una niña cuando mi destino me alcanzó.

          Decidan, está en ustedes comprometerse o no. El vínculo “Phenomena” no es un juego ni debe tomarse a la ligera, por lo que, aunque no quieran, deberán encarar con responsabilidad este camino que se abre ante una de ustedes. Y, deben saber que, pase lo que pase, esta vida se emprende en soledad.

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 


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NOVEDADES 11 octubre 2009

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 MARTES13

 

Busquemos Arte en Mar del Plata 9 octubre 2009

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abrancancha1

 

“Yo pensaba que mi música era una basura porque tocaba tangos en un cabaret y resulta que yo tenía una cosa que se llama estilo. Sentí una especie de liberación del tanguero vergonzante que era yo. Me liberé de golpe y dije: ‘Bueno, tendré que seguir con esta música, entonces’.»

ÁSTOR PIAZZOLLA

 

 

abran cancha

bandoneones: MARCOS PERUZZO
 TOMAS URIAGUERECA
violines: PABLO ALBORNOZ
GUILLERMO OLGUIN
contrabajo: SEBASTIAN SARTAL
piano: NICOLÁS DORZI
voz: ARIEL VIEYTES

 

 

…En el Teatro Colón se respira un desconocido aire de los lejanos ‘40. Sólo el Mouline Rouge, el Marabú, y algún que otro sitio ya olvidado aún acogen un viejo recuerdo de las notas que artistas como Di Sarli, Troilo o Pugliese alguna vez dejaron escapar. Y la música comienza a sonar. Y el tumultuoso público, ahora en silencio, se mantiene expectante mientras, llevados por alguna desconocida corriente musical, pueden volver el tiempo atrás casi setenta años…

 

 

          Mientras acercaban el tango a las lejanas tierras de Grecia, Marcos Peruzzo,  Tomás Uriaguereca y Nicolás Dorzi se plantearon la posibilidad de reunirse a reproducir los viejos sonidos de mediados del siglo XX. A su regreso, aún con la idea dando vueltas, convocaron a los músicos Pablo Albornoz, Guillermo Olguin, Sebastian Sartal y Ariel Vieytes -que compartían la misma pasión por el proyecto- y, como acompañamiento para las presentaciones, a los bailarines Celeste Prat y Alejandro Romito.

          Los ensayos comenzaron y las dificultades se presentaron requiriendo de todo el esfuerzo posible. Las partituras eran escasas, casi inexistentes, y los arreglos realizados en las interpretaciones originales demandaban tiempo y energía por parte de todos.

          La cuestión era: ¿qué podía hacerse con toda aquella música de la que ya no había partituras? Desecharla no era una opción. Entonces, con una paciencia inigualable y un oído ejemplar, los jóvenes músicos comenzaron a elaborarlas por sí mismos. Esto es, aunque suene increíble, escuchar instrumento por instrumento, nota por nota para luego, teniendo en cuenta la cantidad de instrumentos de que disponían, llevar cada tango a una versión reducida interpretable por el sexteto.

          Así, Abran Cancha inicia sus presentaciones a finales del 2008 en el teatro Colón. Ganándose la atención de todos aquellos que entendían de música y de los que simplemente querían escuchar una buena interpretación, el sexteto continuó presentándose a lo largo del 2009 en espectáculos tales como La Milonga, del Centro Cultural América Libre, en eventos privados y, más recientemente, en la Cumbre de los Alcaldes.

          Hoy, con un promedio de treinta años y una experiencia enorme, los chicos demuestran un interés único por la música y traen a nuestras épocas aquellos agradables sonidos ya difíciles de escuchar en su versión original. No hay dudas de que su aporte cultural y artístico es de un valor inigualable, porque pocos son en estos días los que pueden encontrar la iniciativa de un proyecto ambicioso como el suyo y, más aún, transformarlo en algo tangible y de renombre.

          La invitación está dada. Sólo resta que te atrevas a perderte en aquellas maravillosas y tradicionales melodías y, con un poco de imaginación, viajes junto a Abran Cancha a aquella lejana época que sólo ellos pueden devolverte. 

 

 Leé también la nota de La Capital

-click acá-

 

 

Mirá y Escuchá Algunas de sus Presentaciones

 

 

abrancancha

 

Visitá:

www.sextetoabrancancha.com

www.myspace.com/sextetoabrancancha

 

 

Recomendados 7 octubre 2009

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RECOMENDADOS PARA NIÑOS, ADOLESCENTES Y ADULTOS.

Recomendados 07-10

 

Capítulo 5 – Sueños 5 octubre 2009

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cap5

(descargalo acá)

 

“No se deben presentar con trompetas las decisiones importantes de nuestras vidas. El destino ha de emprenderse en silencio.”

 Agnes De Mille

 

 

          Sentía un calor insoportable. Las manos le sudaban y el sopor encerrado de la habitación le oprimía el pecho hasta quemárselo. Despejó su rostro; el pelo se le amontonaba sobre la cara y le hacía picar el cuello.

          Arrojó las sábanas hasta sacarlas de la cama por completo. Estaba irritada. De una vez por todas, quería dormirse, tener amnesia fulminante o, incluso, desaparecer.

           Catalina dormía a su lado. No entendía como su amiga podía tragar todo eso como si fuera algo normal. Y eso, sumado a su histeria, le molestó aún más.

          Se levantó y se dirigió hacia el baño. Enjuagó su cara con agua; el frescor que le otorgó fue aliviante. Utilizando las manos como cuenco, absorbió el líquido que invadió su organismo de manera refrescante.

          No quería volver a la cama. Quería dormir y, al mismo tiempo, tener insomnio por el resto de su vida. Desde que los ojos de Viola la habían mirado por primera vez, sentía que su intimidad le había sido arrebatada. Ahora, el tormento eran los sueños o, a decir verdad, el sueño: el mismo una y otra vez.

          En la noche, los gatos maullaban enloquecidos. Mora, de por sí molesta, se acercó hasta el pequeño ventanal y lo abrió frenéticamente para espantar a los animales. Allí estaban. Eran cinco y, entre ellos, el gato ciego se destacaba por lo blanco de su mirada.

          La chica no gritó porque el pánico le ahogó la garganta, pero corrió hacia la habitación. Lo tenía decidido, no porque creyera, sino por simple desesperación.

          -Despertate -ordenó, mientras movía a su amiga para desterrarla de sus sueños.

          Ésta, entredormida, abrió los ojos achinados por el sueño. Observó a la chica que tenía en frente y, reconociendo a Mora, volvió a cubrirse la cabeza con las sábanas.

          -Quiero dormir -balbuceó, con voz pastosa.

          -Quiero que sigamos tu plan- afirmó, interrumpiendo la frase somnolienta de Catalina.

           Tardó sólo unos segundos en despabilarse. Se sentó y miró a su amiga a los ojos, instándola a repetir lo que había dicho.

          -¿Qué? -Preguntó, reforzando la confusión de su rostro con una palabra.

          -Eso… -Dijo Mora, levantando los hombros en señal de simpleza- quiero que intervengamos en el futuro.

          El silencio asomó la cabeza en la habitación. Ni siquiera los maullidos lograron corromper la mudez de la noche. Era tan intenso que daba miedo rellenarlo. Las chicas, retraídas cada una en sus propios pensamientos, no se atrevieron a hablar.

          Por un lado, Catalina intentaba comprender el repentino entusiasmo que generaban las predicciones de Viola en su amiga. Mora, en cambio, repetía en su cabeza el sueño que hacía varias noches la atormentaba: la mujer anciana, las fotos, la niña, aquel video extraño que habían visto tiempo atrás…

          -¿Por qué? -indagó Catalina, con el ceño fruncido.

          -Quiero saber –contestó, con lo primero que se le vino a la cabeza.

          Últimamente, sus mentiras no funcionaban con Catalina. No obstante, estaba decidida en que no hablaría con ella sobre el sueño. No le gustaba mentirle. De hecho, hasta el momento no lo había hecho nunca; todo era culpa de Viola. Esa mujer había cambiado no sólo sus vidas, sino también su amistad.

           -No te creo –dijo, cortante, la chica de ojos ambarinos.

          Entre el enojo de Catalina y la expresión boquiabierta de Mora, el ambiente estaba tan tenso como caluroso. En sus primeros días, la primavera había traído temperaturas tan elevadas como extrañas que, pese al frío que nuevamente envolvía a la ciudad, se mantenían encerradas dentro de las innumerables casas.

          Un movimiento sacó a Mora de su ensimismamiento. Catalina escapó sin siquiera dirigirle la mirada a Mora que continuaba sentada a los pies de su cama. Y así, junto con la noche, terminó la conversación porque ambas se rindieron ante el cansancio; una en la pieza, la otra, en el comedor.

 

          El despertador del celular despertó a Mora, que se sobresaltó. Ni bien logró salir del entumecimiento cerebral producido por la modorra, los recuerdos de la discusión con Catalina le vinieron a la mente. Instintivamente, alzó su cabeza para observar el colchón donde dormía su amiga. Sin embargo, y, como era de esperarse, esta no estaba.

          Se vistió en silencio y tomó la mochila. Bajó las escaleras dispuesta a desayunar, pero algo la detuvo. Catalina, sentada sobre el último escalón, la estaba esperando. Esta se giró en torno a la muchacha que caminaba por las escaleras y la contempló con ojos fríos.

          -Quiero que hablemos -dijo, desviando la mirada mientras se ponía de pié.

          Fueron hacia la cocina. Una vez que el mate estuvo listo, las chicas se sentaron a la mesa, una frente a la otra, y esperaron pacientemente hasta el momento justo para hablar. Fue Catalina quien rompió el silencio.

…….-No tenés que seguir mintiéndome, Mora –reprochó, escondiendo la mirada en la mesa- yo tengo los mismos sueños que vos.

…….Mora suspiró, probablemente, en señal de alivio. En parte, sabía que su amiga estaba enojada con ella, y eso no era habitual. Sin embargo, el sólo hecho de saber que no era la única loca que estaba siendo acosada por los sueños la reconfortaba.

…….-¿Y qué pensás? -preguntó, evitando preguntas que aumentaran la bronca de su amiga, pues Catalina odiaba las mentiras.

…….-No sé, es todo muy confuso –respondió, al mismo tiempo que negaba con la cabeza-. Lo único que logro deducir es que debe existir alguna relación entre el video y la facultad.

…….Ambas muchachas repasaron mentalmente aquel sueño que, después de varias noches, ya les era tan familiar como para recordarlo íntegramente. Una mujer, las fotos de una vía, una niña, y un camino: aquello último era, de una manera extraña, escalofriante. Tal y como si el sueño fuera un fragmento de la realidad, a ambas muchachas se le presentaba la entrada de la Facultad de Arquitectura, luego, las escaleras hacia el subsuelo, una puerta y, de repente, todo desaparecía volviéndose oscuro. Por último, una caja de cartón, donde un videocassete reposaba entre otras porquerías.

…….-¿Creés que el video es “ese” video? -preguntó Catalina.

…….Mora, quien también tenía en mente aquella teoría, no respondió. Ella era una persona totalmente escéptica e inigualablemente cobarde. El sólo pensar en el sueño le erizaba los pequeños bellos que cubrían sus brazos. Escalofríos de un ciego frente a lo evidente.

…….Repentinamente, Catalina se levantó, agarró el mate, y le sacó la yerba. Todo, sin decir ni una palabra. Afuera, sólo el viento se dignaba a silbar un aire fresco.

…….-Agarrá tus cosas, nos vamos -dijo, mientras se ponía un buzo.

…….Durante todo el camino, las chicas caminaron agarradas del brazo siendo ese contacto la única cadena que las mantenía juntas. Mora presentía que no estaban yendo justamente a la clase de gramática, aunque no le importó. Después de todo, hasta el momento no habían conseguido más que embarazos, incendios y paranoia, por lo que probar la teoría de Catalina ya no significaba ninguna locura.

…….Con paso firme, entraron por la puerta de madera pesada que permitía el ingreso a la Facultad de Arquitectura. Descendieron las escaleras hasta llegar al último subsuelo: allí estaba el lugar que el sueño les había revelado.

…….La hemeroteca no constituía ningún secreto para los estudiantes. De hecho, era un lugar bastante aburrido y poco visitado. No obstante, lo que les resultaba extraño era la claridad de las imágenes del sueño, sobretodo porque ellas habían estado en la hemeroteca una vez, mucho tiempo atrás en una lejana visita escolar, y ya no recordaban nada.

…….Se adentraron cuidadosamente sin siquiera saber qué era lo que estaban buscando. El sitio se encontraba desolado, sólo se veían pasar, muy de vez en cuando, solitarias personas que se encontraban sumergidas en sus asuntos.

…….Mora alzó la mirada y contempló, casi con asombro, la mancha de humedad que había contemplado en el sueño. Suspiró sonoramente y la miró a Catalina.

…….-Ahí vamos… –susurró, mientras, instintivamente, se separaban decididas a registrar el lugar.

…….Catalina tomó el pasillo que iba hacia la derecha, y Mora el que se desviaba hacia la izquierda. La primera sólo logró hallar viejos papeles archivados que, al tomarlos en sus manos, dejaban escapar una espesa nube de polvo que le hacía picar la nariz. Y cada vez se frustraba más y más porque, incluso en asuntos delicados, su paciencia limitada la irritaba al máximo.

…….Mora, al otro lado, escuchaba los pasos de su amiga mientras registraba las pequeñas aulas (o salones de conferencia, pues no sabía muy bien lo que eran) que se alzaban a su lado. Pero algo allí iba mal. No era capaz de reconocer ni la más simple imagen, por lo que las escenas que sus ojos visualizaban no desataban ningún tipo de recuerdo. Y, sin embargo, estaba tan segura de que ese era el sitio…

…….Una mujer de cabello castaño la hizo sobresaltar, carraspeando sonoramente mientras Catalina, que había aparecido por un lateral, dejaba caer un pesado montón de papeles sobre un escritorio metálico. En el apuro y, por simple casualidad, tanto una como la otra lograron observar el desgastado sello negruzco que aparecía sobre un papel: una desprolija estrella de cinco puntas que, aunque ajena al sueño, estaban seguras de que la habían visto alguna vez.

…….-¿Puedo ayudarlas en algo? –soltó la mujer, más para intimidarlas que para darles una mano.

…….Catalina negó con la cabeza.

…….-Ya nos íbamos –expresó, caminando hacia su amiga y, luego, arrastrándola  del brazo.

…….Las chicas, rendidas y olvidándose por completo de la clase de gramática, se alejaron de la facultad. No habían conseguido nada, y, eso, considerando la fragilidad de su estado mental, las había molestado hasta la histeria.

…….La decepción y las incontables dudas de aquella investigación sin sentido habían dejado una marca de tristeza en sus semblantes. La frustración las invadía, y no sólo porque no podían entender el significado del sueño, sino porque se sentían atrapadas en algo tan incomprensible como irreal. Lo que les estaba sucediendo era digno de una película de Hollywood y, al mismo tiempo, una muy buena causa para que terminaran durmiendo en los catres del loquero.

…….Con la cabeza gacha, caminaron por la calle Peña bordeando el complejo que se imponía como una fortaleza misteriosa. Se miraron sintiendo un poco de lástima y sonriendo apagadamente. La confusión era tan avasallante que había logrado alejar hasta la furia de Catalina.

…….Mora se detuvo abruptamente, tirando del brazo de su amiga hasta separarse de esta. Con la vista fija en el suelo, ni siquiera reparó en la cara de fastidio de Catalina que se quejaba del brusco movimiento.

…….-Mora –soltó Catalina, reiteradas veces, elevando su tono de voz con cada nueva mención de su nombre.

…….Ésta, sumida en alguna especie de trance, sólo levantó el dedo índice, señalando la montaña de mugre que se alzaba unos metros antes de la vía. Allí siempre había deshechos que, según ellas habían supuesto, pertenecían a la misma facultad: desde bancos rotos hasta maniquíes y ropa interior; todo un catálogo de basura.

…….-¿Qué? –Preguntó Catalina, impaciente. Pero su amiga no respondía-. ¡Dios!, ¿Podés hablar?

…….-La caja… –dijo Mora, con la cara entre iluminada y ensombrecida.

…….Entre amplias bolsas de basura, la caja que habían visualizado a lo largo de reiteradas noches yacía sobre la vereda con un raído extremo que revelaba su contenido: el video.

…….Se mantuvieron en silencio, observándolo, mientras el viento helado arremetía contra la caja moviendo ligeramente las solapas. Ninguna se atrevía a tomar en sus manos lo que tanto deseaban tener en su poder.

…….Se miraron a los ojos. Esa situación era absurda.

…….Catalina se agachó y tomó el pequeño objeto de plástico que, por la importancia de su contenido, pareció pesar mucho más.

…….-Supongo que ahora vamos a lo de Viola… -Dijo Mora, acercándose a ella y tomando su brazo nuevamente.

…….Y, en cuanto giraron, observaron la estrella de cinco puntas que habían contemplado en la hemeroteca. Pero, abstraídas en su nueva preocupación, la ignoraron.

…….Otra vez la desvencijada puerta gris. Otra vez el agudo chirrido de sus oxidadas bisagras. Otra vez el viejo rostro impenetrable de aquella mujer que estaba absorbiendo sus vidas.

…….Catalina, más motivada que su amiga, caminó hacia la mesa y depositó el videocassete sobre el centro. Luego, deslizó dos sillas hacia atrás y contempló a Mora con penetrantes ojos ambarinos; aquellos que denotaban codicia. Mora se acercó a ella y, juntas, se sentaron de frente a Viola.

…….La mujer, como solía hacer, encendió un cigarrillo, inhaló profundamente y, una vez con el gato sobre su regazo, dejó escapar una profunda bocanada de humo. Luego, jugueteó con el videocassete unos segundos y, decidida, fijó su mirada en ellas.

…….-De una vez por todas, es hora de que hablemos del vínculo Phenomena.

 

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 

 

 

 

A las 12 4 octubre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 19:33

cap5

 

Editorial 2 octubre 2009

Filed under: Nota Editorial — Phenomena @ 01:10

libros

Perseverancia Indeleble

 Por Phenomena.

  

…El escritor, muchas veces, es como un caballo de carreras que ha perdido su jinete y ya no sabe porque está corriendo ni dónde está la meta y, sin embargo, se le exige seguir corriendo aunque no sepa ni hacia dónde ni por qué razón…      

                                                     Antonio Gala

 

-Esta es la Cátedra de Letras.

-Este sí es mi lugar- me dije a mi misma, el primer día de clases.

El bullicio de los ingresantes eufóricos se expresa en los ruidos atolondrados de las patas de metal de las sillas contra el suelo.

Y la Cátedra se presenta, y con una sonrisa nos envuelve aún más. La Cátedra habla y, por momentos, escucho y, por momentos, estoy alegre y río con mi compañera de banco (con ella fui al colegio). Las palabras finales captan mi atención.

– …así que, sin más que decir, futuros Profesores y Licenciados, les damos la bienvenida.

Y ahí queda la escritora, decepcionada, en su silla, porque no quiere ser Profesora ni Licenciada, porque no quiere trabajar de otra cosa para poder escribir. Y, porque, señoras y señores, hoy en día, el autor debe tener algo más que buenas ideas y palabras precisas.

En principio, cabe aclarar que la profesión de escritor tiene, en gran medida, sus bases “académicas” asentadas en los distintos estudios facultativos: humanísticos o relacionados con la comunicación, generalmente. Sin embargo, esto no significa que el escritor deba tener necesariamente una carrera facultativa, ni que un economista o un biólogo no puedan escribir ni, mucho menos, que todos aquellos estudiantes de Letras, por ejemplo, puedan desarrollar la profesión de escritor.

Las bases teóricas pueden ser necesarias y perfeccionar tanto la escritura como las propias ideas, pero no por eso se convierten en indispensables ni engendran mágicamente escritores. Aquel que disfruta del arte de escribir posee algo que, indudablemente, es innato y, así, la palabra no será un trabajo sino una forma de vida.

Es así cómo el escritor se convertirá en un autodidacta de su propio arte: dedicará horas a reescribir una sola oración, creará e incendiará capítulos enteros, se decidirá por un final abierto para luego “desconvencerse” y cambiar la mitad de su obra. Será una lucha interior que ni los conocimientos de crítica literaria o el formalismo ruso podrán resolver.

Y, luego de su disputa más íntima, pasará a plantarse frente a la inmensa masa: la sociedad y sus clichés, el consumismo en carne propia. Golpeará su nariz contra el vidrio y se dará cuenta de que, lamentablemente, los productos literarios están encaminados más a las ventas que a la lectura. Las costumbres culturales actuales son cada vez más inmediatas y menos reflexivas, por lo que la literatura rentable se reduce a sólo un par de temáticas: interesantes en principio, pero aburridas y mediocres a causa de la repetición.

Entonces, aquella obra de artista empeñado no le servirá. El agente le escupirá frías sílabas: “…a ver si para la próxima me entregás algo que se pueda vender”. Y su vida se derrumbará. Y, si en realidad es un escritor, volverá a tomar la lapicera y sacará de la galera lo que, en sus más anhelados deseos, será el best-seller que destituirá al vampiro que ocupa la cima.

Luego de oír aquellas palabras que, sin duda alguna, me discriminan y me bajonean, me levanté del banco de madera. Le dediqué una mirada cómplice a mi compañera que también, de hecho, ha sido desalentada una vez más. Sonreímos sin motivo aparente, aunque yo creo que ambas pensamos en lo mismo:

“Quiero llegar a casa rápido para retomar, con unos buenos mates, aquel capítulo rebelde que me ha tenido en vela toda la noche.”

 

Recomendados 30 septiembre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 00:02

 

Recomendados para Niños, Adolescentes y Adultos.

 

Recomendados 30-09

 

Capítulo 4 – Salida de Emergencia 28 septiembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:02

Capítulo 4 - Salida de Emergencia

 

(DESCARGALO ACÁ)

 

 

“El fuego siempre ha sido y, al parecer, seguirá siendo siempre, el más terrible de los elementos.”

Harry Houdini

 

 

 

          El sol del mediodía, que les encandilaba la vista, bañaba sus rostros con un calor primaveral. Del invierno quedaban apenas algunas nubes, lo cual convertía las caminatas hacia la facultad en un ejercicio ameno. En días como aquellos, ni las “clases de autoayuda académica” podían borrar la alegría de los rostros de las chicas, pues el sólo hecho de llevar puestos unos shorts diminutos o retomar el uso de los lentes de sol las cargaba de energía.

          -¿Cómo te fue con Juan?- preguntó Catalina, refiriéndose a la salida del fin de semana de su amiga.

          -Nada muy interesante, no me gusta tanto -respondió Mora, con una sonrisa en la cara como si tal situación no le afectara en lo más mínimo.

          -Me dan ganas de matarte, después de todo lo que rompiste las pelotas con ese flaco- dijo, Catalina. –Hiciste que lo siguiéramos por toda la facultad y, ahora, no te gusta tanto -continuó, entonando esas últimas palabras en tono burlesco.

          Unas cuadras antes del complejo universitario se detuvieron a comprar yerba y azúcar, lo que habitualmente generaba un enorme desorden en el aula. Es que, sin lugar a dudas, el mate era el mejor compañero ante las tediosas horas continuas de lenguajes antiguos.

          Esta vez se habían ido temprano de la casa de Mora, por lo que tenían tiempo de sobra antes de entrar en Latín. Se dirigieron, sin siquiera consultarlo entre ellas, a Metamorfosis; no pedirían ningún jugo, sino que se sentarían en el suelo y revisarían exhaustivamente el último estante de la biblioteca: Literatura Universal.

          Subieron las escaleras a los gritos, totalmente sumidas en una vieja historia bizarra de la que eran protagonistas. Saludaron amistosamente a las dos mujeres del lugar y, como si fuese su propia casa, se adentraron en busca de alguna reliquia literaria.

          Una vez con las cabezas hundidas en páginas de imprenta diminuta, las chicas se concentraron cada una en aquello que les llamaba la atención. Catalina había seleccionado un viejo libro de tapa negra; Mora, algo aburrida, se dedicó a distraerse con la muestra fotográfica que exhibía el lugar.

          La muchacha se había detenido en una imagen en blanco y negro que estaba pegada junto a una ventana. En ella, una serie de instrumentos se exhibían en diferentes posiciones cuya disposición probablemente tuviese una explicación o un significado para el autor. Sin embargo, para Mora el retrato se reducía a un único objeto.

          Las cuerdas, que bien podrían haber pertenecido a una guitarra o a un violín, se enredaron en su rebuscado razonar. La viola le hizo recordar a aquel tatuaje manuscrito que, difícilmente, habría deseado visualizar. Una vez emergido el recuerdo, le fue difícil desplantar de su cabeza la imagen de la vieja. Sus manos arrugadas, el pelo gris y la ronca risa de autosatisfacción se arremolinaron en su mente como turbantes huéspedes.

           Desde hacía un tiempo, los episodios que tenían relación con Viola habían sido censurados de sus conversaciones; como si ambas hubiesen reprimido lo ocurrido o, al menos, una de ellas. Ni Catalina había vuelto a mencionar aquella locura de intervenir en el futuro, ni Mora se había interesado en recordárselo. Y, eso, en definitiva, estaba ahorrándoles muchas discusiones.

          Mora se volteó para observar a su amiga que, afortunadamente, continuaba ocupada en su búsqueda literaria. Sabía que debía evitar que Catalina viera esa foto porque, de hacerlo, estaría arriesgándose a que dedujera exactamente lo mismo que ella. Sobre todo debido a que, conociéndola, afirmaría que eso era una señal del destino y toda esa sarta de pavadas paranormales en las que ahora creía.

           -Se hace tarde –dijo, intentando parecer preocupada y responsable.

          La chica, todavía en el suelo, observó su reloj de pulsera y arqueó una ceja; sólo una, ya que, muy orgullosa de sí misma, se jactaba de que esa era su “habilidad corporal”. Un verdadero aprovechamiento de energía, como todos le decían.

          -Faltan quince minutos para la clase –Respondió, extrañada por la reacción de Mora.

           -Vamos, quiero ir al baño –ordenó, mientras se colgaba la mochila del hombro y salía del lugar.

          Catalina la vio bajar las escaleras con rapidez. Algo debía sucederle para que estuviese tan apurada. Es que, claro que podía entender que tuviera una urgencia estomacal pero, en efecto, lo extraño era que no se lo hubiese dicho. Esas cosas siempre las compartían, aunque la otra no quisiera escucharlo. Peor aún era que la joven decidiera utilizar los baños universitarios; sin lugar a dudas, eso sí era preocupante.

          En cuanto logró alcanzarla, debió apretar el paso para poder acompañarla. Mora, algo inquieta, se movía con rapidez y a pasos largos, llenando sus zapatillas de barro y, como si no le importara, ignorando por completo el comedor estudiantil que se había puesto en marcha esa semana.

          -¿Qué te pasa? –Cuestionó Catalina.

          -Creo que vi pasar a Juan –dijo, con la frase previamente armada en su cabeza.

          Su amiga rió. Sabía lo tímida que era Mora con los hombres y, de no haberle resultado rara su actitud, se hubiera alegrado por la espontaneidad de sus hormonas. Pero eso, definitivamente, no era nada habitual en aquella muchacha prolija y de acciones premeditadas.

          Sucedía que las chicas eran polos opuestos; día y noche. Quizá, esa era la causa por la que lograban entenderse tan bien. Para ellas, al igual que para muchas otras personas, mirar para adentro resultaba difícil, por lo que al no verse reflejadas en la otra podían con facilidad ignorar sus defectos.  

          Catalina, aunque continuó siguiéndola, no le creyó ni una palabra; era obvia la mentira, no así su motivo.

          Entraron haciendo que la pesada puerta de madera de la facultad de arquitectura golpeara contra el marco. Allí, como todos sabían, estaban los baños decentes.

          Catalina, detrás de Mora, reparó en unos muchachos rubios y esculturales; esos, sin duda alguna, eran de diseño. Pero, desafortunadamente, el pesado andar de Mora no le permitió detenerse demasiado, así que no le quedó más remedio que continuar siguiéndola.

          Se adentraron en el baño vacío. Mora, continuando la farsa, se dedicó a fingir una necesidad urinaria. Abrió la puerta, trabó el seguro, y desabrochó su cinturón realizando el mayor ruido posible. Luego, se sentó en el inodoro pues, a pesar de todas las sugerencias maternas, odiaba aguantar el peso de su cuerpo sobre las piernas.

          Esperó y leyó la inmensa cantidad de mensajes reflexivos escritos en la puerta. Sin embargo, en su vejiga no había nada para expulsar. Entonces, el claro silencio comenzó a oprimir su mente; no entendía como había llegado a esa instancia. Lo único que rogó fue que Catalina no se diera cuenta.

          -Mora… -Gritó la última, con tono cantado- ¿Querés que abra la canilla para animarte el chorro?

          La chica, que seguía sentada inútilmente en la tabla fría, no podía entender semejante falla en su plan. Era evidente que Catalina se había dado cuenta de que algo estaba pasando. No obstante, aunque el simple hecho de que se lo tomara con humor le resultaba aliviante, no se rindió.

          -Es que te juro que leer lo que escriben en las puertas me inhibe –Respondió, alzando la mirada.- Escuchá esto: “¡Viva Perón, Carajo!”, y otra persona le responde: “¡¿Cómo va a vivir si está muerto?!” –Hizo una pausa para reírse, y luego continuó leyendo- “¡Muerto está tu cerebro!”.

          Las peleas políticas, fuera de entenderlas, les causaban gracia. Así que, Catalina, sin un ápice de respeto por la paz mundial, preguntó:

          -¿Y qué pasó con Juan? ¿Está escondido en un bunker de guerra?

          Sin lugar a dudas, se refería a su falsa persecución de minutos atrás que, a pesar de causarle gracia y reflejarla en su ironía, le había molestado.

          -No, te juro que pensé que era él, pero me equivoqué –Se apresuró a contestar, algo avergonzada por su comportamiento.

          Catalina, al otro lado de la puerta, frunció el entrecejo; no lograba comprender su comportamiento. A su vez, Mora, aburrida de la situación, tiró del botón en falso y salió del baño. Catalina la esperaba sentada sobre la mesada con la mirada ausente, como pensativa.

          A veces, Mora creía ver que en sus ojos brillaba aquella extraña ambición de poder y conocimiento, como ansiosa por salir, pero Catalina la conocía demasiado como para mantener su boca cerrada hasta el momento justo, así que no tardó en ocultarlo.

          -Pilar habló con mis viejos –dijo, siguiéndola con la mirada, mientras Mora se dirigía hacia las piletas. Esta última, se olvidó de lo que había estado pensando sobre su nueva y alocada realidad, y la observó.

          -¿Y? ¿Qué pasó? –Preguntó, quitándose de las manos el jabón líquido. Allí siempre había.

          -Nada, lo que tenía que pasar –expresó, dejando caer sus párpados hasta adquirir una expresión triste.- Mi papá le recortó las salidas, cosa que me parece perfecto, pero lo peor ya pasó así que no tiene mucho sentido. Y, mi mamá, como la mina compasiva y sensible que es, la abrazó y lloró con ella.

          Una extraña esfera de paz envolvió el lugar, viéndose únicamente interrumpida por el griterío de afuera, probablemente de algún espectáculo o manifestación. Mora, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo ninguna respuesta para ella.

          La miró largos segundos y, luego, le apoyó una mano sobre la rodilla en pos de comprensión. A veces, su mejor forma de comunicarse era el silencio.

          -Si te hace sentir mejor… -comenzó, pero su voz se vio apagada por un agudo y redundante sonido. Era una alarma.

          Les tomó varios segundos comprender lo que estaba sucediendo pero, en cuento lograron tomar consciencia, la agudeza de sus sentidos reapareció. Las risas de alegría que les había parecido escuchar anteriormente se transformaron en impactantes gritos de horror. El eco de la histeria colectiva que se desataba al otro lado de los muros les llegó sin piedad, aislándolas la una de la otra.

          El silencio que reinaba en el baño, ajeno a lo exterior, las mantenía distantes de la realidad; como idas. Sólo lograron poner los pies sobre la tierra cuando un amargo olor a quemado llenó sus narices.

          Las deducciones de las chicas eran tan débiles como el humo que comenzaba a colarse por debajo de la puerta. Sin embargo, dos golpes sobre la madera fueron suficientes para sacarlas de su ensimismamiento, activando en sus mentes el impulso de correr.

          Al salir, y, aunque aún se encontraban a años luz de cualquier otra persona, fueron capaces de sentir con todo su ser la locura provocada por la explosión que no habían logrado escuchar.

          Corrieron por el pequeño pasillo que las había llevado a los baños, sorteando la pequeña cabina de informes que no les permitía ver la salida. Y, de una vez por todas, el terror se apoderó de ellas. El caos era atroz.

          Comenzaron a sentir que el aire vacío de oxígeno llenaba sus cuerpos, lastimándoles las gargantas, por lo que siguieron moviéndose. Luego, al llegar a la juntura del pasillo y la escalera, sus ojos fueron conscientes del desastre que azotaba a la facultad.

          Empujadas por la masa de gente en estado de pánico, se vieron arrastradas hacia los primeros escalones. Inevitablemente, ambas observaron la procedencia del impresionante caudal de estudiantes; el primer nivel de la facultad se veía envuelto por una espesa capa de humo grisáceo que sólo dejaba visibles los pies del gentío desesperado.

          Nuevamente, la multitud las arrastró en todas direcciones y las separó. Mora contempló durante cortos segundos como Catalina, llevada por un amplio grupo de varones, se perdía entre la muchedumbre a pocos pasos de la salida. Ella, por lo menos, se encontraba a salvo.

          Forcejeó para librarse de los grupos que se empujaban por salir y, en el apuro, perdió su carpeta, pero no le importó. Se abrió camino entre dos inmensas maquetas que sus dueños, disgustados por su esfuerzo, no querían soltar. En el momento, se sintió irritada pero, en cuanto lo pensó mejor, supuso que ella habría hecho lo mismo. Tenía parientes que estudiaban diseño y sabía, quizá demasiado, que la presión en cuanto a las entregas era terrible. Así que, molesta por su decisión, se dispuso a ayudar a un joven de primer año.

          Mientras, Catalina, a pocos pasos de la fosa en la que arrojaban a los recibidos, intentaba desesperadamente avistar a su amiga. Corrió hacia las escaleras y, cuando estaba dispuesta a adentrarse en el sitio otra vez, Mora apareció tosiendo.

          Catalina la tomó del brazo y la llevó hacia un costado en donde no había nadie, intentando que respirara aire puro. Mora tosió varios segundos y, luego, logró tranquilizarse. Se miraron a los ojos por un instante y, con el agudo sonido de una explosión de vidrios, se voltearon hacia la facultad. El fuego, acrecentándose en el pasillo que unía la facultad de arquitectura con la de humanidades, estaba atentando contra las ventanas.

          La sirena de los bomberos atrajo su atención. Las chicas se voltearon hacia la calle y, entre tanto, vislumbraron el caótico panorama que se extendía en todas direcciones. Los estudiantes, aún apresurados y en estado de histeria, se empujaban unos a otros y caían en las irregularidades de los terrenos que envolvían a la facultad. Después de todo, ya se sabía que el lugar no estaba preparado para albergar grandes grupos de gente.

          Las jóvenes se miraron y, haciendo oídos sordos a la situación, caminaron en dirección a la calle. Desde un rincón, cuatro gatos las miraban con aires altaneros y se paseaban entre la gente como no si hubiera sucedido nada.

          Se alejaron del lugar y se mantuvieron sentadas sobre los bancos que había delante de la universidad de ciencias económicas, a la espera de que el infierno terminara y Mora, que quería recuperar su carpeta, pudiera volver.

          A lo largo de la tarde, cientos de teorías circularon por el complejo universitario. Algunos decían que había sido intencional, otros, que el incendio había comenzado por el irresponsable error de un cigarrillo sin apagar. Al final, la versión original de los hechos resultó ser que había explotado una caldera.

          Cuando comenzaba a anochecer, los bomberos se retiraron. Las chicas se acercaron hacia la facultad de arquitectura y observaron, desde las vallas que las aislaban del lugar, que varias personas cubrían las ventanas con maderas y clausuraban el pasillo que comunicaba las universidades.

          Un profesor de diseño, ubicado en las puertas de madera, dejaba que los jóvenes entraran en grupos de dos o tres a recoger sus cosas. Mora dejó a Catalina bajo el arco y, junto con otros muchachos, se dirigió hacia el lugar.

          No tardó mucho en entrar. El olor a cenizas aún llenaba el ambiente pero, al encontrarse todas las ventanas abiertas, el oxígeno no faltaba.

          Intentó volver sobre sus pasos y, sobre un rincón, encontró su carpeta. Varias hojas se habían desparramado por todos sitios, viéndose marcadas por amplias huellas de zapatillas. Soltó un bufido y, molesta, se dejó caer en el suelo en busca de sus apuntes.

          El chico al que había ayudado con su maqueta se acercó y, en silencio, la ayudó. En el apuro, no había podido notar que algo en su semblante resultaba atractivo. Recogieron las cosas en silencio y, tras varios segundos, Mora se puso en pié.

          -Gracias –manifestó, mientras caminaba hacia la puerta.

          -Te faltó esto –Expresó él, acercándose con la mano extendida.

          Mora tomó el ennegrecido papel que le entregaba y lo observó hasta que salió del lugar. Una vez sola, inició la ardua tarea de reconocimiento.

          En cuanto identificó lo que tenía en sus manos, suspiró sonoramente. Es que, involuntariamente, había leído lo que la hoja decía.

          El sobre que le había entregado Viola, ahora abierto sobre su mano derecha, dejaba a la vista la única palabra que aparecía sobre el papel:

 

“Fuego.”

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

-PHENOMENA-

 

 

 


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Capítulo 4 27 septiembre 2009

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EDITORIAL – Busquemos Arte en Mar del Plata 25 septiembre 2009

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 grandelín

Juan y Andrés

«…JUGUETES INNOVADORES Y ATEMPORALES PARA LOS JÓVENES DE FÍSICO Y, TAMBIÉN, LOS DE CORAZÓN…»

  ANDRÉS CARPINELLI – JUAN MANUEL ARIÑO

 

 

 

        

      

   Qué gratificante resulta vivir en una ciudad repleta de artistas con ideas y, por sobre todas las cosas, con arte que compartir. Es por eso que la propuesta del día de hoy es intentar atrapar una pequeña porción de Grandelín en esta nota -con la esperanza de que el rebelde Zuequito o el salvaje Chichito no se escurran por algún insuficiente margen- y, a través del nuevo segmento “Busquemos Arte en Mar del Plata”, acercarlos un poco más a este phenomeno del diseño industrial que ha llamado nuestra atención.

         

 

ASÍ COMENZÓ

 

          En septiembre de 2006, un concurso de diseño de Formosa los une y motiva a elaborar su primer producto juntos: un triciclo de madera. Dicho juguete –denominado Carrusel por la peculiaridad de acompañar el desplazamiento del niño con un ligero movimiento ascendente y descendente- se encontraba realizado en algarrobo y guatambú y, al igual que los materiales naturales utilizados, poseía un rústico color broncíneo. De manera satisfactoria, les otorgó su primera mención de honor y, más importante aún, esbozó los primeros cimientos de la línea de juguetes que hoy conocemos como Grandelín.

          Así, los chicos aún universitarios que se encontraban enfocados en un importante microemprendimiento, comenzaron a diseñar nuevos productos para, en 2007, contar con cuatro juguetes en tonos naturales (el Rodador Chichito, el Andador Zuequito, la Valijita Tatu, y la Mecedora Vespa) que los llevarían a presentarse en el Salón de Diseño Contemporáneo de Rosario. Otra vez, y, sin pasar desapercibidos, obtuvieron una mención especial.

          Sin embargo, Rosario, sitio de privilegio para el diseño, había logrado que su proyecto comenzara a hacer ruido en el entorno artístico. Por lo que, decididos a llevar sus transportes en miniatura más lejos, se dedicaron a reelaborar la imagen de la marca. De esta forma, con el Andador Chuequito como nuevo integrante de la familia, se presentaron nuevamente en el Salón de Diseño Contemporáneo de Rosario.

          Allí, los juguetes, tan pequeños e inocentes como siempre pero, esta vez,  rojos como la pasión, les otorgaron el tan deseado primer puesto y, preparados para comenzar a brillar bajo las luces, se instalaron en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) para no irse jamás.  

  

 

LA FÓRMULA GRANDELÍN

 

          Ya se sabe que, para que una persona con talento pueda llamarse a sí misma “artista”, debe gozar de una organización inexistente y de una espontaneidad única. Resulta que, para llegar al tan prestigioso MALBA, los chicos de Grandelín debieron, antes que nada, convertirse en físico-culturistas, carpinteros y maratonistas, por sólo mencionar algunos.

          ¿Qué sucedería si, a sólo horas de entregar tus productos, vieras que la pintura aún se encuentra fresca? Grandelín ha sorteado todo tipo de obstáculos que, hoy como anécdotas y ayer como causas de histeria, resultan ser una clara demostración de que lo que más necesita un artista en estos días es esfuerzo, perseverancia, y una paciencia de acero.

          Mientras que Andrés nos contaba la ocasión en que debieron cargar amplias planchas de Guatambú (que, para ser precisos, medían dos metros por dos metros) en la espalda y, además, pareciendo “Super Guatambú” con la madera como capa, Juan mencionaba que, en una ocasión, debieron correr el micro con la caja en la mano, rogando que se detuviera para poder enviar los juguetes a tiempo.

          Además, las noches en vela eran una constante y, sumado al sueño, el cansancio y las ganas de no continuar, el trabajo de diseñador industrial se desbordaba. Entrar en su taller equivalía a, entre otras cosas, enfrentarse a una pila de madera que lijar y a una infinible cantidad de piezas que enlazar. Pero, afortunadamente, allí se encontraba la “Enana” para darles una mano o, en el peor de los casos, quitársela. Después de todo, es mujer.

          ¿Qué no sabés quién es la “Enana”? Qué lástima. A mí me lo contaron y, sinceramente, te lo confieso: es preferible no saberlo.

  

 

CURIOSIDADES LITERARIAS

 

          La palabra Grandelín que, para los jóvenes diseñadores equivale a “algo de grandes para chicos”, proviene del libro de Elsa Bornemann, Los Grendelines, que, según la descripción de la autora, no son ni humanos ni duendes, sino que ambas cosas a la vez. Pregunta para los diseñadores grandelines, ¿De ahí únicamente el concepto, o también la escurridiza Enana que se pasea a su parecer por el taller?

          Por otro lado, cada uno de los juguetes se ve acompañado por una composición literaria (ya sea poema o trabalenguas) que, junto con el producto, nos transportan a las artificiosas e indescifrables mentes de Juan y Andrés.

          Qué cosa. No sólo carpinteros, físico-culturistas y maratonistas, sino que ahora nos serruchan el piso. Definitivamente, esta es la última nota que les dedicamos.

 

LO QUE SE DICE

 

  • «Grandelín es un sueño de chicos que se hizo realidad porque esos chicos siguieron soñando hasta convertirlo en realidad. Grandelín envuelve un mundo de sueños y fantasías, de añoranzas e inocencia, desde lo puro y natural de la madera hasta la magia de la inventiva humana y el corazón, llevados de la mano.»
  • «En dos palabras: «infancia pura». Son una versión mejorada de los juguetes de antes. La forma, los colores, la materialidad le ganarían por afano a otro similar de plástico.»
  • «Los aspectos relevantes en el diseño de los juguetes serían, básicamente, dos: en primer lugar, sus formas simples con bordes redondeados, y las curvas, que hacen que estos productos no sean agresivos y los niños no tengan posibilidad de lastimarse. A su vez, al no ser ostestosos, son más llamativos a su vista. En segundo lugar, los colores, al ser puros, son fácilmente reconocibles por sus usuarios, asimilándolos fácilmente de tal forma que el objeto en si se convierta en familiar para el niño.»
  • «Como quien lee El Principito y se siente identificado, sólo quien es capaz de ver lo escencial puede darse cuenta lo que realmente transmite cada Chichito, cada Chuequito. Que nos permita liberarnos, contagiarnos de esa locura fantástica que tiene la niñez, esa es la verdadera magia, el pedacito de sueño que sus creadores pusieron en cada uno de ellos.»
  •  «Los recuerdos de la infancia son, en su gran mayoría, los más felices y seguros de nuestra vida. Por eso, los juguetes de Grandelín, a través de su juego de formas y colores, nos transportan a esa etapa tan feliz. Así, lo material y lo lúdico de Grandelín, lo sintetizan en un gran momento de felicidad de nuestra pequeña vida.»
  • «Cuando no había más que detenerse a contemplar, el hombre encontró constelaciones en las estrellas y figuras en las nubes, como si, aunque no fuera capaz de ponerlo en palabras, el mundo comenzara exactamente allí en donde la creatividad irrumpía. Eso, a nuestros ojos, es Grandelín 

 

NOTAS Y APARICIONES

 

 

 línea grandelín

 

VISITÁ: WWW.GRANDELIN.COM

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Recomendados 23 septiembre 2009

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Recomendados

 

Capítulo 3 – Superstición 21 septiembre 2009

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 superstición

  

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 “El paso que había dado era, pues, decididamente a favor de lo peor que había en mí.”

Robert Louis Stevenson

 

 

          Hacía varios días que los silencios, anteriormente inexistentes, se habían vuelto una constante. Los espacios blancos en sus mentes se tornaban cada vez más profundos, haciéndoles aún más difícil llevar a cabo la absurda tarea de aparentar.

          La mayor parte del tiempo, pensaban en lo mismo: en aquellas viejas imágenes que se enlazaban para conformar una funesta filmación. No obstante, sus opiniones, acostumbradamente similares, eran cada vez más distantes; jamás se habían sentido tan lejanas la una de la otra.

          Ese día, el horror y el enojo aparecían en el blanco rostro de Catalina, tiñéndolo. La preocupación invadía las palabras -siempre tan oportunas- de Mora, al igual que en aquella tormentosa noche. Sin embargo, ahora que era de día y podía pensar con claridad, era consciente de que lo único alarmante allí era Pilar, por lo que miraba a su amiga todo el tiempo, como esperando aquella reacción tardía que todavía podía llegar a tener lugar.

          La facultad se había convertido en un lugar despreciable; el sólo hecho de tener que pisar aquella vía día tras día, no las ayudaba a despejar sus cabezas. Ni siquiera sabían a ciencia cierta la ubicación de la puerta gris, pero, tal como si estuvieran siendo acechadas, siempre sentían la presencia de la mujer. Como si, a través de sus manos y cartas, ésta pudiese pasar el día entero tras sus pasos.

          Se estaban volviendo paranoicas o, peor aún, comenzaban a creer en todo aquello que había pasado. Sobre todo, Catalina, que ya había dejado bien en claro que, si alguna vez había estado del lado de Mora, ese ya no era el caso. Pensaba en Viola una y otra vez, obsesionada y aterrorizada, porque esta, a través del temor, había logrado penetrar las inquebrantables barreras de su mente. Viola le había ganado.

          La chica se frenó bruscamente, dejando a su amiga adelantarse unos cuantos pasos en soledad. Esta simple acción espontánea, tan impremeditada como absurda, era el comienzo de su infrenable impulso.

          -Estamos llegando tarde -dijo Mora, quien, en esos días, había agregado a su tono de voz una insolente pizca de impaciencia.

          Se giró y observó, detenidamente, a su amiga de mirada ausente. Ella no le devolvía la mirada sino que, en cambio, se había volteado hacia la derecha hacia aquel peligroso y equivocado camino.

          Se mantenía inmóvil entre los rieles, observando la inacabable longitud de la vía que luchaba por mantenerse a la vista entre los pastizales. Sus ojos, perdidos, no se posaban específicamente en ningún punto en particular, pues su objetivo se encontraba bien claro en su interior. Tanto que, incluso, podía visualizarlo, como si lo tuviese justo delante de ella; como si, con el simple alzar de su mano, pudiera empujar la vieja puerta gris.

          Empezó a moverse y, luego, comenzó a correr. Se limitó a mirar hacia delante como si fuese un caballo de carga y, aunque sabía que Mora le pisaba los talones, no se detuvo ni se volteó. Y, segundos después, allí estaba: una aparición tan mágica como inexplicable. Simplemente, llamándola; atrayéndola con su místico porte grafito. 

          Mora posó su mano sobre el hombro de su amiga que, de pie ante la casa, respiraba aceleradamente. Ninguna de las dos se atrevió a abrir la boca; no podían, ni siquiera intentándolo, formular aquello que rondaba por sus mentes. Es que, en definitiva, todo era una locura sin sentido.

          La puerta, tal y como lo sospechaban, estaba abierta, por lo que sólo con empujarla se encontraron adentro. Mora alzó su mano para cerrarla pero, en el lugar del picaporte, encontró una manija oxidada, inútil, fija. Quizás fuese esa la razón por la cual el portón gris siempre estaba abierto.

           -Así que, volvieron.

         La voz ya no las sorprendió, pero sí les causó un inevitable estremecimiento que se relacionaba, en el caso de Catalina, con el conocimiento de la peor noticia que había escuchado; en el caso de Mora, con el inevitable asalto de los hombres que, aún por las noches, la mantenía en vela.

          La cara de Catalina se descompuso de odio al oírla. Sin embargo, su objetivo la mantenía fríamente calma con la mente despejada lo suficiente como para diagramar posibilidades.

          Mora se acercó a ella, adentrándose más en el lugar. Reinaba la misma oscuridad que la noche en que habían entrado por primera vez, con la diferencia de que ahora, tétricamente, eran las tres de la tarde.

          Viola seguía allí, sentada en la misma posición en la que la habían visto por última vez; como si jamás se hubiese movido. Sonrió y sus ojos, vacíos de sentimientos, se poblaron de pequeñas arrugas de abuela. Mora la miró. Eso era una máscara, por supuesto.

          Es que todo apuntaba a que era una mujer solitaria, lo cual no sólo era una conclusión en base a aquel lugar frío y vacío que tenía como casa, sino que, simplemente, resultaba inevitable. Aquellas manos, sin alianza alguna, que manejaban con suavidad las cartas rojas y negras no podían ser capaces de transmitir calidez a una persona. De hecho, quizás sus dedos no conocieran un tacto distinto al de su piel; era eso, Viola repelía a la gente.

          -No vinimos por eso -dijo Catalina, cortante, sin ser capaz de pronunciar la palabra “cartas”.

          Mora pateó suavemente la pantorrilla de su amiga. No la entendía. Era absurdo que actuara de esa forma mientras que, después de todo, Pilar y su novio eran los únicos culpables del embarazo. Entonces, a Mora se le ocurrió otra posibilidad. Catalina no intentaba ofender a Viola porque pensaba que, de alguna forma, había manipulado su vida; Catalina menospreciaba a la mujer porque se sentía responsable de los actos de su hermana.

         El gato saltó sobre el regazo de la vieja, delimitando una invisible barrera entre su dueña y las visitantes. Allí, se mantuvo erguido como un elegante felino egipcio, y fijó sus inútiles ojos en las chicas. Su cola, cual péndulo de  reloj, marcaba con precisión cada uno de los segundos que pasaban allí.

          -Eso lo sé, muchacha. Ustedes vinieron porque, tarde o temprano, lo iban a hacer.

          Mora atinó en vano a sostener el brazo de Catalina, quien se adelantó bruscamente y golpeó la tabla de la mesa con la palma de su mano. Su lengua, sin embargo, no fue tan rápida; la muchacha abrió la boca como para esparcir palabras en todas las direcciones pero, indudablemente, la tenía vacía.

          -Ni siquiera ustedes saben qué vinieron a buscar. -Continuó viola, ajena a la reacción de la chica.

          Una fría sonrisa se dibujó en sus labios; sabía a la perfección que había dado en el clavo. La calma de la mujer, justamente esa tranquilidad, hacia que su voz sonara aún más poderosa y omnisciente. Como si, en vez de en el aire, se encontrara en la mente de las aterradas muchachas que yacían en la habitación.

          Mora tragó sonoramente. Esta vez, el nerviosismo reinaba en sus temblorosas manos heladas. Ella, sin dudas, no tenía ni idea de qué estaba haciendo allí y, aunque no lo dijese, sabía que todo era culpa de Catalina y su credulidad. Los malos presentimientos comenzaban a aflorar en las palpitaciones aceleradas de Mora quien, paralizada a un lado de la puerta, no dejaba de preguntarse qué era lo que hacía allí.

          Su amiga, en cambio, mantenía su posición acechante. Erguida sobre la mesa y con la vista fija en Viola, la confusión comenzaba a ganarle terreno al enojo. Al fin y al cabo, Viola les llevaba años luz.

          Catalina cerró los ojos y, esforzándose por contener su enfado, habló.

         -Ese video… -Sus ojos se abrieron repentinamente, atrapando un fugaz haz de luz que iluminó su ambarino iris. Rió nerviosamente.- ¿Por qué el interés por nosotras?

         Inmediatamente, el gato giró su cabeza en dirección a su dueña, quien, por primera vez, agachaba la mirada evitando los profundos ojos miel de Catalina. Algo en su pequeño discurso la había inquietado.

         Encendió un cigarrillo y, generando un extasiante silencio, se puso en pié y caminó hacia una destartalada cocina. Las chicas la siguieron por impulso, pero no porque quisieran. De hecho, no había nada que desearan menos que adentrarse un paso más en aquella casa.

         Viola abrió una pequeña ventana que, tétricamente, se encontraba decorada por una sucia cortina en cuadrillé. Su mano, aferrando el cigarrillo de manera extraña, se mantuvo inmóvil afuera de la casa. Una extraña chispa había aparecido en sus ojos.

          Pitó y, nuevamente repuesta, las observó.

          -Así que vieron el video. –Manifestó, liberando entre ellas una espesa nube blanca de humo. Luego, alzó una ceja y, arrugando el entrecejo, siguió hablando.- ¿Y? ¿Qué les sugirió?

         Catalina no habló, se mantuvo en silencio. Mora, a su lado, había aprovechado el silencio para trazar un plan.

          -Miedo –Dijo- Sentí temor.

          Su amiga la observó, pero no dijo nada. Sabía que, en la mente de Mora, mil cosas se mantenían compresas bajo su falsa mirada de víctima. Viola, por su parte, siguió concentrada en su cigarrillo.

          -Está bien tenerle miedo al conocimiento –dijo, como si su mente navegara por algún lejano recuerdo- No hay más que recordar la década del setenta.

           Eso las inquietó. La alusión a la dictadura les dio un pase a la realidad. Hablaba por sus vivencias, por lo que ni siquiera se atrevieron a imaginarse sus experiencias.

          -Lo importante es que quieran saber –Expresó rotundamente, volviendo al tema-. ¿Qué dicen?

           Catalina levantó repentinamente la mirada.

           -¿Saber qué? –Preguntó, con brusquedad- ¿Nuestro futuro?

           Mora negó con la cabeza de manera imperceptible. Sin lugar a dudas, su crédula amiga ya creía en eso. Estaba embrollada en las adherentes redes de Viola.

          -No –manifestó, mientras apagaba el cigarrillo sobre el marco de la ventana. Allí, una innumerable cantidad de quemaduras delataban la regularidad de esa acción-. Les propongo conocer el destino de cientos de personas, al azar. Gente que conozcan, pero que, a diferencia de Pilar, no sea cercana.

          Catalina se acobardó frente a la mención de su hermana. Viola tenía la capacidad de empequeñecerla. Se volteó y, dirigiéndose a su amiga, habló.

          -Necesito aire –expresó, saliendo del lugar.

          Mora, súbitamente consciente de que se encontraba a solas con Viola, tomó la determinación de seguir a su amiga. Pero, en cuanto había alcanzado la sala, Viola la hizo a un lado dirigiéndose hacia la mesa.

          -Tengo algo para darte.

          Y comenzó a escribir sobre un viejo papel amarillento, mientras con la otra mano buscaba un sobre. Luego, con la hoja dentro y aún con la solapa abierta, se lo entregó.

          -Está bien dudar –Expresó, acercándose hasta intimidarla. Mora pudo sentir el amargo aliento a cigarrillo.- Pero el escepticismo tiene sus límites. No se puede vivir con miedo.

          Mora mantuvo el sobre en su mano y se dirigió hacia la puerta. Una vez allí, comprendió qué era lo que tenía en su poder. Era el futuro de alguien más. Sin saber por qué, se lo guardó en el bolsillo dispuesta a ocultárselo a Catalina. Ella no debía saber.

          Su amiga, de espaldas contra la pared, jugaba con su pié con unos pequeños yuyos negruzcos. En cuanto la joven salió, alzó su mirada.

          -¿Ya nos vamos? –Preguntó, algo asombrada.

          Mora asintió y consultó el reloj. No tenía ningún sentido ir a clase a esa hora.

           -Vamos a tomar un café –Dijo, dándole una última mirada a la casa.

          Una removida de cortinas le reveló que, desde la casa vecina, las habían estado observando. Le había parecido ver, en el segundo en que la descubrió, una mujer con cara de tristeza que, silenciosamente, pedía ayuda. Pero Mora no estaba para eso.  

          Tomó a su amiga del brazo y caminaron a lo largo de la vía mientras contemplaban los salones vidriados que se encontraban al otro lado de las rejas. El silencio volvió. Lo único que escuchaban eran sus pasos al aplastar el seco césped de los alrededores.

          Subieron las escaleras de Metamorfosis y, acompañadas por un solitario estado de ánimo, decidieron tomar la mesa más aislada, casi sobre la calle Peña. Ese día no habría alcohol.

           -Mora…

          -¿Qué? –Preguntó, cortante. Lo que menos quería era escuchar a su amiga.

          La camarera se acercó y les tomó el pedido. Catalina no se atrevió a iniciar una discusión delante de la mujer. Pidieron café. Mora, consciente de lo que vendría a continuación, desvió su mirada hacia fuera. Tres gatos caminaban en fila por el delgado alero que rodeaba el lugar con el felino ciego a la cabeza. Irritada, no tuvo otra opción que volverse hacia su acompañante.

          -¿Te dijo algo? –Inquirió Catalina, tomándole la mano por arriba de la mesa.

          Mora no quiso hablar, sino que se limitó a evadir el rostro de su amiga. Un extraño brillo había aparecido en sus ojos, uno que nunca antes había visto. Catalina comenzaba a asustarla más que a preocuparla, y su insistencia empezaba a transformarse en un insoportable dolor de cabeza.

           -No me dijo nada –Respondió Mora, decidida. Seguiría con su plan.

          Catalina bajó la mirada y dejó escapar una leve sonrisa irónica. Sabía que su amiga estaba mintiéndole.

          -Sé que el video no te dio miedo, lo que no entiendo es por qué lo dijiste.

           Mora se mantuvo inmutable. Catalina no sabía nada.

           -¿Qué querés, Catalina?

           La joven, que había decidido pronunciar su propuesta con sutileza, se vio obligada a apresurar su propio plan. Estaba claro que ocultarse cosas entre sí no funcionaba nada bien; no cuando sus expresiones las delataban.

           Catalina se acercó a ella y habló casi en un susurro.

          -Quiero que aprovechemos la oferta de Viola. Imaginate tener en nuestro poder la posibilidad de cambiar situaciones como la de mi hermana. Mora… –Su voz comenzó a flaquear y a Catalina le asustó la razón- Es un boleto al futuro.

          Mora se incorporó en su asiento, incómoda.

          -Voy a pensarlo –se apresuró a contestar.

          Y, de repente, supo que su plan no iba a funcionar. No había posibilidad alguna de eliminar la última semana de la mente de su amiga, no cuando sus ojos se encontraban adornados por el inagotable brillo de la codicia. Ahora, ella era el ancla a la realidad; a la cordura. Es que, si ella desvariaba, serían nuevamente dos livianas plumas llevadas por el viento o, en ese caso, llevadas por Viola. En definitiva, el poder era un peligro.

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

PHENOMENA

 

 

 


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Capítulo 3 20 septiembre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 23:52

publicidad3

 

Editorial 18 septiembre 2009

Filed under: Nota Editorial — Phenomena @ 02:24

libros 

Internet: un Aliado de la Literatura.

 

Por Phenomena. 

 
 
“Tal vez lo que defina la comunicación en la red sea precisamente esa alternatividad: es otra la vida que uno construye, es otro el lugar desde el cual habla, sin responsabilidades, sin coherencias. Una utopía libertaria.” 
Daniel Link 

          No hay dudas de que Internet es, hoy en día, el medio de difusión más popular. Tanto el incremento de usuarios cómo las nuevas tecnologías, han convertido la Red en sede de un sin fin de actividades. Uno de los campos que más desarrollo ha demostrado es la Literatura: ya sea con la creación de páginas Web de editoriales y escritores, como con la producción de blogs literarios y la publicación de libros en versión digital. No obstante, esta unión entre Literatura e Internet ha generado gran cantidad de polémicas, y un sinfín de posturas vinculadas con la descarga de libros.

          Por un lado, autores como Umberto Eco defienden con ahínco los derechos de autoría y piden control y censura frente a esta situación. Y, por otro lado, existen actitudes más positivas (por así juzgarlas) como la del español Vázquez Figueroa, quien en su propio blog publicó: “A partir de ahora mis novelas se editarán simultáneamente en edición “cara”, de las llamadas “de tapa dura”, en edición de bolsillo a mitad de precio, podrán descargarse gratuitamente en “Internet” y todos los periódicos o revistas que lo deseen están autorizados a publicarlas al estilo de las antiguas novelas por entregas…”

          A pesar de nuestra clara posición en este debate (la creación de este blog es prueba fiel de nuestra opinión), no nos interesa centrar esta nota en torno a una ley de difusión. Es decir, es indiscutible que los textos que no son “subidos” por sus propios autores a Internet y que, aún así, circulan por el medio, son, de alguna forma, documentos violados. Sin embargo, esto no debe significar que la Literatura cibernética sea negativa; de hecho, aceptar esa afirmación como válida, equivaldría a censurar a las nuevas y masivas generaciones literarias.

          Cabe aclarar que, en principio, el negocio literario, al igual que tantos otros, no ha logrado escapar al actual fenómeno consumista y globalizador. Por tanto, comprar libros es cada vez más caro (situación ya familiar para quienes somos visitantes regulares de las librerías). Esto, a su vez, conlleva no sólo a que se reduzcan las ventas, sino también a que el trabajo/vocación de escritor sea cada vez más difícil de desarrollar. Internet ha sabido dar una solución a los elevados precios del mercado editorial, y es por esto que el desarrollo de la literatura cibernética ha sido tan acelerado. Además de ser un excelente medio de difusión, Internet ha posibilitado la lectura a cualquier público, sin importar el nivel adquisitivo, y ha facilitado el reconocimiento de los autores no consagrados.

          Esta idea de lo digital como nuevo soporte textual es, quizás, la clave para entender el desarrollo de las nuevas formas de escritura, convirtiendo así al medio en algo más que una opción barata de difusión.

          Con esto último, nos adentramos en el terreno de los blogs literarios, lugares en los que la literatura ha mutado de diferentes maneras, ya sea innovando o reincorporando modelos olvidados. Las producciones de estos sitios, por ejemplo, han generado propuestas que combinan la literatura con artes de diseño, música, pintura y, en algunos casos, filmaciones (los llamados Books Trailers). Pero, también, se han retomado formatos como los del folletín o la antigua novela por entregas, que han resultado exitosos entre el público.

          Está claro que la Web es el escenario de experimentos literarios, los cuales resultan tan novedosos como atrapantes. Entonces, ¿No podríamos considerar el formato digital como copartícipe de una nueva vanguardia literaria? Y si esto fuese así, ¿No se debería reconocer Internet como un aliado de la literatura y no como un enemigo?

           Es momento de que todos aquellos amantes de la Literatura entendamos que el hecho de que el papel se vea desbordado no significa la muerte del libro, sino el nacimiento de la literatura virtual.

 

Recomendados 16 septiembre 2009

Filed under: Recomendados — Phenomena @ 00:06

Recomendados 16-09

 

Capítulo 2 – Insomnio 14 septiembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:02

cap2

 

(DESCARGALO ACÁ)

 

 

“La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón.”

Brassaï

 

 

 

          -¿Todavía estás despierta?

          La voz de Mora sonó vacilante, pues no había pronunciado palabra alguna en horas. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que el ligero resplandor del celular de su amiga la despabilaba, y eso, sumado a la conmoción que aún no lograba eliminar de su organismo, estaba obstruyéndole la involuntaria capacidad de dormir.

          Un revuelo de sábanas le hizo llegar una corriente de aire. Al crujir de las tablas de la cama contigua, lo siguió una serie de pasos firmes y ofuscados que se alejaron en dirección a la puerta. Luego, la habitación apareció delante de sus ojos revelándole a su amiga. La consternación se reflejaba en su rostro.

          Mora se incorporó algo preocupada y estudió el comportamiento de la muchacha que observaba fijo la pantalla del celular. Sin lograr comprender aquello que la mantenía en vela, alzó sus hombros mostrando confusión.

          -¡La pendeja no me responde! –Gritó la otra, incapaz de contenerse.

          Catalina revoleó su celular en dirección a su cama y, luego, se dejó caer a los pies de Mora.

          -Una persona normal duerme a las tres de la mañana –respondió Mora, de mal humor.

          Catalina se llevó las manos al rostro, ocultando sus emociones.

          -¿No entendés que está en la casa del novio y yo la estoy cubriendo?

          Su voz se escapó ahogada por entre sus dedos. Tanto, que a Mora le resultó difícil descifrar el mensaje.

          Pilar era una de esas hermanas a las que siempre había que cubrir, te gustase o no. Más cuando el arquetipo de mujer que la había criado sólo le había enseñado a ser irresponsable y hedonista. Su padre se quejaba continuamente de lo idéntica que era la muchacha a su madre, lo cual había generado en la pareja infinitas discusiones.

          Catalina siempre había sido partidaria del lado paterno de la disputa. Su madre y su hermana lograban entenderse tan bien como ella con su padre, por lo que, luego de la separación, la familia había quedado dividida en partes equitativas. Desde hacía casi dos años, Catalina vivía con su padre, el cual le ofrecía una vida tan libre como desestructurada. Ideal para una adolescente.

          En cuanto a la compañía femenina, Mora era todo cuanto ella necesitaba. Si no hubiera sido por la similitud de edades, ésta también hubiese sido su madre; reemplazaba todo aquello que Catalina había heredado de una pelea de intereses adultos: una hermana egoísta y una madre que ni siquiera había planeado tener hijos.

          El simple hecho de repasar la prematura edad con la que su madre la había concebido hizo que volviese a insistir con el celular; esta vez, con un largo llamado. Mora, expectante ante la reacción de su amiga, se sintió capaz de escuchar la fricción que los pensamientos de su amiga provocaban en su cabeza. Ante el lejano resonar de la voz del contestador, se puso de pié y se dirigió hacia el televisor. Estaba visto que esa noche no iban a dormir.

          -Voy a poner la pava –dijo Mora, sin esperar contestación alguna.

          Catalina la miró con ojos incendiados. Luego, deslizó el aparato en su bolsillo y se dejó caer sobre la cama. Lo último que Mora logró ver fue que su amiga ahogaba un incontenible grito en la almohada.

          La lluvia persistía con ferocidad al otro lado de los muros, manteniéndolas cautivas y en soledad en aquella inmensa casa. No obstante, los ruidos que ofrecían los muebles y escalera le hacían pensar que, a pesar de la lejanía, los padres de Mora se encontraban allí, en vez de en su viaje, caminando por la casa.

          Mora sacó la alarma, se adentró en la cocina y comenzó a preparar el mate. Pocos segundos después, Catalina apareció en la habitación. En silencio, caminó hacia la barra desayunadora y se sentó sobre una banqueta.

          Mora la observó con discreción. La chica mantenía los brazos cruzados sobre la mesa y observaba fijo la pulcra superficie de madera. Era hora de que hablaran.

          -¿Pudiste comunicarte con ella? –Preguntó Mora, sin mirarla. Algo le hacía pensar que ese ínfimo detalle evitaría una discusión inmediata.

          -No –manifestó Catalina, cortante.

        Un largo silencio tomó lugar, viéndose interrumpido por un estruendoso relámpago que las puso alerta. La contestación de Catalina había dado tan poco pié para una conversación que Mora consideró que lo mejor que podría hacer era ir directamente al grano.

          -¿Qué pensás de Viola?

          Catalina la miró de manera fulminante y dibujó un extraño gesto que la volvió terrorífica.

          -¿Qué? ¿Qué pienso además de que es una enferma? –Preguntó, a la defensiva.

          -Eso ya lo habías dejado en claro… -Casi susurró Mora, frustrada por su falta de colaboración. El mal humor de Catalina la ponía, si era posible, de peor humor que ella.

          -¿Qué querés que te diga, Mora? –Dijo, alzando la voz.

          -Que no le creíste –respondió la joven, fijando sus ojos en los de ella- Que, como yo, te diste cuenta de que la mina estaba loca.

          Catalina dejó escapar un bufido y negó con la cabeza mientras dejaba escapar una mueca.

          -No entendés… -Murmuró, aún enfadada.

         En otras circunstancias, Mora se hubiese enojado por su comentario (porque si  había algo que odiaba era que su amiga, de manera implícita o explícita, recurriera a su condición de hija única) pero, considerando que Catalina probablemente se encontraba conmocionada por los hombres, no dijo nada.         

          Es que, a pesar de lo que había dicho Viola sobre Pilar, el haberse dado cuenta de que no eran tan adultas como creían había sido un golpe muy bajo por parte del destino. Simplemente sucedía que, a pesar de que creían haber tenido los límites de irresponsabilidad bien demarcados, por un error de cálculos las cosas podrían haber salido muy mal. Es decir, ¿Qué habría sido de ellas si no hubiesen visto la puerta? O, peor aún, ¿Qué tal si la casa de Viola hubiese estado cerrada con llave? Considerando los altos pastizales que se alzaban por el jardín… Cerró los ojos forzosamente. No quería ni pensarlo.

          Catalina se puso de pié y se dirigió a la computadora. Su amiga se mantuvo sobre la mesada tomando mate a solas, aunque era perfectamente consciente de que nada de lo que comiera podría llegar más allá de su garganta. Además, la inagotable lluvia golpeaba los vidrios con furor, lo que, sumado a la discusión que habían tenido segundos atrás, les apagaba considerablemente sus estados de ánimo.

          El silencio se vio únicamente interrumpido por los dedos de Catalina al recorrer el teclado, probablemente chateando. Mora se mantuvo alejada, sentada sobre la mesa mientras, dubitativa, miraba al patio. Sobre la medianera y, a pesar de la tormenta, los gatos comenzaban a caminar.

          Un grito melódico y prolongado hizo que sintiera un escalofrío en la nuca. Se volteó. El sonido, aún resonando en el ambiente, provenía de la computadora. Catalina, mientras tanto, miraba fijo a la pantalla.

          -¿Qué es eso? –Preguntó Mora, mientras caminaba hacia ella.

          La chica se limitó a poner play otra vez.

          Una extraña sucesión de imágenes descoloridas comenzó a pasar con extraña rapidez mientras la voz femenina llenaba el lugar. Se sucedían tan rápido que los textos que mostraban eran ilegibles pero, a su vez, algo les hizo agradecer verse privadas de ello; todo apuntaba a que no decían nada bueno.

          Una vía, un comodín, ojos, otro comodín, cartas. Fugaces pero, para ellas, claramente entendibles. Repitieron el video unas diez veces prestando atención a cada detalle nuevo, a cada palabra. El enhebramiento de pensamientos era lento y progresivo en la mente de las chicas que, calladas, inundaban su propio interior de conjeturas.

          Mora se refregó los ojos que, por mirar fijo la pantalla, comenzaban a irritarse y enrojecerse. Se alejó de la esquina donde su amiga continuaba observando una de las imágenes y sacó la pava del fuego otra vez. La llama de la hornalla, ahora libre, envolvía el ambiente con una iluminación roja azulina. Afuera, la noche seguía siendo azotada por un cruel aguacero.

          Alargando el brazo, Mora le ofreció un mate a su amiga. Ésta, a pesar de su alteración, aceptó la infusión. Succionó rápidamente y el calor de la bebida enrojeció, casi al instante, sus mejillas. Aquel pequeño e insignificante vínculo volvió a reunir sus miradas. Por tan sólo un momento, todo aquello que las unía se reflejó en sus rostros que, por primera vez en la noche, no estaban tensos ni compungidos.

          Un trueno cayó haciendo temblar los vidrios de la casa y sus miradas. Ninguna se movió de su lugar, pero ambas observaron, por varios minutos, el enorme ventanal que daba al patio. Vacío y negro, siempre les fascinaba contemplarlo bajo la luna.

          Nuevamente, Catalina giró la cabeza hacia la pantalla. El video, estancado en la misma imagen desde hacía varios minutos, mostraba una frase algo amarillenta sobre un fondo negro.

“Una mirada a tu destino no lastima a nadie”

          Un refucilo iluminó las pupilas ambarinas de Catalina haciéndolas parecer aún más brillantes. Estaba tan concentrada en aquella frase que, de haber aguzado más la mirada, Mora hubiese podido leer las palabras en sus ojos. No quería hablar, tenía sueño y, realmente, no deseaba saber la procedencia de aquel video; además, estaba segura de que todas las ideas de Catalina desembocarían en un solo nombre, el cuál, de hecho, no quería escuchar: Viola.

          Otro trueno. La espesa negrura se tajó con el fenómeno estruendoso. La ventana titubeó ante la potencia y provocó un eco duradero en la habitación. Ésa no era una noche apacible y contemplable, por lo que Mora, enloquecida ante la innumerable cantidad de refucilos, decidió bajar la persiana.

          Los ruidos de la tormenta, ya casi como un trasfondo musical, comenzaban a formar parte del silencio de la noche. Desgarrador y agudo, aquel alarido no tenía nada de familiar. El grito -por que eso era- cargado de temor, erizó los pelos de la nuca de Catalina.

          Se giró sobre la silla y observó a su amiga que, exaltada, se alejaba del vidrio. En pleno ataque de nervios, gritaba y caminaba hacia atrás con la mirada fija en el jardín. Desde la posición de Catalina, Mora sólo era una loca gritando sin razón. Sin embargo, cuando pudo ubicarse a su lado entendió qué era lo que realmente sucedía.

          Ahogando un chillido cargado de horror, la chica se llevó las manos a la boca. Ambas observaban la negra figura que se recortaba de la nula profundidad. Con una estatura que no sobrepasaba los treinta centímetros, el animal resultaba tan terrorífico como conocido y, además, las miraba con ojos ausentes y gelatinosos.

          El gato ciego se encontraba sentado frente a la ventana, moviendo la cabeza primero hacia Mora y, luego, hacia Catalina. Tal y como si no estuviese privado de su sentido, las seguía con la vista a través de la capa blanca que envolvía sus globos oculares. Espantaba hasta hacerles sentir una horrible sensación de vacío en el estómago. Todo por sus cicatrices, por su mirar, por lo cadavérico de su delgado y apaleado cuerpo.

          Sentado e inmóvil, el felino no parecía decidido a moverse de la ventana, la cual, aún al descubierto, les quitaba el valor de arrimarse a bajar la blanca persiana de plástico.

          -¿Qué hacemos? -Dijo Catalina, hablando sin un ápice de enojo por primera vez en la noche.

          -Nada. Es un gato, nada más -respondió Mora, intentando parecer racional, aunque su voz denotaba un miedo atroz.

          -El video, la frase, el gato -gritó Catalina, apuntando con su mano hacia la computadora y, seguidamente, hacia el animal.- Yo no estoy loca. –Agregó, en respuesta a Mora que, aunque aparentando, había puesto sus ojos en blanco.

          Inmediatamente, se paró y caminó ignorando al animal que seguía sus movimientos. Con cada paso que hacía, el felino giraba la cabeza como si, a pesar de lo que demostraba su anatomía, pudiera verla.

          Catalina cerró los ojos, negó con la cabeza y, en voz alta, leyó la pantalla.

          -Una mirada a tu destino no lastima a nadie. –Su voz flaqueaba-.  Lo dijo Viola.

          Y no la vio más; ni a ella, ni al gato, ni la habitación, ni siquiera sus manos. La iluminación del lugar había desaparecido.

          Se mantuvieron inmóviles sin sentirse capaces de pronunciar palabra alguna. Luego, cuando sus ojos lograron acostumbrarse a la oscuridad, Mora caminó hacia el interruptor más cercano y lo oprimió. Como era de esperarse, nada sucedió. La tormenta, como partícipe de una temible película de terror, se había llevado a la luz.

          -Velas –susurró la chica, moviéndose a ciegas a lo largo de la cocina, pues las únicas fuentes de luminosidad eran la hornalla que aún permanecía encendida y la aguada luz de la luna que atravesaba las ventanas.

          Con agilidad, encendió varias velas de diferentes colores que dibujaron un tinte amarillento sobre su piel.

          Levantó la mirada y observó a Catalina. La joven observaba al gato que, por primera vez en la noche, mantenía su atención en alguien más: otro felino. Ambos les dedicaron una profunda mirada estremecedora y, luego, treparon la alta medianera.

          -Vayámonos a dormir de una vez –propuso Mora, con tono suplicante.

          Catalina no respondió, sino que se limitó a darle la espalda y dirigirse escaleras arriba. Mora, de una vez por todas, bajó la persiana.

          Su cabeza se encontraba hecha un lío, por lo que la mejor idea que tuvo fue relegar las conjeturas para la mañana; con Catalina ya tenía suficiente. Sin dudas, había algo más que aceptar que puras coincidencias, pero su mente cerrada tardaría en acostumbrarse a la idea.

          Apagó la hornalla, puso la alarma y comenzó a subir las escaleras. Afuera, un prolongado lamento de felinos se alzó sonoramente hasta calarle los huesos. Nunca le habían gustado los gatos y, definitivamente, ese no era el momento para empezar a apreciarlos.

          Entró en la habitación y, bajo la tenue luz de la vela que sostenía, contempló a Catalina. Yacía de pié apoyada sobre la pared con el celular firmemente aferrado en su mano derecha. En sus ojos se reflejaba la preocupación.

          -Hablé con ella –expresó, buscando su mirada.

          A Mora no le tomó demasiado comprender lo que estaba sucediendo, porque si había gestualizaciones que conocía mejor que las suyas, eran las de su amiga. No se atrevió a moverse, ni a hablar, ni siquiera a respirar. De lo único que fue capaz, fue de sostenerle la mirada.

          -No te sorprendas mucho –dijo, con extraño cinismo en la voz- era de esperarse. Por supuesto que está embarazada.

 

 


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Estreno del Capítulo 2 13 septiembre 2009

Filed under: Información — Phenomena @ 21:25

A LA MEDIANOCHE

GCap2

 

 

Editorial 11 septiembre 2009

Filed under: Nota Editorial — Phenomena @ 00:00

libros

Dime Qué Hay En Tu Biblioteca Y Yo Te Diré Si Eres Lector

Por Phenomena.

 

 

…Qué raro. Justo cuando la vida empieza a ponerse más interesante –más confusa y más ambigua, también-, cuando ya se domina más o menos con facilidad el código común (ya la lectoescritura, con perdón de la palabra), es el momento elegido para que se produzca una fuga en masa de lectores…
GRACIELA MELGAREJO

 

Vi a alguien entusiasmarse con Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y, luego, así, sin más, desmoronarse de desilusión en la página final. Y me pregunté: ¿Qué es lo que convierte a una historia en un clásico, más allá del canon literario? ¿De dónde surge aquel extraño gusto colectivo que nos arrastra en masa a comprar un libro?

Ambas preguntas me resultaron ambiciosas y totalmente fuera de mi alcance pero, sin embargo, de inmediato noté que sí había algo que sabía. De no haber sido una más en medio de una gran multitud de gente obsesionada por un único título, nunca hubiese tenido entre mis manos el increíble Rebelión en la Granja o, mejor aún, el polémico La Naranja Mecánica. Más a mi favor, posiblemente, jamás hubiera estudiado Literatura y Letras.

En efecto, mi inquietud dejó de ser comprender por qué algunos títulos eran considerados clásicos o no, o, por otro lado, cuál era el motivo que había dado lugar a una infinible cantidad de best-seller, sino que, pasé a cuestionarme las razones que separaban a aquella literatura que vale la pena, de aquella que no es más que un simple producto comercial. Quizás,  así lograría encontrar una respuesta (o algo  aproximado) a aquellas dos incógnitas que hacían ruido en mi cabeza.

Llegados a este punto, debo confesar (y sé que más de uno comparte mi experiencia), que el primer libro que leí en mi vida fue Harry Potter y la Piedra Filosofal. En ese entonces, el fenómeno que traería J.K.Rowling al mundo era tan desconocido que, en cuanto estalló el boom Harry Potter, de alguna forma ya tenía El Cáliz de Fuego en mis manos y las películas comenzaban a filmarse.

Al fantástico Harry Potter, lo siguió una infinita cantidad de sagas que, el sólo desear elaborar una lista, podría agotar el límite de caracteres que tiene este blog (y realmente son demasiados…), pero, sin embargo, hay algunos que se destacan: la reedición de El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia, Eragon, Artemis Fowl, Los Seis Signos de la Luz, Crepúsculo y, más recientemente, Los Juegos del Hambre.

Sin embargo, mi indignación creció cuando, en medio de muchas lecturas de críticos, hallé que la mayoría de los títulos fantásticos que me gustaban eran arduamente desacreditados. ¿Por qué, por el simple hecho de ser parte de un enorme fenómeno comercial, deben ser literatura basura para el sector juvenil? ¿De dónde habían salido todas aquellas personas que menospreciaban los libros que a mí (y, de seguro, a cientos de jóvenes más) me habían motivado a escribir y, por si fuera poco, habían logrado encender un inagotable interés por la literatura?

La gente, en general, y los adultos, en particular, ignoran la cantidad de chicos que no mencionan que leen porque aquellos títulos que son sus preferidos no son más que un producto que un grupo de personas idearon para hacer crecer los ingresos de sus editoriales. Sí, los sectores jóvenes están informados y aún piensan (porque la masificación de los medios y el uso intensivo de internet no son del todo negativos) y no resulta agradable tener la certeza de ser el blanco preferido de las corporaciones.

Entonces, la propuesta es la siguiente: leamos con libertad y, más específicamente, lo que está propuesto para nuestra edad. Dejando de lado las finalidades educativas, que, como se sabe y no se intenta discutir, son primordiales en el desarrollo del joven, sería interesante contemplar la iniciativa docente y estudiantil de incluir, de alguna forma, los títulos que son apropiados para cada etapa. De seguro, se obtendría una mejor aceptación de los clásicos (sí, en su momento nosotras también odiamos El Cantar del Mio Cid) y la literatura escolar se volvería más amena.

Al fin y al cabo, en la escuela o fuera de ella, ¿Quién tiene el poder de decidir qué textos son o no mejores para llevar a los jóvenes a que lean? ¿Qué mejor terreno sobre el cual trabajar que aquel que previamente se vio cultivado de forma gustosa y a voluntad? En definitiva, la verdad es simple. Nadie, ahora ni nunca, puede determinar quién es o no lector por lo que hay en su biblioteca, sino que se debe contemplar un progreso que crece día a día en la mente de miles de jóvenes lectores.

 

Recomendados 9 septiembre 2009

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Recomendados de la Semana para Niños, Adolescentes y Adultos

Recomendados 09-09

 

 

CAPÍTULO 1 – Ella Vive en la Vía 7 septiembre 2009

Filed under: Boleto al Futuro — Phenomena @ 00:01

 

 ellaviveenlavia

 

(DESCARGALO ACÁ)

 

 

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”

William Shakespeare

 

 

 

          -…la vida, en muchos casos, se vuelve monótona e insoportable; una especie de castigo azotado por la rutina que, en el mejor de los casos, puede enmascararse. Sin embargo, los disfraces son insostenibles. ¿Qué tan hábil debe ser un hombre para vestir día tras día el mismo personaje?

          »No obstante, existe otro tipo de vida en donde no son necesarias las apariencias, las estructuras, o los límites. Son historias regidas por la espontaneidad y el constante desafío que supone enfrentarse a situaciones nuevas. Porque la libertad no acepta bosquejos, borradores ni correcciones; no se trata de aciertos o equivocaciones. La libertad simplemente sucede.

          »El destino, en cambio, desconoce esta distinción, o, simplemente, la ignora. Actúa sobre nosotros sin piedad alguna, porque sólo somos uno más a quien enredar en sus reglas. Es irrelevante que tan libre o preso te sientas porque el destino es un dictador que no acepta sugerencias ni proposiciones. En fin, no importa qué tipo de vida estés viviendo, es hora de que sepas que siempre es predecible…

          “Esta mina es insoportable”

          Catalina, con esa falsa cara de dulzura, no tenía ni un ápice de paciencia. Su cabeza descansaba sobre su mano izquierda, aislándola de la clase tras una espesa capa de pelo castaño. No le importaba en absoluto la insolencia de su postura, sino que, para rematarla, mantenía los ojos cerrados.

          Mora leyó el margen de su Poética de Aristóteles que, para variar, ni siquiera pertenecía a la materia. Detestaban lo que ellas llamaban “clases de autoayuda académica” que, a pesar de tener una “finalidad educativa”, sólo servían para adelantar las lecturas de otras materias o enterarse de los últimos best-seller de Coelho.

          Mora rió, quizá más de lo que el comentario ameritaba. Las risas incontenibles eran una de las tantas consecuencias de sus apreciadas “clases de autoayuda académica”, en conjunto, por supuesto, con las arduas críticas a todo aquel que concordara con la profesora y, en especial, a aquel que levantara la mano en el momento justo de irse. Esas eran las viejas de adelante.

          No es que tuvieran algo en contra de las viejas, pero ir a hacer amigos a la facultad era patético. Y, para ser honestos, no todos tenían los huevos para soportarlas, en especial Catalina, que ahora se dedicaba a rellenar la capucha de la de adelante con papelitos.

          Mora consultó el reloj. Considerando la cantidad de tiempo que les quedaba, para cuando llegara el momento de irse la vieja tendría la capucha como una piñata. Y rió nuevamente, esta vez de manera más escandalosa. La vieja se dio vuelta en el momento justo en el que Catalina estiraba su brazo. Entonces, la miró breves segundos y adelantó su banco con breves pasos que no la llevaron a ningún lado. Eso, sumado a las incontables capas de delineador que habían notado sobre sus párpados, les dio vergüenza ajena.

          Catalina miró a Mora con ojos desorbitados; la indignación se reflejaba en su mirada color miel. Mora pensó que de tanto abrir los ojos iba a conseguir que rodaran por el banco como bolitas. No pudo evitar reír; la gente, ya algo molesta, comenzaba a mirarlas, salvo la profesora que seguía navegando con Bucay por alguna espesa nube de pedo.

          El aburrimiento las hacía delirar; esa clase era más efectiva que un té de floripondio. Como consecuencia, los cuadernos de ambas eran inteligibles. Los márgenes, adornados de bastas anotaciones, pelotudeces y manchas de mate, atesoraban las mejores obras de arte: dibujos de pollos decapitados o tiras de asado (sobre todo en el lapso de las doce del mediodía a las tres de la tarde), extraterrestres disfrazados de mariposas y, más que nada, un amplio catálogo armamentístico que apuntaba a cada una de las viejas de adelante.

          Las piernas de Catalina comenzaron a rebotar impacientemente sobre el piso, lo que generó una oleada de vibraciones en el viejo suelo de madera. Muchos se voltearon enojados, Mora, en cambio, pareció disfrutar de cada una de los movimientos, o al menos eso demostró.

          -¡Robert Pattinson! –susurró levantando los brazos y estirando las piernas en una postura que, sin lugar a dudas, generó odio en los de atrás.

          A Catalina le costó diferenciar qué parte de todo aquello era real y qué parte exageración; de su amiga podía esperar cualquier cosa.

          Miraron el reloj otra vez. Desde la última vez que habían consultado la hora no habían pasado más de tres minutos. Catalina puso los ojos en blanco y, acercando el banco de su fantasiosa amiga, susurró una propuesta que, en realidad, se encontraba presente en la mente de las dos.

          -Vamos, Mora.

          Procurando hacer todo el ruido posible, guardaron sus cosas y caminaron arrastrando cuanto banco se les cruzó en el camino hacia la puerta. La profesora se vio obligada a interrumpir su divague. Una vez en el pasillo, ambas rieron. Luego, bajaron las escaleras, no sin antes asomar la cabeza en el Centro de Estudiantes. No, no estaba.

          -¿Vamos a Metamorfosis?

          No hubo respuesta porque la pregunta estuvo de más. ¿Adónde más podían ir con esa lluvia?

          Corrieron pisando la mayor cantidad de charcos posibles y embarrándose hasta las rodillas. El terreno que envolvía la Universidad Nacional de Mar del Plata era un tanto irregular. No importaba donde pisaras, siempre había dos cosas: tierra y piedras; o, en su defecto, algún que otro huevo de un recibido; pero eso era sólo en Humanidades.

          Subieron las escaleras con la cabeza perdida entre las opciones del menú y se sentaron en una de las mesas que daban a la calle Peña con la mejor vista de la vía.

          -Adiviná lo que te traje –expresó Mora con picardía, al mismo tiempo que abría la mochila y dejaba una petaca al descubierto.

          -¿Qué es? ¿Más de ese vodka berreta que quedó de tu cumpleaños? –Preguntó Catalina, alzando una ceja.

          -No, hoy hay del bueno. Le robé un poco de Jack Daniel´s a mi abuelo –dijo, con orgullo.

          La mesera no tardó en traerle los inocentes jugos de naranja que ellas, con su mente peligrosa, habían aprendido a corromper. Ese día estaban más fuertes que nunca, y no dejaban de preguntarse cómo harían para bajar las escaleras. De golpe, Catalina apoyó el vaso, cerró lo ojos y arrugó la nariz. Mora la miró.

          -¿Te diste cuenta del olor a mugre que tenía Eddi hoy? –Dijo, con cara de asco- ¿Cuándo piensa lavar ese joggin?

          Mora rió. Eddie era, junto con las viejas, su blanco más preciado. En su opinión, nunca se bañaba y, además, siempre se les sentaba al lado. Imitando la cara del muchacho “hEDDIondo”, Mora se encorvó, frunció la boca y abrió las fosas nasales de manera descomunal. Catalina no supo qué le desagradaba más, si el mugriento o el ekeko que tenía como amiga.

          Se quedaron en silencio, mirando a su alrededor. A través de aquella lona que cumplía la función de un vidrio, las chicas observaron el movimiento disminuir a medida que la noche avanzaba. La poca iluminación, sumada a las incontables tragedias que tenían lugar en la vía, era motivo suficiente para considerar peligrosa aquella zona. Todos los estudiantes se movían en grupo y con cautela. Los robos eran frecuentes y, la noche, el escenario predilecto para un crimen.

          El alcohol era, sin lugar a dudas, el peor amigo del miedo, y su efecto sobre las chicas comenzaba a hacerse notar. Pidieron la cuenta. El etílico perfume de Mora y Catalina provocó una mueca de horror en la mesera que les cobró los inocentes juguitos. Ambas reían, haciendo aún más evidente lo ahogados en alcohol que estaban sus cuerpos.

          Frente a ellas, la escalera se presentó como una serie de peldaños borrosos que no cesaban de moverse zigzagueantemente. La coordinación de sus piernas, casi inexistente, las obligó, en principio, a colgarse de la baranda y, luego, a bajar los últimos escalones sentadas.

           El suelo, inundado por la incesante lluvia, estaba cubierto por un barro tan negro como el cielo que sólo se iluminaba fugazmente por los avisos de la tormenta.

          Tercera vía y Neoliberalismo: un Análisis Crítico –leyó Catalina, con ojos vidriosos.

          Mora se acercó hasta la vidriera que había atraído la atención de su amiga: había una pequeña colección de libros de autores olvidados que sólo podía ser de interés para ellas en aquella situación.

           Catalina, lenta pero imprevistamente, giró sobre sí misma y corrió hacia la intemperie del aguacero.

          -La vía, Mora –dijo, muy orgullosa de su asociación.

          Ambas saltaron y corrieron por aquel infinito camino de líneas paralelas. Así que, haciendo un equilibrio fallido y gritando, se olvidaron de todo lo preocupante de su alrededor y dejaron el temor detrás.

          Dos hombres las observaban desde la calle de enfrente. Se acercaron interceptándoles las iniciativas de escape. Las chicas se habían metido en la boca del lobo sin siquiera darse cuenta.

          Las jóvenes notaron lo que aquellos hombres estaban haciendo, ya no era gracioso. Comenzaron a retroceder, pero la lluvia, al igual que su temor, se acrecentó con tanta vivacidad que la visión se les volvió dificultosa. La adrenalina las obligó a correr en el único sentido en el que pudieron: vía adentro. No miraron atrás, pero el crujido de las ramas bajo los pies de los atacantes fue alarma suficiente para demostrarles que estaban siendo perseguidas.

          Tanto la negrura de su alrededor como el silencio oprimían sus pensamientos; no eran capaces de pensar con la claridad necesaria. Luego, sus respiraciones entrecortadas se volvieron en su contra; ni siquiera el miedo logró convencerlas de que siguieran intentando correr. Entonces, sus piernas, vencidas, las obligaron a aminorar la marcha.

          Un estruendo las hizo sobresaltar. El cielo, cubierto de nubarrones, se iluminó con un fugaz refucilo que, predestinadamente, dejó a la vista una vieja puerta grisácea.

          Aprovechando la oscuridad y el camuflaje que el ensordecedor trueno les ofrecía, se internaron en el terreno y, desesperadamente, golpearon la puerta. Ésta, insólitamente, se abrió con un chirrido que incluso en aquel día fue audible. Luego, se adentraron sin siquiera pensar si eran bienvenidas; lo único que les importaba era su seguridad.

          Cerraron la puerta y se mantuvieron de espaldas contra la pared, recuperando el aire. El shock provocado por el repentino riesgo las obligó a mantenerse en silencio varios segundos, con la mente totalmente en blanco.

          -Mora, ¿Estás bien? –Susurró Catalina, agarrando su antebrazo con una mano temblorosa.

          Mora ni siquiera fue capaz de pronunciar palabra alguna, sino que se limitó a asentir con la cabeza y se dejó resbalar hasta alcanzar el suelo.

          Se encontraban en un sitio que era imposible denominar habitación. Una mesa desvencijada y con la pintura saltada estaba rodeada por varias sillas diferentes; lo único que compartían era el gusto arcaico del dueño que las había puesto allí. Las paredes, llenas de manchas de humedad, estaban cubiertas por un empapelado amarillento con flores que, al igual que todo allí, no armonizaba con nada. No sabían qué era peor, si la situación de la que habían escapado, o la pocilga en la que se encontraban. Por lo que veían, tranquilamente podía ser el hogar de los delincuentes que las habían perseguido.

          Un maullido las puso alerta y reclamó su atención. Un cadavérico gato salió de abajo de la mesa y se acercó a las piernas de Mora con aires de advertencia. Estaba tan delgado que era imposible concebir la idea de que estuviese vivo. Además, una delgada película transparente envolvía sus globos oculares delatando su ceguera. Aún así, jamás separó sus ojos de los de la joven.

          Unos pasos sonaron. El acompasado sonido demostró que alguien se encontraba bajando una escalera. Eran firmes y decididos y, peligrosamente, iban en su dirección. No había escapatoria posible.

          Las dos levantaron la mirada en el momento en que una mujer aparecía en el umbral de una puerta. El gato se acercó a ella y le rozó los tobillos mimosamente.

          Ellas se concentraron en la mujer otra vez e intentaron grabar un análisis en sus cabezas. Sabían que era grande, pero les era imposible definir su edad; su espigada figura, en conjunto con la infinible cantidad de canas que surcaban su cabello, resultaba un tanto inadmisible.

          Un chal cruzado de color violeta cubría sus hombros y alcanzaba su cintura terminando en una serie de harapos deshilachados. Por debajo de éste, asomaba un antiguo camisón con puntillas blancas.

          Mora se incorporó generando un cambio en el tenso ambiente que, fácilmente, podría haberse cortado con un cuchillo. Las chicas analizaron hipnotizadas aquellas manos arrugadas que barajaban un viejo mazo de cartas españolas.

          -Siéntense- dijo, ubicándose en una esquina de la mesa.

          Innegablemente, esa orden era para ellas. Las jóvenes dudaron y se mantuvieron en su sitio, aún conmocionadas por lo sucedido. Sin embargo, la mujer, pese a lo inexplicable de la situación, se mantenía calma y, paradójicamente, sonreía.

          El gato saltó sobre sus piernas y se acurrucó sobre su chal. Allí, como adormecido, afiló sus garras en el respaldo de madera que, con permiso de su dueña, ya tenía las profundas marcas de anteriores atentados. Ella dejó el mazo sobre el centro de la mesa, rodeó al animal con un brazo y, con la otra mano, acarició su cabeza. Con la vista baja, comenzó a murmurar.

          -Claro que siempre es interesante saber… -Dijo, entre susurros.

          El gato maulló y estiró su cabeza. La mujer se concentró nuevamente en las chicas que, aún sin respuesta, se mantenían apoyadas sobre la puerta. Sin embargo, una sola mirada alcanzó para arrastrarlas hacia las desvencijadas sillas. Entonces, empujó las cartas en dirección a Catalina.

          -Una mirada a tu futuro no lastima a nadie –manifestó, entornando la mirada. Sus ojos acaramelados dejaron escapar un destello rojizo que les resultó escalofriante- Con la mano del corazón, por favor.

          Y se enderezó nuevamente sobre su silla. Al llevarse una mano en dirección a sus  hombros para acomodarse el chal, Mora pudo ver que, extrañamente, un verdoso tatuaje –probablemente de tinta china- surcaba su muñeca. Rezaba, en letras cursivas, “Viola”.

          Catalina miró a su amiga y, algo intimidada, estiró su brazo izquierdo en dirección al mazo. ¿Qué otras posibilidades tenía? Además, Mora, al igual que ella, se encontraba paralizada, por lo que ni siquiera logró trazar en su mente un plan mejor. Después de todo, ellas no creían en esa basura de las cartas.

          Catalina cortó y Viola se puso en marcha. Al igual que todo en aquella habitación, el dorso de las cartas estaba cubierto de un polvo grisáceo que, al correr por los dedos de Viola, les hacía picar la nariz. Además, el ambiente se encontraba impregnado de una extraña fragancia a libro antiguo y sahumerios que nunca antes habían olido.

          La mujer dispuso las cartas en tres hileras de seis naipes cada una. Luego, frunció el entrecejo e, involuntariamente, llevó una mano a su regazo para acariciar al viejo gato. Mientras, con la mano libre, tanteó la mesa de atrás en busca de unos grandes lentes con considerable aumento. Estos, al posarse sobre sus ojos, le dieron un aspecto algo cómico, pero ninguna se atrevió a reírse; no allí, no en esa situación.

          Se inclinó sobre la mesa y entrecerró los párpados. Sus pupilas comenzaban a ver sobre el mantel más que un pequeño conjunto de cartas; allí, era capaz de contemplar el destino de una joven de diecinueve años que, de frente a ella, se encontraba aterrada a la espera de una devolución.

          Y comenzó a hablar. Le dijo cosas sobre sus amigos, le comentó cómo le iría el resto del cuatrimestre en la facultad e, incluso, le hizo sugerencias para que incorporara en su novela. Pero era todo muy general. Las mismas cosas las podría haber leído en el horóscopo del diario y aún así habría encontrado una relación con situaciones de su vida. Viola era una farsante.

          La mujer se quedó en silencio y comenzó a juntar sus cartas. Mora, que ya había logrado tranquilizarse hasta el punto de sentirse hastiada de la mujer, tomó a la chica del brazo y le susurró al oído un ligero “vamos”. Ni siquiera les importaron los hombres que minutos atrás las habían perseguido, sólo querían irse de ahí.

          Acto seguido, ambas comenzaron a ponerse de pié y a reacomodar sus libros que aún llevaban en los brazos. Viola, al otro lado, había dejado únicamente dos cartas sobre la mesa: una sota y un dos de oro.

          -Aún no terminé –dijo.

          Las chicas se miraron. Eso era demasiado. Le agradecieron el resguardo que les había proporcionado y caminaron nuevamente hacia la puerta. No podían ni querían pasar un minuto en ese lugar; algo las inquietaba.

          Mora abrió la puerta y la voz de Viola les llego desde el fondo de la habitación. La predicción era grave, lo suficiente como para lograr que Catalina, que aún no había logrado recuperar el color en su rostro, dibujara una extraña mueca de asco que su amiga nunca antes había visto.

          -Tu hermana está embarazada. –Había manifestado la mujer.

          Catalina se volteó, la miró a la cara y, luego de dejar escapar un insolente bufido, habló con voz clara.

          -Mi hermana tiene diecisiete años, enferma. –Su rostro se había ensombrecido-  No hables más. 

 

 

 

 

Rocío Fernández – Valentina Dorzi

-PHENOMENA-

 

 

 

 

 


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